Hoy me desperté cantando
“Hacia el cosmos / hacia el infierno”, de Cienfuegos. Almorzamos, sí, arroz con
salsa rosa, y fuimos a la sala a sentarnos frente a frente sobre los
almohadones. Faltaban dos Mandamientos para completar el decálogo y, la verdad,
estaba un poco ansioso por terminar de una buena vez con este retiro espiritual
para saber si mi viejo ensayaría algún tipo de conclusión que dotara de sentido
a todas estas frases que el anuncia con carácter de ley y yo veo como entidades
arbitrarias e inconexas.
―¿Cuál es el
Noveno Mandamiento? ―le pregunté.
―Confiarás más
en tus dudas que en las certezas ajenas ―dijo y guardó un objeto pequeño en su
bolsillo.
―¿De dónde
sacaste esa frase? ―le pregunté― ¿Qué guardaste en el bolsillo?
―Un sobrecito de
azúcar ―me dijo.
―Ah. Y ¿qué
quiere decir este mandamiento?
―Lo que dice.
Que le des más crédito a tus dudas que a lo que los demás te anuncian como
verdades irrefutables.
―¿Y si dudo de
tus Mandamientos? ―le pregunté.
―También.
―Porque si dudo
de este Mandamiento, que dice que confié más en mis dudas, entonces, para
respetarlo, tendría que dejar de confiar en mis dudas y estaría incumpliendo el
Mandamiento.
Mi viejo sacó de
su bolsillo el sobrecito de azúcar, lo observó detenidamente y me dijo:
―No importa. El
Mandamiento es así. No le des tantas vueltas.
―¿Vos me tenés
acá encerrado durante dos semanas después de haber desaparecido durante casi
veinte años, me decís que vas a transmitirme tu experiencia y terminás
leyéndome una frase de un sobrecito de azúcar? ―le pregunté.
―Sí ―me dijo―.
Cada religión elige sus métodos.
―¿Y qué pasa si
estoy en la calle, no sé qué colectivo tomarme y pregunto en el primer kiosco
que me cruzo? ¿Ahí también confió más en mis dudas que en las certezas ajenas y
me vuelvo caminando?
―Ahí podemos
hacer una excepción ―dijo.
―¿Y si tengo que
tratarme por una enfermedad y voy con dudas al médico? ¿Y si algún día consigo
irme de vacaciones y contrato un guía turístico? ¿Y si voy a comprar ropa y el
vendedor quiere darme un consejo? ¿Y si estoy completando un crucigrama y no sé
qué poner en una palabra de nueve letras que termina con “s” y tiene una “q” en
el medio? ¿Y si estoy hablando con un ingeniero nuclear acerca del átomo
desinflamante? En todos esos casos, ¿qué hago? ¿Confío más en mis dudas? ―le
pregunté exaltado.
―¿Sabés qué?
Hagamos una cosa: borremos este último Mandamiento. Olvidate de las dudas y las
certezas. A partir de ahora el Noveno Mandamiento será “No consumirás azúcar.
Usarás edulcorante” ―dijo mi viejo y, antes de arrojarlo al piso, apretó con
bronca el sobrecito de azúcar dentro de su mano.
No sé a quién saliste brillante Don Natalio, tu viejo es un idiota solemne, saludos
ResponderEliminarA mi tío abuelo, don Ricardo Gris, el Gran Malabarista Manco.
EliminarSaludos!
Es una suerte que los sobrecitos de edulcorante no traigan frases. Por ahora.
ResponderEliminarEs una gran idea, Fernando. Tendrían que ser frases más cortas y menos optimistas que las que figuran en los sobres de azúcar, pero podría funcionar.
ResponderEliminarSaludos!