martes, 24 de septiembre de 2013

Día 267 - Los Siete Fantásticos

Hoy me desperté cantando “Equilibrio”, de Los Siete Delfines. Mientras cantaba, mi viejo me sorprendió arrojándome un baldazo de agua helada. Al concluir la canción le pregunté por qué lo había hecho.
―Por nada ―me dijo―. Quería probar algo, pero no funcionó.
Para prevenir alguna enfermedad, fui corriendo a darme una ducha con agua caliente y después fui al comedor y me senté a la mesa para almorzar el arroz con salsa rosa de cada comida. Más tarde, sentados frente a frente en los almohadones de la sala, mi viejo me reveló el Séptimo Mandamiento.
―No intentarás estar con dos minas al mismo tiempo ―me dijo y me miró con esa cara de sabio que siente que acaba de iluminar al resto de la humanidad con una pequeña porción de su infinita sabiduría.
―A mí los tríos no me gustan. Me opongo a ellos por cuestiones personales. No sé qué tiene que ver este Mandamiento conmigo ―le dije.

―No, Natalio, estás entendiendo mal. Lo que dice el Mandamiento es que tenés que evitar establecer un vínculo de pareja con dos mujeres en la misma época. ¿Entendés? ―me preguntó.
―Ah, sí, pero ni hace falta que me lo digas. Me cuesta convencer a una. No tengo chances de estar con dos. Pero, ¿por qué me lo decís?
―Son consejos que te doy basándome en mi experiencia… En los últimos años de la década del setenta prohibieron la práctica de muchas actividades, entre ellas los malabares. Yo, en ese entonces, era parte de la resistencia y era miembro de un grupo de siete malabaristas al que la gente llamaba “Los Siete Fantásticos”. Sin avisarle ni a nuestras familias, nos pintábamos la cara para que fuera más difícil reconocernos e íbamos, todos al mismo tiempo, a hacer malabares cada uno en un punto diferente de la ciudad.
―¿El mimo era uno de los siete? ―le pregunté.
―No, uno no. Era el mejor. Fue en ese entonces cuando nos conocimos.
―¿Y los otros cinco? ¿Dónde están ahora?
―Algunos cedieron a la presión y largaron, otro vive afuera y otro la pegó y trabaja en la televisión.
―¿Piñón Fijo? ―le pregunté.
―No puedo revelar su identidad. Hicimos un juramento ―me dijo.
―Está bien, pero ¿qué tiene que ver todo esto con eso de no estar con dos mujeres?
―Bueno, por el peligro al que nos exponía nuestra actividad, los malabaristas éramos tipos muy codiciados por las mujeres. Yo estaba empezando a enamorarme de tu madre, pero había también otra mujer en mi vida: Teresa Parodi.
―¿La cantante? ―pregunté sorprendido.
―No ―me dijo―. Esta vendía pochoclos en los encuentros clandestinos que organizábamos “Los Siete Fantásticos” para juntar dinero para comprar pinturas y reponer las piezas que perdíamos en nuestras huídas, porque se las arrojábamos a nuestros perseguidores. Tu mamá vendía pirulines y copos de azúcar. Había entre ellas una rivalidad comercial que se trasladó a lo amoroso convirtiéndome yo en el eje de la disputa. Al principio tenía dudas y, algo mareado por estar en la cima del éxito y la popularidad, traté de estar con las dos. Iba al cine con una el viernes a la noche; el sábado a la tarde iba con la otra a tomar unos mates a la vera del río… Al poco tiempo me decidí por tu madre, pero, a pesar de que nunca la engañé ni volví a mirar otra mujer con deseo, aún no puede perdonarme esa duda inicial. Siempre fue muy celosa. Para colmo, cada vez que teníamos una crisis, al día siguiente el dj en mi cabeza me hacía despertar cantando una canción de Teresa Parodi.
―¿La pochoclera?

―No. La cantante. Por eso es importante que te libremos de esa maldición.

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