Hoy me desperté cantando “El gran varón”, versión de Willie Colón. Si bien amanecimos dándonos la espalda
por segunda noche consecutiva, creo que la historia que cuenta la canción y la
sensibilidad que puse en la interpretación conmovieron a Vicky, porque estoy
casi seguro de haberla oído sollozar. Cuando terminé de cantar, me levanté de
la cama; ella se levantó, me preguntó si quería que desayunáramos juntos; le
dije que sí; me preguntó qué me gustaría tomar; le dije que una lágrima estaría
bien.
—¡Siempre arruinás todo con
tu humor pelotudo! —me dijo— ¡Me despertás cantando una canción hermosa, tocás
fibras sensibles, y después te burlas de mí porque me emociono!
El planteo me tranquilizó. Al
menos por un momento, las cosas habían vuelto a su lugar. Vicky me hacía un
planteo típicamente femenino y yo, como buen varón, no entendía nada de lo que
me estaba diciendo. Por las dudas, le pedí perdón y cambié la lágrima por un
café con leche.
A eso de las dos de la
tarde, le pedí que me acompañara al conventillo. De inmediato, quiso saber cuál sería el
motivo de la visita.
—Vamos a trabajar con los
chicos para refaccionar la habitación que le ganamos a Héctor “Bicicleta”
Perales —le expliqué.
—Y ¿para qué la querés
refaccionar? —me preguntó.
—Eso no te lo puedo decir —le
respondí, porque aunque Bicicleta lo considere una superstición estúpida, ya he
comprobado, y en infinidad de oportunidades, que contar un proyecto antes de
concretarlo aumenta significativamente las chances de fracasar.
En el conventillo tuvimos
que anunciarnos primero en la puerta de entrada y luego en el nacimiento de
cada una de las escaleras, porque Bicicleta había puesto un guardia en cada uno
de los lugares de acceso, había provisto a cada uno de los guardias de una
lista en la que figuraban mi nombre y el de Vicky, y les había impartido la
orden de no dejar pasar a nadie cuyo nombre no estuviera en la lista. En la
habitación, el mimo, Samuel y mi primo Luján, de Luján, nos esperaban con todos
los elementos necesarios para ponernos a trabajar.
—Bueno —les dije tras reunirlos
en el centro de la habitación—, la idea es hacer una división de durloc, lijar
y pintar las paredes, encementar el piso y hacer otra ventana. Eso, para
empezar.
—Yo me voy —dijo Samuel—.
Tengo cosas que hacer.
El mimo no dijo nada, pero
se fue con él, y Vicky, que parecía determinada a retomar sus entrenamientos,
fue a ejercitarse en la escaladora. Habíamos quedado Luján y yo, mano a mano,
para hacer todo el trabajo. Le pedí que me acompañara a la furgonetita a buscar
unas bolsas de cemento (eran cinco en total), pero cuando, con una bolsa al
hombro cada uno, estábamos a punto de reingresar al conventillo, el guardia de
la puerta permitió que Luján pasara y me detuvo.
—Nombre y apellido, señor —me
dijo.
—Acabo de salir —le respondí—.
Vos me viste… Don Natalio Gris me llamo. Estoy en la lista.
—Efectivamente, señor. Puede
pasar, pero no con la bolsa. Para eso necesita autorización escrita del
encargado del conventillo.
¡La puta madre! Por suerte
lo tenía a Luján. El pobre tuvo que subir solo, sin la ayuda de nadie, las
cinco bolsas hasta la tercera planta. Después se hizo cargo de todo el trabajo.
Mientras lijaba, me contó que tenía experiencia en tareas de ese tipo, que de
más chico había trabajado como ayudante de albañil y que en aquel entonces lo
apodaban “el as del fratacho”, debido a la pericia con la que manejaba tan loable
utensilio. Si algo aprendí en la vida es que siempre es mejor dejar que trabaje
aquel que sabe cómo hacerlo, por lo que, para no estorbar y acompañar de la
mejor manera, abandoné la actividad y bajé a la cocina con la intención de
preparar unos mates. En la puerta, uno de los guardias de Bicicleta me detuvo y
me informó que ni la cocina ni los baños eran de uso común y que para hacer uso
de esas instalaciones debía ser autorizado por el encargado o, en su defecto,
por su señora esposa.
¿Qué le iba a hacer? Lamentablemente,
volví a subir con las manos vacías, y así las mantuve hasta que, unos minutos
antes de la medianoche, Luján concluyó el trabajo y Vicky y yo regresamos a
nuestro monoambiente. Estoy agotado. Esto de supervisar y coordinar la obra me
quitó todas las energías. Pero bueno, todo sea por concretar el proyecto que
hasta hace unos días parecía ser un sueño irrealizable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario