Hoy me desperté cantando “¿Qué pasó?”, de Bersuit Vergarabat. Llegó el día. Esta noche, en la sede central de
la Iglesia Universal del Reino de Dios, Vicky y “La Mole Moni” disputarán la
esperada revancha. Estaba tan nervioso, pero tan nervioso, que no quise abandonar
la cama y, como una medida desesperada para pensar en otra cosa o no pensar en
nada, levanté la persiana que cubre el afiche de Daniel Amoroso y lo contemplé
largamente. No me sirvió de nada. Imágenes del rostro de Vicky golpeado y
ensangrentado invadían mi mente. La impotencia hizo que me pusiera de pie,
arrancara el afiche y lo despedazara. Después, salí a la calle y conduje la
furgonetita por la ciudad. Necesitaba tomar aire.
Recorrí el barrio de mi
infancia, me detuve frente a la plaza en la que solía jugar de pequeño, bajé de
la furgonetita y me senté en el arenero sobre el que mi madre nunca me dejaba
sentarme porque, decía, probablemente los perros harían ahí sus necesidades.
Sobre la arena, escribí mi nombre, el nombre de mi amada, dibujé un corazón y
fui a sentarme en una de las hamacas que mi madre no me dejaba usar porque las
consideraba peligrosas, pensando que nuestros nombres permanecerían escritos
hasta que la acción del viento fuera borrándolos o hasta la primera lluvia. Sin
embargo, a los pocos segundos un perro callejero se acercó al lugar, pasó por
delante de mí, caminó hasta el arenero, meó sobre lo que yo había escrito y lo
tapó escarbando con sus patas. No pude evitar interpretar lo sucedido como un
mal augurio, pero ¿respecto a qué?, ¿a mi relación con Vicky?, ¿a la pelea de
esta noche?, ¿a ambas cosas?
La ansiedad me impedía
pensar con claridad. Para que mis nervios no la afectaran en las horas previas
a la pelea, fui hasta la casa de Arnoldo Jorge Negri y le dejé la furgonetita
para que la pasara a buscar a Vicky y la llevara hasta la sede central de la
Iglesia Universal del Reino de Dios.
—¿Y vos? —me preguntó
Arnoldo con su voz aflautada.
—Yo voy caminando —le dije.
En el camino, compré un
atado de cigarrillos y un encendedor. Nunca fumé en lo que va de mi vida, pero podría
ser un buen día para comenzar. Hasta hoy tampoco me había sentado en una hamaca
o en un arenero. Luego de una caminata que se prolongó por más de una hora,
llegué al lugar de la pelea. En la puerta, los mismos guardias que custodiaban
la iglesia durante la semana, me pidieron que me identificara para dejarme
ingresar. Mi nombre estaba en la lista. Una vez adentro, me detuve maravillado
ante el cuadrilátero que habían emplazado en el centro del salón. Pendiendo del
techo, una luz potente lo iluminaba. A los cuatro costados, filas de sillas se
sucedían en escala ascendente. Todo estaba listo. Con la intención de calmarme,
encendí el primer cigarrillo de mi vida y, tosiendo descontroladamente, ingresé
al vestuario en el que Vicky y Arnoldo aguardaban tranquilos mi llegada.
Don Natalio, espero que este momento estresante que te nubla un poco pase pronto.
ResponderEliminarDe verdad fumar es una porquería y te destruye.
La idea es pensar en otra cosa.
En mi blog cosas que pasan, hay un artículo que se llama "No piense en un caballo blanco" y que indica lo que me permitió dejar el vicio.
¡Salud!
Sí, acabo de leerlo, Fernando. Es difícil no pensar en un caballo blanco cuando me pasé la infancia escuchando la pregunta "¿de qué color era el caballo blanco de San Martín?". ¿O sería el cabello? ¿San Martín era canoso?
EliminarSaludos!
En un todo de acuerdo con Fernando! Saludos
ResponderEliminar