Hoy me desperté cantando “Non, je ne regrette rien”, versión de Édith Piaf. Pasé la noche sentado en una silla,
cuidándola a Vicky, que descansa en mi cama tras la batalla de ayer. Si no la
hubiera cargado hasta acá junto a Arnoldo, dudaría de que fuera ella. Está
irreconocible. Tiene un corte sobre la ceja derecha y otro en el labio
inferior; la nariz hinchada, los párpados morados y marcas de golpes en toda la
cara. De tanto en tanto, todavía dormida, se queja de algún dolor.
La de anoche fue una guerra
sin cuartel entre dos mujeres que no sienten ningún cariño una por otra. Como
en la primera pelea, Samuel fue el encargado de la presentación de las
contendientes y, ante una multitud, anunció primero el ingreso de La Mole y
luego el de nuestra Vicky. Antes de que el árbitro enunciara las reglas, uno de
los pastores de la Iglesia Universal del Reino de Dios, el mismo que meses
atrás me había practicado un exorcismo, bendijo el cuadrilátero, los
protectores bucales y los guantes de ambas.
Vicky comenzó el combate
siguiendo la estrategia al pie de la letra. Se movía por todo el ring y estaba
atenta a los golpes que lanzaba La Mole, aguardando el más mínimo descuido para
conectar su mortífero cross de derecha. En el segundo round se presentó la
oportunidad. La Mole tiró una derecha volada que rozó el pelo de Vicky y ésta
lanzó un golpe similar y más violento que aquel que le había permitido
noquearla en la primera pelea. Sin embargo, esta vez la mano de Vicky no hizo
mella en La Mole, que sacudió la cabeza y, aprovechando que la sorpresa había
paralizado a mi pupila, le conectó un zurdazo que la hizo trastabillar. El segundo
round terminó con Vicky muy agitada, algo golpeada y sorprendida por el pobre
efecto que sus golpes tenían en su rival.
—Seguí moviéndote. No dejes que te pegue —le dije.
—Es demasiado fuerte —me contestó— ¿Viste la piña que
le metí? Ni siquiera la moví.
—No importa. Mantenete lejos de sus puños y la ganamos
por puntos. ¡Pegá y salí, pegá y salí! ¡Dale!
Durante los tres rounds siguientes, Vicky se movió
como Muhammad Alí, flotando como una mariposa y picando como una abeja. Fueron
tres rounds en los que su rival no conectó ningún golpe y, si bien los nuestros
no le hacían daño, ya había transcurrido la mitad de la pelea y estaríamos, por
lo menos, dos puntos arriba en las tarjetas. Vicky había superado la agitación
del principio y se mostraba entera. Era evidente que Arnoldo, que me acompañaba
en la esquina, había realizado un buen trabajo.
En el sexto round pasó poco y nada, pero en el séptimo
La Mole dejó caer, como un martillo, su pesada mano sobre la cabeza de Vicky y
conectó una serie de golpes que hicieron que la sangre brotara de su rostro.
Cuando sonó la campana, el orgullo y las cuerdas la mantenían en pie,
sustituyendo el esfuerzo que las piernas de mi pupila no estaban en condiciones
de hacer. El octavo y el noveno round no fueron mejores. Varias veces estuvimos
a punto de tirar la toalla, pero cada vez que yo la tomaba y retraía el brazo
para arrojarla sobre el cuadrilátero, Arnoldo me detenía. Lo mismo hacía yo
cuando él se proponía detener la pelea.
