viernes, 27 de septiembre de 2013

Día 270 - Las tablas

Hoy me desperté cantando “Día cero”, de La Ley. En realidad, me despertó mi viejo y, una vez que terminé de cantar, me pidió que fuéramos a la sala y nos sentamos frente a frente sobre los almohadones.
—Natalio —me dijo—, hoy es el último día de este, nuestro primer retiro juntos. Ante todo quiero que sepas que me produce un orgullo inmenso descubrir el hombre en el que te has convertido. Espero que hayas disfrutado tanto como disfruté yo de esta hermosa experiencia.
¿Orgullo? ¿Mi padre se sentía orgulloso de mí? La emoción me desbordaba, pero, tratando de contener las lágrimas, le pregunté por el Décimo y último Mandamiento.
—El último Mandamiento es: No tendrás en cuenta el Primer Mandamiento.
—¿Cómo? ¿El que dice que siempre que coma arroz tengo que comerlo con salsa rosa?
—Ese mismo.
—Y ¿por qué no tendría que tenerlo en cuenta? —le pregunté.

—Porque lo inventé el primer día. La verdad es que no estoy acostumbrado a cocinar. Preparé arroz, iba a hacer una tacita, pero me pareció poco, hice cinco o seis tazas y, como no quería tirarlo, inventé ese Mandamiento para poder darte arroz todos los días sin que me cuestionaras. Vení, vamos a la cocina.
En la cocina, sobre la mesa, había dos tablas de picada. En cada una de ellas, figuraban cinco Mandamientos escritos con rodajas de salamín, pedazos de queso de distintas variedades, mortadela, fetas de jamón crudo, anchoas, morrones, berenjenas, aceitunas y paté.

1-     Comerás arroz sólo con salsa rosa.
2-     No trabajarás en calles doble mano.
3-     Evitarás las siestas.
4-     Llegarás tarde a todos lados.
5-     No reirás.
6-     No usarás el pantalón al que se le baja el cierre junto con el calzoncillo al que se le desprenden los botones.
7-     No intentarás estar con dos mujeres al mismo tiempo.
8-     No comprarás bebidas gaseosas.
9-     No consumirás azúcar. Sólo edulcorante.
10- No tendrás en cuenta el Primer Mandamiento.

Atormentado por el recuerdo del arroz consumido durante las últimas dos semanas, comencé a comer con desesperación. Mi padre me observaba con ojos pletóricos de ternura.
—¿No comés? —le pregunté hablando con la boca llena.
—No. Es para que comas vos, pero tenés que comerte todo, porque es un acto simbólico mediante el cual estarías incorporando todos estos conocimientos de manera definitiva.

Le obedecí. No dejé nada. Sólo espero que la exposición prolongada al arroz y este atracón de quesos no le pasen factura a mi aparato digestivo.

4 comentarios: