jueves, 4 de julio de 2013

Día 185 - Los ex convivientes

Hoy me desperté cantando “Desnudo para siempre (despedazado por mil partes)”, de La Renga. Era la primera vez que comenzaba el día solo en el monoambiente después de mucho tiempo y si bien la canción que el dj en mi cabeza había elegido no era compatible con la nostalgia, en mi mente desfilaron, una tras otra, imágenes de momentos felices que habíamos compartido con mis ex convivientes.
Quizá eso ayudó, ahora puedo verlo con mayor claridad, a que fuera al conventillo a hablar con mi primo Luján, de Luján, y con Samuel para que me dieran información. El primero, acerca del mimo y su relación con mi vieja; el segundo, respecto de “La Mole Moni” y su preparación para la revancha.

Recién amanecía cuando estacioné la furgonetita en pleno territorio de Héctor “Bicicleta” Perales. Entre las casas, que se sacudían los restos de la noche, aún resonaba el canto de los primeros gallos. Era muy temprano y en la puerta del conventillo nadie vigilaba. Supuse que el guardia estaría durmiendo y, con suma precaución, ingresé y subí las dos escaleras que me separaban de la planta en la que había funcionado mi gimnasio y en la que muy probablemente mis antiguos compañeros de vivienda estarían durmiendo el sueño de los justos. Efectivamente, ahí estaban los tres, compartiendo habitación con otros seis o siete hombres. Caminando en puntas de pie, me acerqué a Samuel y le toqué el hombro mientras, procurando que se mantuviera en silencio al despertar, colocaba delante de mi boca el índice de mi otra mano.
—¿Qué sucede? —inquirió hablando entre susurros.
En gestos sucesivos, le señalé a Luján, le indiqué que lo despertara, señalé al mimo, le indiqué que lo dejara seguir durmiendo, y señalé hacia arriba, para que entendiera que estaría esperándolos en la terraza del conventillo. Cinco minutos más tarde ambos pondrían un pie sobre el techo del conventillo y, agobiados por la claridad del día, fruncirían los ojos.
Con sutileza, fui llevando la charla hacia los temas que me preocupaban.
—¿La viste a mi vieja estos últimos días? —le pregunté a Luján.
—Sí —respondió él—. El domingo, ella, el mimo, Héctor y Moni me llevaron a la plaza, a dar unas vueltas en la calesita.
Evidentemente, Luján ocupaba el lugar de un hijo pequeño en la vida de La Mole Moni, por lo que decidí que lo mejor sería que él no estuviera cuando interrogara a Samuel respecto a la preparación de la rival de mi pupila. Para quedarme unos minutos a solas con Samuel, le pedí que fuera a preparar unos mates.
Estando solos, no necesité de mucho para lograr que el hombre sin “p” hablara. Bastó que expresara mi preocupación por la integridad física de Vicky.
—Sí, yo también temo que su salud sea amenazada —me dijo— ¡La Mole es un animal! Combate con cinco hombres a la vez, quiebra ladrillos con la frente, levanta autos con una mano, degolla gallinas con la boca…
Luján volvió trayendo consigo el equipo de mate, pero me fui sin siquiera probar uno. Estaba consternado por lo que me había contado Samuel, y además quería evitar que Bicicleta me sorprendiera dentro de su territorio. Bajé las escaleras. La puerta de entrada era vigilada por el guardia habitual. Para desconcertarlo, lo saludé con naturalidad. Para cuando reaccionó, yo ya había arrancado la furgonetita y manejaba de regreso al monoambiente.

Aunque sobran los motivos para temer por la salud de mi pupila, ya es un poco tarde para suspender la pelea. Sólo me queda rezar y esperar que tanto esfuerzo y entrenamiento terminen dando sus frutos. Mañana será un día importante: el día del pesaje.

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