Hoy me desperté cantando “El virus del miedo”, de Ismael Serrano. Me levanté procurando no hacer ruido
porque temía que, si la despertaba, Vicky pusiera fin a nuestra relación. Con
el objetivo de ahuyentar a los fantasmas de la separación, me puse a prepararle
el desayuno, pero estaba tan inseguro que me costaba avanzar. Sentía que
cualquier error podía convertirse en la gota que rebalsara el vaso. ¿Qué habría
sucedido si en lugar de edulcorante le hubiera puesto azúcar a su mate cocido? ¡Me
habría abandonado como al perro que soy!
Sí, mi intuición no suele fallar cuando de predecir tragedias se trata.
Definitivamnte, Vicky tenía planeado abandonarme. ¿El motivo? Lo desconozco,
porque a ella no le gusta hablar acerca de nuestra relación, acerca de
nosotros. En realidad, no le gusta hablar, o, mejor dicho, en algún momento
dejó de gustarle hablar conmigo… porque con otros habla la muy desalmada.
¿Qué iba a hacer? Algo tenía
que inventar. Un viaje quizá, al extranjero, armar mi bolso y refugiarme en
casa de mi vieja hasta que concluyera septiembre, el mes de los finales abruptos
y los abandonos. Había decidido marcharme y estaba juntando algo de ropa cuando
sonó el timbre. Abrí la puerta. Eran Samuel y mi primo Luján, de Luján.
—¡Pasen! ¡Adelante!
¡Bienvenidos! —les dije. Sabía que a Vicky le sería más difícil dejarme en
presencia de terceros— ¿Qué los trae por acá?
—Nada —dijo Samuel—. Me
echaron del conventillo y no tengo adonde ir.
—Pero, ¿por qué te echaron?
—Bicicleta me echó, por el
consumo de cannabis. Yo ya estoy limpio hace más de una semana, pero no me
creyó.
—¿Y vos, primo, viniste a
acompañarlo? —le pregunté a Luján.
—No —me respondió—. Discutí
con Héctor y me fui del conventillo para siempre. No pienso regresar.
—Y ¿dónde van a vivir?
¿Dónde van a pasar la noche?
—Bueno… eh… No queremos
abusar de su generosidad… —dijo Samuel— Se nos ocurrió la idea de solicitarles
una cantidad no muy grande de dinero e ir a buscar un hotelito...
—¡De ninguna manera! —les
dije. Sus rostros se llenaron de desilusión— Se quedan acá, con nosotros.
—Pero… ¿no tendrías que consultarlo
con Vicky? —me preguntó Luján.
—No. Con Vicky nos
entendemos tanto que ya casi no tenemos necesidad de hablar. Tenemos una
relación muy sana y podemos pasar días sin decirnos una sola palabra.
—Pero, Natalio —me dijo en voz
baja luego de aproximarse a mí—, ella es mujer, nosotros tres somos hombres,
esto es un monoambiente… ¿estás seguro de que va a estar de acuerdo?
—Sí, vos quedate tranquilo,
que yo me ocupo.
—No sé, Natalio. Una pareja
necesita tener intimidad…
—No, para nada. A nosotros
no nos gusta eso. Ustedes quédense acá todo el tiempo que puedan y si ven que estamos
hablando, interrúmpannos sin miedo, que es algo que nos divierte mucho.
Qué situación confusa, Don Natalio.
ResponderEliminarMejor, Fernando, cuanta más confusión, menos oportunidades para que Vicky me deje.
EliminarSaludos!