miércoles, 25 de septiembre de 2013

Día 268 - La fórmula secreta

Hoy me desperté cantando “Fernet con Coca”, de Vilma Palma e Vampiros. Anoche me la pasé dando vueltas en la cama, pensando en la historia que me había contado mi viejo acerca de Los Siete Fantásticos, la pochoclera y el payaso de la tele. No pude dormirme hasta muy entrada la madrugada y, en consecuencia, hoy me levanté muy tarde, cerca del mediodía. Tenía mucha hambre, pero pocas esperanzas de que mi viejo me sorprendiera con un menú distinto al de todos los días. Sin embargo, cuando puse un pie en la cocina vi cómo raspaba el recipiente en el que tenía el arroz con salsa rosa para, a duras penas, sacar la última porción. ¡Aleluya! ¡El maldito arroz se había terminado!
¡Qué iluso fui! Ni bien terminó de raspar, abrió el microondas y sacó otro recipiente todavía más grande que el anterior repleto, ¿de qué?, de arroz con salsa rosa. ¡Me cago en el Primer Mandamiento!
Terminamos de comer y fuimos a la sala, a sentarnos frente a frente sobre los almohadones.
—¿Cuál es el Octavo Mandamiento? —le pregunté.

—No comprarás bebidas gaseosas —dijo y adoptó su postura de superhéroe de la sabiduría.
—¿Y por qué no debería comprar más gaseosas? ¿Eso en qué me ayudaría? —le pregunté con sorna, harto ya de sus consejos absurdos.
—Porque estarías tirando tu plata, Natalio. Entre los conocimientos que adquirí en todos estos años se encuentra la fórmula secreta de una gaseosa y pienso transmitirte ese conocimiento ahora mismo.
¡Qué orgullo! ¡Qué felicidad! ¡Qué sorpresa! ¿Podía ser verdad que mi viejo, mi padre, mi progenitor, el mismísimo Nicandro Eusebio Gris, miembro ilustre de Los Siete Fantásticos, conociera la fórmula secreta de la Coca Cola, esa de la que se dice que sólo es conocida, y de manera fraccionada, por dos personas en todo el planeta? Además de la fórmula, me moría de ansiedad por que mi padre me contara la historia de cómo había accedido a ese conocimiento que llevaba tantos años siendo protegido con sumo recelo del común de los mortales. Mientras yo pensaba esto y era desbordado por la emoción, el se puso de pie y caminó hasta la cocina. Regresó a los pocos segundos con un sifón de soda entre sus manos. Le pedí que caminara con cuidado, que no fuera a tropezar, porque súbitamente me había invadido el temor a que le sucediera algo malo antes de que pudiera transmitirme la fórmula. ¡Sí, señor! Estaba convencido de que aquella sería también la fórmula para desactivar la crisis de los treinta. ¡Ser portador de ese conocimiento! ¿Quién lo hubiera creído?
Cargando de solemnidad sus movimientos, mi viejo apoyó el sifón en el piso, extrajo un vaso de su bolsillo derecho y un sobrecito de jugo de su bolsillo izquierdo. Abrió el sobre, dejó caer un poco del polvo anaranjado en el vaso, recogió el sifón y llenó el vaso de soda. Luego lo revolvió y me lo extendió diciéndome:
—Acá tenés.
—¿Y esto? —le pregunté— ¿Qué es?
—¿Cómo que qué es? —me dijo visiblemente ofendido por mi pregunta— Jugo de naranja con soda. Acabo de revelarte la fórmula secreta de la Fanta.

2 comentarios:

  1. Quiero creer que el jugo contiene edulcorante y no azúcar

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    1. No lo sé, Fernando. Tampoco quiero ser más papista que papá.
      Saludos!

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