Hoy me desperté cantando “Equilibrio”,
de Los Siete Delfines. Mientras cantaba, mi viejo me sorprendió arrojándome un
baldazo de agua helada. Al concluir la canción le pregunté por qué lo había
hecho.
―Por nada ―me dijo―. Quería
probar algo, pero no funcionó.
Para prevenir alguna
enfermedad, fui corriendo a darme una ducha con agua caliente y después fui al
comedor y me senté a la mesa para almorzar el arroz con salsa rosa de cada
comida. Más tarde, sentados frente a frente en los almohadones de la sala, mi
viejo me reveló el Séptimo Mandamiento.
―No intentarás estar con dos
minas al mismo tiempo ―me dijo y me miró con esa cara de sabio que siente que
acaba de iluminar al resto de la humanidad con una pequeña porción de su infinita
sabiduría.
―A mí los tríos no me
gustan. Me opongo a ellos por cuestiones personales. No sé qué tiene que ver
este Mandamiento conmigo ―le dije.
―No, Natalio, estás
entendiendo mal. Lo que dice el Mandamiento es que tenés que evitar establecer
un vínculo de pareja con dos mujeres en la misma época. ¿Entendés? ―me
preguntó.
―Ah, sí, pero ni hace falta
que me lo digas. Me cuesta convencer a una. No tengo chances de estar con dos.
Pero, ¿por qué me lo decís?
―Son consejos que te doy
basándome en mi experiencia… En los últimos años de la década del setenta
prohibieron la práctica de muchas actividades, entre ellas los malabares. Yo,
en ese entonces, era parte de la resistencia y era miembro de un grupo de siete
malabaristas al que la gente llamaba “Los Siete Fantásticos”. Sin avisarle ni a
nuestras familias, nos pintábamos la cara para que fuera más difícil
reconocernos e íbamos, todos al mismo tiempo, a hacer malabares cada uno en un
punto diferente de la ciudad.
―¿El mimo era uno de los
siete? ―le pregunté.
―No, uno no. Era el mejor.
Fue en ese entonces cuando nos conocimos.
―¿Y los otros cinco? ¿Dónde
están ahora?
―Algunos cedieron a la
presión y largaron, otro vive afuera y otro la pegó y trabaja en la televisión.
―¿Piñón Fijo? ―le pregunté.
―No puedo revelar su
identidad. Hicimos un juramento ―me dijo.
―Está bien, pero ¿qué tiene
que ver todo esto con eso de no estar con dos mujeres?
―Bueno, por el peligro al
que nos exponía nuestra actividad, los malabaristas éramos tipos muy codiciados
por las mujeres. Yo estaba empezando a enamorarme de tu madre, pero había
también otra mujer en mi vida: Teresa Parodi.
―¿La cantante? ―pregunté
sorprendido.
―No ―me dijo―. Esta vendía
pochoclos en los encuentros clandestinos que organizábamos “Los Siete
Fantásticos” para juntar dinero para comprar pinturas y reponer las piezas que
perdíamos en nuestras huídas, porque se las arrojábamos a nuestros
perseguidores. Tu mamá vendía pirulines y copos de azúcar. Había entre ellas
una rivalidad comercial que se trasladó a lo amoroso convirtiéndome yo en el
eje de la disputa. Al principio tenía dudas y, algo mareado por estar en la
cima del éxito y la popularidad, traté de estar con las dos. Iba al cine con
una el viernes a la noche; el sábado a la tarde iba con la otra a tomar unos
mates a la vera del río… Al poco tiempo me decidí por tu madre, pero, a pesar
de que nunca la engañé ni volví a mirar otra mujer con deseo, aún no puede
perdonarme esa duda inicial. Siempre fue muy celosa. Para colmo, cada vez que
teníamos una crisis, al día siguiente el dj en mi cabeza me hacía despertar
cantando una canción de Teresa Parodi.
―¿La pochoclera?
―No. La cantante. Por eso es
importante que te libremos de esa maldición.
Más que sabio, prudente, saludos
ResponderEliminarMás que prudente, sabio.
EliminarSaludos!