Hoy me desperté cantando “Fernet con Coca”, de Vilma Palma e Vampiros. Anoche me la pasé dando vueltas en la
cama, pensando en la historia que me había contado mi viejo acerca de Los Siete
Fantásticos, la pochoclera y el payaso de la tele. No pude dormirme hasta muy
entrada la madrugada y, en consecuencia, hoy me levanté muy tarde, cerca del
mediodía. Tenía mucha hambre, pero pocas esperanzas de que mi viejo me
sorprendiera con un menú distinto al de todos los días. Sin embargo, cuando
puse un pie en la cocina vi cómo raspaba el recipiente en el que tenía el arroz
con salsa rosa para, a duras penas, sacar la última porción. ¡Aleluya! ¡El
maldito arroz se había terminado!
¡Qué iluso fui! Ni bien
terminó de raspar, abrió el microondas y sacó otro recipiente todavía más
grande que el anterior repleto, ¿de qué?, de arroz con salsa rosa. ¡Me cago en
el Primer Mandamiento!
Terminamos de comer y fuimos
a la sala, a sentarnos frente a frente sobre los almohadones.
—¿Cuál es el Octavo
Mandamiento? —le pregunté.
—No comprarás bebidas
gaseosas —dijo y adoptó su postura de superhéroe de la sabiduría.
—¿Y por qué no debería
comprar más gaseosas? ¿Eso en qué me ayudaría? —le pregunté con sorna, harto ya
de sus consejos absurdos.
—Porque estarías tirando tu
plata, Natalio. Entre los conocimientos que adquirí en todos estos años se
encuentra la fórmula secreta de una gaseosa y pienso transmitirte ese
conocimiento ahora mismo.
¡Qué orgullo! ¡Qué
felicidad! ¡Qué sorpresa! ¿Podía ser verdad que mi viejo, mi padre, mi
progenitor, el mismísimo Nicandro Eusebio Gris, miembro ilustre de Los Siete
Fantásticos, conociera la fórmula secreta de la Coca Cola, esa de la que se
dice que sólo es conocida, y de manera fraccionada, por dos personas en todo el
planeta? Además de la fórmula, me moría de ansiedad por que mi padre me contara
la historia de cómo había accedido a ese conocimiento que llevaba tantos años
siendo protegido con sumo recelo del común de los mortales. Mientras yo pensaba
esto y era desbordado por la emoción, el se puso de pie y caminó hasta la
cocina. Regresó a los pocos segundos con un sifón de soda entre sus manos. Le
pedí que caminara con cuidado, que no fuera a tropezar, porque súbitamente me
había invadido el temor a que le sucediera algo malo antes de que pudiera
transmitirme la fórmula. ¡Sí, señor! Estaba convencido de que aquella sería
también la fórmula para desactivar la crisis de los treinta. ¡Ser portador de
ese conocimiento! ¿Quién lo hubiera creído?
Cargando de solemnidad sus
movimientos, mi viejo apoyó el sifón en el piso, extrajo un vaso de su bolsillo
derecho y un sobrecito de jugo de su bolsillo izquierdo. Abrió el sobre, dejó
caer un poco del polvo anaranjado en el vaso, recogió el sifón y llenó el vaso
de soda. Luego lo revolvió y me lo extendió diciéndome:
—Acá tenés.
—¿Y esto? —le pregunté— ¿Qué
es?
—¿Cómo que qué es? —me dijo visiblemente
ofendido por mi pregunta— Jugo de naranja con soda. Acabo de revelarte la
fórmula secreta de la Fanta.
Quiero creer que el jugo contiene edulcorante y no azúcar
ResponderEliminarNo lo sé, Fernando. Tampoco quiero ser más papista que papá.
EliminarSaludos!