Hoy me desperté cantando “The power of love”, de Celine Dion. Vicky y yo volvimos a dormir abrazados y, sin
soltarla ni por un segundo, mirándola a los ojos, le canté entre susurros. Llegando
al final de la canción, sonó su celular y, aunque le pedí con la mirada que no
se levantara, a pesar de que me aferré a ella con todas mis fuerzas, se
desembarazó de mis brazos y fue a atender. ¿Quién podía molestar a esa hora e
interrumpir un momento tan romántico? Arnoldo Jorge Negri. ¿Quién si no?
Llevaban cinco minutos de
charla cuando mi paciencia llegó a su límite y, con la excusa de besarla en el
cuello, me acerqué para ver si podía oír parte de lo que le estaba diciendo el
gigante musculoso, pero Vicky reclinó la cabeza hacia atrás y ocultó su cuello
debajo de su nuca. Después se dio vuelta, hizo un gesto que evidenciaba el
fastidio que le había provocado mi ocurrencia y se encerró en el baño. Salió a
los veinte minutos con el rostro enrojecido por el calor del agua, una toalla
envolviéndole los cabellos y su bata rosa cubriéndole el cuerpo, y antes de
cortar el teléfono se despidió de Arnoldo. ¿Podía ser posible que hubieran seguido
hablando mientras ella se daba un baño de inmersión? De cierto modo, se habían
bañado juntos y, aunque no la había visto, había hablado con mi novia estando
ella desnuda. No lo pude tolerar. Los celos me dominaron y me ganó la idea de
que para tranquilizarme necesitaría que Vicky me ofreciera una prueba de su
amor. Me acerqué a ella y, hablándole al oído, le dije:
—Te amo.
—Gracias —me respondió y
apartó la cabeza.
Por temor a que mi hálito
matinal hubiera sido la causa de su distanciamiento, fui al baño y me cepillé
los dientes. Me acerqué a ella y hablándole cara a cara le dije:
—Vicky…
—¿Qué? —me preguntó.
—Te adoro.
Como toda respuesta, apenas
esbozó una sonrisa.
—¿Vos? —le pregunté.
—¿Yo qué?
—¿No tenés nada para
decirme?
—Sí…
—¿Qué? —le pregunté, algo
ansioso.
—Andá a comprar el pan y
traete, de paso, una lata de salsa de tomate.
—Uh, bueno —le dije y, antes
de cerrar la puerta, asomé la cabeza y pronuncié su nombre.
—¿Qué? —me preguntó un tanto
exasperada por mi insistencia.
—Nada, que te quiero mucho.
—Bueno, dale, andá a comprar
el pan, no vaya a ser cosa que cierre la panadería.
—Pero, ¿vos no me decís
nada?
—¿Qué querés que te diga,
gordito?
—¿Gordito? Vos nunca me
decís gordito. ¿Qué? ¿Engordé? ¿Por eso no te gusto? ¿Por qué no soy grandote
ni tengo abdominales?
—¿Qué decís, Natalio? No
seas pesado.
—¡Ah! ¡Pesado! ¿Ves que
tengo razón?
—¡Andá a comprar el pan,
querés, carajo! ¡No me pongas nerviosa! —me gritó.
El susto me llevó a cerrar
la puerta. Apenas si llegué a quitar la cabeza. Afortunadamente, el ascensor
estaba ahí, en el quinto piso. Me subí y comencé a bajar, pero llegando al
tercer piso me arrepentí, lo detuve y continué el descenso por las escaleras. Sentía
que había engordado y necesitaba hacer ejercicios. Por ese motivo, en lugar de
ir a la panadería más cercana, corrí tres cuadras hasta la siguiente y dos más
hasta el supermercado chino en el que compraría la salsa de tomate. Compré pan
de salvado —tenía que comenzar a cuidarme— y, además de la lata que me había
encargado Vicky, conseguí algún que otro producto dietético. Espero que no se
enoje. A ella no le gustan los alimentos “light”. No sé por qué, pero a veces
siento que tenemos los roles invertidos; que ella es mi hombre y yo, su mujer.
Don Natalio, hay algunas cosas que he pensado: vos tenés el culo de Jesica Cirio, y Vicky se dedica al boxeo. Es decir que no solamente están los roles invertidos, según creo.
ResponderEliminarNo sé si esto es bueno o malo, solamente lo resalto porque me llamó la atención
¡Salud!
Sí, Fernando. Parece que al movimiento feminista se le fue la mano con eso de la igualdad y terminaron dando vuelta las cosas. Lo único que espero es que no terminen contratándonos para hacer las publicidades del yogur que se jacta de ser la onda verde del tránsito intestinal.
EliminarSaludos!