miércoles, 17 de julio de 2013

Día 198 - El as del fratacho

Hoy me desperté cantando “El gran varón”, versión de Willie Colón. Si bien amanecimos dándonos la espalda por segunda noche consecutiva, creo que la historia que cuenta la canción y la sensibilidad que puse en la interpretación conmovieron a Vicky, porque estoy casi seguro de haberla oído sollozar. Cuando terminé de cantar, me levanté de la cama; ella se levantó, me preguntó si quería que desayunáramos juntos; le dije que sí; me preguntó qué me gustaría tomar; le dije que una lágrima estaría bien.
—¡Siempre arruinás todo con tu humor pelotudo! —me dijo— ¡Me despertás cantando una canción hermosa, tocás fibras sensibles, y después te burlas de mí porque me emociono!
El planteo me tranquilizó. Al menos por un momento, las cosas habían vuelto a su lugar. Vicky me hacía un planteo típicamente femenino y yo, como buen varón, no entendía nada de lo que me estaba diciendo. Por las dudas, le pedí perdón y cambié la lágrima por un café con leche.
A eso de las dos de la tarde, le pedí que me acompañara al conventillo. De inmediato, quiso saber cuál sería el motivo de la visita.

—Vamos a trabajar con los chicos para refaccionar la habitación que le ganamos a Héctor “Bicicleta” Perales —le expliqué.
—Y ¿para qué la querés refaccionar? —me preguntó.
—Eso no te lo puedo decir —le respondí, porque aunque Bicicleta lo considere una superstición estúpida, ya he comprobado, y en infinidad de oportunidades, que contar un proyecto antes de concretarlo aumenta significativamente las chances de fracasar.
En el conventillo tuvimos que anunciarnos primero en la puerta de entrada y luego en el nacimiento de cada una de las escaleras, porque Bicicleta había puesto un guardia en cada uno de los lugares de acceso, había provisto a cada uno de los guardias de una lista en la que figuraban mi nombre y el de Vicky, y les había impartido la orden de no dejar pasar a nadie cuyo nombre no estuviera en la lista. En la habitación, el mimo, Samuel y mi primo Luján, de Luján, nos esperaban con todos los elementos necesarios para ponernos a trabajar.
—Bueno —les dije tras reunirlos en el centro de la habitación—, la idea es hacer una división de durloc, lijar y pintar las paredes, encementar el piso y hacer otra ventana. Eso, para empezar.
—Yo me voy —dijo Samuel—. Tengo cosas que hacer.
El mimo no dijo nada, pero se fue con él, y Vicky, que parecía determinada a retomar sus entrenamientos, fue a ejercitarse en la escaladora. Habíamos quedado Luján y yo, mano a mano, para hacer todo el trabajo. Le pedí que me acompañara a la furgonetita a buscar unas bolsas de cemento (eran cinco en total), pero cuando, con una bolsa al hombro cada uno, estábamos a punto de reingresar al conventillo, el guardia de la puerta permitió que Luján pasara y me detuvo.
—Nombre y apellido, señor —me dijo.
—Acabo de salir —le respondí—. Vos me viste… Don Natalio Gris me llamo. Estoy en la lista.
—Efectivamente, señor. Puede pasar, pero no con la bolsa. Para eso necesita autorización escrita del encargado del conventillo.
¡La puta madre! Por suerte lo tenía a Luján. El pobre tuvo que subir solo, sin la ayuda de nadie, las cinco bolsas hasta la tercera planta. Después se hizo cargo de todo el trabajo. Mientras lijaba, me contó que tenía experiencia en tareas de ese tipo, que de más chico había trabajado como ayudante de albañil y que en aquel entonces lo apodaban “el as del fratacho”, debido a la pericia con la que manejaba tan loable utensilio. Si algo aprendí en la vida es que siempre es mejor dejar que trabaje aquel que sabe cómo hacerlo, por lo que, para no estorbar y acompañar de la mejor manera, abandoné la actividad y bajé a la cocina con la intención de preparar unos mates. En la puerta, uno de los guardias de Bicicleta me detuvo y me informó que ni la cocina ni los baños eran de uso común y que para hacer uso de esas instalaciones debía ser autorizado por el encargado o, en su defecto, por su señora esposa.

¿Qué le iba a hacer? Lamentablemente, volví a subir con las manos vacías, y así las mantuve hasta que, unos minutos antes de la medianoche, Luján concluyó el trabajo y Vicky y yo regresamos a nuestro monoambiente. Estoy agotado. Esto de supervisar y coordinar la obra me quitó todas las energías. Pero bueno, todo sea por concretar el proyecto que hasta hace unos días parecía ser un sueño irrealizable.

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