Hoy me desperté cantando
“The end”, de The Doors. Y sí, es el
final del Centro de Contención y Reinserción para Gente con Problemas Pelotudos
y, probablemente, también haya llegado la hora de cerrar para siempre la
Fundación PROPEL. Teniendo en cuenta mi situación económica actual, no es una
mala noticia, porque toda la actividad en torno a los Pelotudos me consumía
mucho tiempo y no me dejaba ingreso alguno. Imagino que en el Centro de
Rehabilitación al que los llevaron encontrarán la mejor manera de tratarlos y
recuperarlos. Mi primo Luján, de Luján, y Samuel pueden seguir viviendo en el
conventillo, porque, con o sin fundación, la habitación me pertenece. La gané
en buena ley en una apuesta de caballeros.
Ayer, antes de regresar del
conventillo, quise saber por qué no habían llevado a Samuel para rehabilitarlo.
Luján me contó que, si bien había interpretado el aviso de Catalina como una
amenaza, por las dudas le pidió a Samuel que se escondiera en el ropero y que,
cuando vinieron a llevarse a los cinco Pelotudos y sólo encontraron a cuatro,
le preguntaron dónde estaba el que faltaba y señaló a un inquilino cualquiera.
El hombre trató de resistirse, sí, y negó que él fuera aquel al que estaban
buscando, pero de poco le sirvió, porque todos los Pelotudos habían recurrido a
los mismos recursos.
Debo confesar que me produjo
alegría descubrir que Luján tuviera un lado oscuro y fuera capaz de comportarse
de manera tan vil. El que por una vez en su vida se dejara gobernar por
sentimientos egoístas, sin importarle el sufrimiento de un hombre que no le
había hecho mal a nadie, hizo que me sintiera una mejor persona. Entre todos
los Pelotudos, eligió salvarlo a Samuel. Era evidente que los unía algo más que
una simple amistad.
Además de salvarlo, mi primo
me confesó que llevaba varios días ayudándolo a recuperarse de su adicción al
cannabis, que no me había contado antes porque temía que me enojara, porque
sabía que una vez que Samuel dejara la marihuana, dejaría de interesarle el
reggae y, en consecuencia, abandonaría la banda que lideraba, aquella que
lideraba y a la que un puñado de seguidores llamaban “Los Pope Papones”. Con
los demás miembros internados, la banda también había llegado a su fin.
Sí, definitivamente,
septiembre es el mes en el que las cosas se terminan. Recuerdo que fue
septiembre el mes durante el cual nos abandonó mi viejo, y fue septiembre el
mes en el cual murió el Gran Danés que mis viejos compraron para complementar
mi nacimiento, y fue septiembre el mes en el que sorprendí a mi acompañante
terapéutica con los dos morochos vendedores de joyas del barrio de Once, y fue
septiembre el mes en el que terminé la secundaria. Sí, cuatro años después de
haber terminado de cursar el quinto y último año, aprobé el examen de inglés de
primer año, materia que me había quedado previa. Sólo espero que Vicky no se
sume a esta moda; que transcurra septiembre y deje lugar a octubre sin que ella
haya decretado el fin de nuestra relación.
No te derpimas, Don Natalio. Todo final es un principio.
ResponderEliminar(Aunque ahora que lo pienso, no sé qué te tendrán que ven el final el principio y las primas)
No sé, Fernando. Mi viejo solía decir que, donde prima la razón, quien cree que el fin justifica los medios carece de principios. Pero no sé si tiene algo que ver con lo que vos planteabas.
EliminarSaludos!