martes, 16 de julio de 2013

Día 197 - Puras supersticiones

Hoy me desperté cantando “The winner takes it all”, de ABBA. Por tercera noche consecutiva, Vicky y yo compartimos cama, pero esta vez, si bien nos dormimos abrazados, despertamos dándonos la espalda. Como la cama es chica, era difícil que alguno de los dos se diera vuelta, por lo que así como estábamos, ella mirando a la pared y yo hacia la puerta, charlamos un buen rato.
—Gordi… —me dijo en un momento determinado.
¡Y dale con el Gordi! Acomplejado, me llevé una mano a la panza y traté de medir la grasa abdominal.
—Natalio… —insistió Vicky.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Nada —me dijo—, que extraño a Luján, a Sammy y al mimo. Tengo ganas de verlos.

Bueno, por lo menos no lo había nombrado a Arnoldo. No necesitaba verle la cara para saber que lo había dicho con esa expresión de tristeza con la que podía convencerme de hacer cualquier cosa. Si me hubiera pedido que construyera un arca y que metiera en ella dos ejemplares de cada especie, le habría hecho caso. ¿Cómo no iba, entonces, a llevarla al conventillo de Héctor “Bicicleta” Perales? De paso aprovecharía para cobrarme la apuesta que había ganado gracias a la victoria de Vicky en su revancha con “La Mole Moni”.
Estacionamos en la puerta del conventillo. Al vernos llegar, los purretes que me habían robado la escaladora y estaban jugando en la vereda, entraron corriendo al lugar. A los pocos segundos, Samuel, mi primo Luján, de Luján, y el mimo bajaron las escaleras corriendo a toda velocidad y se fundieron con Vicky en un abrazo grupal. Luego de saludarnos, subimos todos juntos las dos escaleras que nos separaban de la planta más alta y entramos a la habitación de la que Bicicleta tendría que cederme el control. A excepción de la escaladora, no había ni una sola cosa en toda la habitación. La habían vaciado. El gesto no me pareció digno de un caballero, pero mejor, porque podríamos darle al lugar el estilo que se nos antojara. En eso estábamos, recorriendo la habitación e imaginando cómo lo equiparíamos, cuando La Mole y Bicicleta se detuvieron al otro lado de la puerta.
—Acá podríamos poner un cuadro, o un póster de un tipo musculoso… Como Arnoldo —dijo Luján, señalando la pared delante de la escaladora.
—Y en algún lugar deberíamos colocar un reflejo gigante —dijo Samuel.
—Si están pensando en convertir la habitación en un telo, se equivocaron de lugar —dijo Bicicleta y, tras pedir permiso con un movimiento de cabeza, ingresó a la habitación—. Está es una casa decente y no vamos a permitir que hagan nada que manche nuestra reputación.
—No, Bicicleta —le dije—, bajá un cambio. Nadie quiere manchar ninguna reputación. Los telos no son los únicos lugares que tienen espejos gigantes. Los hay, también, en los gimnasios. De todos modos, tampoco es un gimnasio lo que vamos a hacer. Tengo mejores planes para esta habitación.
—¿A sí? ¿Y en qué consisten esos planes, Don Natalio? —me preguntó.
—Lo sabrás a su debido momento, Héctor. Es de mala suerte andar contando las cosas antes de que se concreten.
—¡Bah! ¡Puras supersticiones! —dijo y se fue de la habitación. Luego de clavar en Vicky una mirada cargada de desprecio, La Mole salió detrás de él.

Vicky y yo nos quedamos ahí hasta que, cerca de la medianoche, regresamos al monoambiente, felices y reconfortados por el día que habíamos compartido con nuestros amigos.

2 comentarios:

  1. Bueno, por lo menos ya han pasado 3 días y Vicky duerme con vos. Es un buen síntoma, me parece.

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