Hoy me desperté cantando “Nadie es perfecto”, de Los Caligaris. Me levanté de inmediato, sin importarme si
Vicky y yo estábamos abrazándonos o dándonos la espalda. Estaba preocupado por
el trabajo que habíamos hecho ayer en la habitación del conventillo y sentí la
necesidad imperiosa de ir a ver si el cemento y la pintura habían secado para
continuar con la siguiente etapa. Mientras terminaba de cantar, me afeité, me
di una ducha y salí a la calle sin despertar a mi amada.
Gracias a que llegué
temprano al conventillo, no tuve inconvenientes ni para ingresar ni para subir
las escaleras, porque los guardias que respondían a Héctor “Bicicleta” Perales,
al igual que la mayoría de los inquilinos del conventillo, no se despertaban
hasta después del mediodía.
Subí hasta la planta más
alta, me paré en la puerta de nuestra habitación y vi que estaba siendo ocupada
por un montón de personas que dormían sobre el piso recién colocado. Si
Bicicleta no hubiera sido tan estricto y nos hubiera permitido circular con
libertad por todo el conventillo, la invasión no me habría molestado, pero
teniendo en cuenta la hostilidad con la que había sido tratado, decidí
aprovechar la oportunidad para vengarme y los eché de ahí luego de despertarlos
a los gritos. No me llevó mucho tiempo arrepentirme de lo que había hecho. Bastó
con que los hombres que acababa de despertar me rodearan para que me diera
cuenta de que había cometido un acto temerario, que sin Vicky ni Arnoldo no
había nadie que pudiera defenderme. Por fortuna, mi primo Luján, de Luján, los
convenció de que salieran sin hacerme daño.
Cuando estuvimos solos, le
pregunté por la posibilidad de instalar un baño y una cocina en la habitación,
porque si Héctor “Bicicleta” Perales no iba a permitirnos hacer libre uso de
las instalaciones del conventillo, iba a ser muy complicado vivir con
normalidad sin tener garantizados los medios para cubrir las necesidades básicas.
—Mirá —me dijo—, como ser
posible, es posible, pero me parece que sería mucho más sencillo que Héctor y
vos hablaran como dos personas civilizadas y se pusieran de acuerdo.
—Ay, Luján, vos sos joven
todavía, pero algún día vas a crecer y vas a entender que en el mundo de los
adultos los problemas no se resuelven hablando, sino doblando la apuesta.
¿Podrás tener todo listo para hoy? Me gustaría inaugurar la obra mañana.
—¿Terminar hoy? Trabajando yo
solo, imposible —me dijo, negando con la cabeza.
—¡Pero, por favor, Luján! ¿Cómo
solo? ¿Para qué te creés que vine si no es para ayudarte?
Trabajamos hombro a hombro y
sin descanso durante varias horas, hasta ya entrada la noche. Ahora hicimos un
receso y en unos minutos volvemos a trabajar. A mí me da la impresión de que no
vamos a llegar a terminar a tiempo, pero Luján parece confiado y dice que si
mantenemos el ritmo que llevamos, tendremos todo listo antes del amanecer. Por las
dudas, la llamé a Vicky y le dije que lo más probable era que no volviera a
dormir. No le preocupó en lo más mínimo, pero en lugar de alegrarme por tener
una novia permisiva, me preocupó la posibilidad de que estuviera con otro. No veo
la hora de terminar esta obra de mierda para ir y sorprenderla ahí,
revolcándose con el otro.
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