Hoy me desperté cantando “15 - 5”, de Divididos. Casualmente, o no, esa era la hora a la que había sido
pautado el pesaje para la gran revancha entre Vicky y “La Mole Moni”. Después
de almorzar unos panchos que yo mismo preparé, me bañé y los pasé a buscar primero
a Vicky y después a Arnoldo para ir al gimnasio de este último, que era el
lugar acordado para la ceremonia.
Llegamos, levantamos las
persianas, encendimos las luces, colocamos la balanza dentro del cuadrilátero
de entrenamiento y, para pasar el tiempo hasta que los demás llegaran,
repasamos algunos conceptos y puntos clave de nuestra estrategia. Vicky estaba
sumamente enfocada; atenta a todos los detalles de los que dependería su
victoria. Sí, verla así, tan segura de sus posibilidades, me llenaba de
confianza. Sin embargo, mi convicción se desvaneció cuando La Mole ingresó al
gimnasio.
Era gigantesca y tuvo que
encogerse para atravesar la puerta. Detrás de ella, entraron Héctor “Bicicleta”
Perales y el mimo, y unos segundos más tarde, Samuel y mi primo Luján, de
Luján. Tras saludarnos, Samuel se acercó a Arnoldo y le preguntó si ya había
enchufado el micrófono y probado el sonido. Arnoldo le dijo que sí, que estaba
todo listo y Samuel dio comienzo a la ceremonia.
El lugar se había llenado de
fotógrafos y cronistas de los periódicos y las radios del barrio. Al parecer,
la pelea había cobrado cierta notoriedad. La primera en pesarse fue La Mole. Se
quitó la bata y la audiencia lanzó una exclamación en la que convivían la
admiración y el espanto. Samuel anunció el peso oficial y una nueva exclamación
se convirtió en el eco de la anterior.
—Ciento veintiocho kilos,
cuatrocientos treinta y dos gramos —había dicho.
Lucía más fuerte que en la
primera pelea y había ganado en músculo lo que había perdido en grasa.
Llegó el turno de Vicky. Se
quitó la bata y recibió silbidos y piropos por parte de los presentes. Su peso
fue la mitad exacta del que había marcado La Mole:
—Sesenta y cuatro kilos,
doscientos dieciséis gramos —dijo Samuel.
Mientras las púgiles posaban
una frente a otra, lanzándose miradas de desprecio para las cámaras, Bicicleta
se acercó hasta donde yo estaba y me estrechó la mano.
—Mucha suerte para mañana,
Don Natalio —me dijo—. Ganará la mejor.
—Sí, mucha suerte para vos
también, Héctor —le respondí y en lugar de soltarle la mano, apreté con más
fuerza—. Ganará la más menudita.
—No —dijo él—. Ganará la más
pesada.
—Ganará la misma que ganó la
primera vez.
—Ganará la que tenga sed de
revancha.
—Ganará la Victoria —dije y
solté su mano.
—¿Está seguro? —me preguntó.
—Como que me llamo Don
Natalio Gris —le dije.
—Bueno, entonces no tendrá
inconveniente en que hagamos una apuesta —me dijo—. Para hacerlo más
interesante, vio.
Reconozco que me excedí,
pero no podía titubear a tan pocas horas de la gran revancha. Ahora, si La Mole
gana, deberé entregarle la furgonetita Volkswagen y cederles definitivamente la
tenencia de mi primo Luján, de Luján. Si Vicky gana, Héctor “Bicicleta” Perales
deberá devolverme la escaladora y quedaré a cargo de la planta más alta de su
conventillo.
Vamos Natalio todavía! Por fin te unes a mí lema fuerza y fe, saludos
ResponderEliminarNo lo conocía, Anó, pero parece un buen lema.
EliminarSaludos!
jajaja esta bueno,pero le falta un poco de picante,
ResponderEliminarMuchas gracias, Fucata. Lo mismo le dije a Luján el día que nos preparó unos tacos.
EliminarSaludos!