Llegamos al descanso anterior al décimo y último
round. Vicky se mantenía en pie de milagro. Su rostro reflejaba la golpiza que
había recibido. El médico se acercó a nuestro rincón para constatar que pudiera
seguir; el pastor brasilero se ofreció a darle la extremaunción, yo iba a decir
que había sido suficiente, pero ella se anticipó y dijo que estaba bien, que
podía seguir. De acuerdo a mis cálculos, estaríamos un punto por debajo en las
tarjetas. Para tener chances, Vicky tenía que ganar el último round. Se lo
dije. Sonó la campana. Revelando una actitud que volcó al público de su lado,
inició el round como si se tratara del comienzo de la pelea; como si fuera ella
la que duplicaba a su rival en tamaño. Con el cuerpo ladeado para optimizar la
visión del ojo que no le había cerrado la hinchazón, atacó a La Mole y conectó
una combinación tremenda de golpes que aterrizaban, sin excepción, en la
mandíbula de su adversaria. La Mole se aferró a las cuerdas y se cubrió la cara
con ambos guantes. Vicky aprovechó la ventaja y lanzó un gancho bajo a la zona
del hígado que hizo que La Mole se inclinara e hincara las rodillas sobre la lona
del ring. El árbitro contó hasta tres y sonó la campana. Ni lento ni perezoso,
Héctor “Bicicleta” Perales ingresó al cuadrilátero y, antes de que el árbitro
pudiera impedírselo, ayudó a su pupila a ponerse de pie. Me acerqué a Bicicleta
hasta quedar cara a cara y lo increpé, pero ya era tarde, su trampa había
pasado inadvertida. Sus secuaces del conventillo también subieron al
cuadrilátero y comenzaron a empujarme, pero Arnoldo se interpuso entre ellos y
yo. Su tamaño descomunal disuadió a mis agresores y, sin que disminuyera la
tensión, volvió a reinar la calma. En medio de ese caos, Samuel tomó la
palabra:
—¡Tarjeta del juez Gerardo Gutierrez…!
—¡Mi apellido es Perales! —gritó el juez.
—¡Ese mismo! —dijo Samuel y retomó la lectura— ¡Noventa
y tres tantos a Victoria, noventa y seis tantos a Mónica! ¡Ganadora, Mónica!
En el rincón opuesto, Bicicleta y sus secuaces
celebraron. Ese juez tenía el mismo apellido que él y había dado ganadora a La
Mole por un margen de tres puntos. ¿Qué pelea había visto? ¿Sería la del
apellido una simple coincidencia?
—¡Tarjeta del juez Sergio Estévez…!
—¡Mi apellido es Espinosa! —gritó el juez.
—¡Ese mismo! —dijo Samuel y retomó la lectura— ¡Noventa
y cinco tantos a Victoria, noventa y cuatro tantos a Mónica! ¡Ganadora,
Victoria!
Arnoldo y yo tuvimos el impulso de “chocar los cinco”,
pero recordamos que un saludo de esa naturaleza había entorpecido el comienzo
de nuestra relación y lo reemplazamos por un abrazo.
—¡Tarjeta del juez Gonzalo Salvatore! —dijo Samuel e
hizo una pausa por si alguien quería corregirlo— ¡Noventa y cinco tantos a
Victoria, noventa y cuatro tantos a Mónica! ¡Ganadora, Victoria! ¡Ganadora del
combate por decisión dividida… Viiiiiiictorrrrrrrrrrrriaaaaaa!
¡Increíble! ¡Contra toda lógica, Vicky había vencido a
La Mole Moni! Emocionado por el triunfo, le di un beso en la boca. Ella, con
los guantes todavía puestos, me dio un coscorrón en la nuca porque la había
besado sobre la lastimadura. Arnoldo la subió sobre sus hombros y la exhibió
hacia los cuatro costados del ring. Después la llevamos en la furgonetita hasta
el monoambiente. Estaba contenta, pero exhausta y muy dolorida, por lo que le
dimos unos calmantes y la acostamos a dormir. Supongo que por unos días, por lo
menos hasta que las marcas de la pelea abandonen su rostro, se quedará a vivir
conmigo para evitar que el padre se entere de que está boxeando. Al final, con
algunas variantes y unos cuantos contratiempos, mi Plan Maestro desembocó en el
resultado esperado.
Vicky corazón de león, qué mujer Natalio, estoy re feliz, saludos y cuidala
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó. Daré lo mejor de mí.
EliminarSaludos!
¡Esta chica vale oro, Don Natalio!
ResponderEliminarCoincido con Anó, por favor cuidala.
Sí, Fernando, vale el peso de La Mole en oro.
EliminarSaludos!