Hoy me desperté cantando “Desnudo para siempre (despedazado por mil partes)”, de La Renga. Era la primera vez que
comenzaba el día solo en el monoambiente después de mucho tiempo y si bien la
canción que el dj en mi cabeza había elegido no era compatible con la
nostalgia, en mi mente desfilaron, una tras otra, imágenes de momentos felices
que habíamos compartido con mis ex convivientes.
Quizá eso ayudó, ahora puedo
verlo con mayor claridad, a que fuera al conventillo a hablar con mi primo
Luján, de Luján, y con Samuel para que me dieran información. El primero,
acerca del mimo y su relación con mi vieja; el segundo, respecto de “La Mole
Moni” y su preparación para la revancha.
Recién amanecía cuando
estacioné la furgonetita en pleno territorio de Héctor “Bicicleta” Perales.
Entre las casas, que se sacudían los restos de la noche, aún resonaba el canto
de los primeros gallos. Era muy temprano y en la puerta del conventillo nadie
vigilaba. Supuse que el guardia estaría durmiendo y, con suma precaución,
ingresé y subí las dos escaleras que me separaban de la planta en la que había
funcionado mi gimnasio y en la que muy probablemente mis antiguos compañeros de
vivienda estarían durmiendo el sueño de los justos. Efectivamente, ahí estaban
los tres, compartiendo habitación con otros seis o siete hombres. Caminando en
puntas de pie, me acerqué a Samuel y le toqué el hombro mientras, procurando
que se mantuviera en silencio al despertar, colocaba delante de mi boca el
índice de mi otra mano.
—¿Qué sucede? —inquirió
hablando entre susurros.
En gestos sucesivos, le
señalé a Luján, le indiqué que lo despertara, señalé al mimo, le indiqué que lo
dejara seguir durmiendo, y señalé hacia arriba, para que entendiera que estaría
esperándolos en la terraza del conventillo. Cinco minutos más tarde ambos
pondrían un pie sobre el techo del conventillo y, agobiados por la claridad del
día, fruncirían los ojos.
Con sutileza, fui llevando
la charla hacia los temas que me preocupaban.
—¿La viste a mi vieja estos
últimos días? —le pregunté a Luján.
—Sí —respondió él—. El
domingo, ella, el mimo, Héctor y Moni me llevaron a la plaza, a dar unas
vueltas en la calesita.
Evidentemente, Luján ocupaba
el lugar de un hijo pequeño en la vida de La Mole Moni, por lo que decidí que
lo mejor sería que él no estuviera cuando interrogara a Samuel respecto a la
preparación de la rival de mi pupila. Para quedarme unos minutos a solas con Samuel,
le pedí que fuera a preparar unos mates.
Estando solos, no necesité de
mucho para lograr que el hombre sin “p” hablara. Bastó que expresara mi
preocupación por la integridad física de Vicky.
—Sí, yo también temo que su
salud sea amenazada —me dijo— ¡La Mole es un animal! Combate con cinco hombres
a la vez, quiebra ladrillos con la frente, levanta autos con una mano, degolla
gallinas con la boca…
Luján volvió trayendo
consigo el equipo de mate, pero me fui sin siquiera probar uno. Estaba
consternado por lo que me había contado Samuel, y además quería evitar que
Bicicleta me sorprendiera dentro de su territorio. Bajé las escaleras. La
puerta de entrada era vigilada por el guardia habitual. Para desconcertarlo, lo
saludé con naturalidad. Para cuando reaccionó, yo ya había arrancado la
furgonetita y manejaba de regreso al monoambiente.
Aunque sobran los motivos
para temer por la salud de mi pupila, ya es un poco tarde para suspender la
pelea. Sólo me queda rezar y esperar que tanto esfuerzo y entrenamiento
terminen dando sus frutos. Mañana será un día importante: el día del pesaje.
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