Hoy me desperté cantando “The winner takes it all”, de ABBA. Por tercera noche consecutiva, Vicky y yo
compartimos cama, pero esta vez, si bien nos dormimos abrazados, despertamos
dándonos la espalda. Como la cama es chica, era difícil que alguno de los dos
se diera vuelta, por lo que así como estábamos, ella mirando a la pared y yo
hacia la puerta, charlamos un buen rato.
—Gordi… —me dijo en un
momento determinado.
¡Y dale con el Gordi!
Acomplejado, me llevé una mano a la panza y traté de medir la grasa abdominal.
—Natalio… —insistió Vicky.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Nada —me dijo—, que extraño
a Luján, a Sammy y al mimo. Tengo ganas de verlos.
Bueno, por lo menos no lo
había nombrado a Arnoldo. No necesitaba verle la cara para saber que lo había
dicho con esa expresión de tristeza con la que podía convencerme de hacer
cualquier cosa. Si me hubiera pedido que construyera un arca y que metiera en
ella dos ejemplares de cada especie, le habría hecho caso. ¿Cómo no iba,
entonces, a llevarla al conventillo de Héctor “Bicicleta” Perales? De paso
aprovecharía para cobrarme la apuesta que había ganado gracias a la victoria de
Vicky en su revancha con “La Mole Moni”.
Estacionamos en la puerta
del conventillo. Al vernos llegar, los purretes que me habían robado la
escaladora y estaban jugando en la vereda, entraron corriendo al lugar. A los
pocos segundos, Samuel, mi primo Luján, de Luján, y el mimo bajaron las
escaleras corriendo a toda velocidad y se fundieron con Vicky en un abrazo
grupal. Luego de saludarnos, subimos todos juntos las dos escaleras que nos
separaban de la planta más alta y entramos a la habitación de la que Bicicleta
tendría que cederme el control. A excepción de la escaladora, no había ni una
sola cosa en toda la habitación. La habían vaciado. El gesto no me pareció
digno de un caballero, pero mejor, porque podríamos darle al lugar el estilo
que se nos antojara. En eso estábamos, recorriendo la habitación e imaginando
cómo lo equiparíamos, cuando La Mole y Bicicleta se detuvieron al otro lado de
la puerta.
—Acá podríamos poner un cuadro,
o un póster de un tipo musculoso… Como Arnoldo —dijo Luján, señalando la pared
delante de la escaladora.
—Y en algún lugar deberíamos
colocar un reflejo gigante —dijo Samuel.
—Si están pensando en
convertir la habitación en un telo, se equivocaron de lugar —dijo Bicicleta y,
tras pedir permiso con un movimiento de cabeza, ingresó a la habitación—. Está
es una casa decente y no vamos a permitir que hagan nada que manche nuestra
reputación.
—No, Bicicleta —le dije—,
bajá un cambio. Nadie quiere manchar ninguna reputación. Los telos no son los
únicos lugares que tienen espejos gigantes. Los hay, también, en los gimnasios.
De todos modos, tampoco es un gimnasio lo que vamos a hacer. Tengo mejores planes para esta habitación.
—¿A sí? ¿Y en qué consisten esos planes, Don Natalio? —me preguntó.
—Lo sabrás a su debido momento,
Héctor. Es de mala suerte andar contando las cosas antes de que se
concreten.
—¡Bah! ¡Puras
supersticiones! —dijo y se fue de la habitación. Luego de clavar en Vicky una mirada cargada de desprecio, La Mole salió detrás de él.
Vicky y yo nos quedamos ahí
hasta que, cerca de la medianoche, regresamos al monoambiente, felices y
reconfortados por el día que habíamos compartido con nuestros amigos.
Bueno, por lo menos ya han pasado 3 días y Vicky duerme con vos. Es un buen síntoma, me parece.
ResponderEliminarEs cierto, Fernando. Por ahora venimos bien.
EliminarSaludos!