miércoles, 13 de marzo de 2013

Día 72 - Mis ocho mujeres

Hoy me desperté cantando “Por debajo de la mesa”, versión de Luis Miguel. Poco a poco voy afianzándome en mi rol de galán y conquistando al público femenino. A las tres mujeres de ayer se sumaron otras cinco que, al igual que las primeras, abandonaron la cama para oírme cantar, todavía vestidas con la ropa de dormir, paradas en torno a la puerta de mi dormitorio. Al concluir la canción bajé a desayunar y las ocho mujeres me siguieron y se sentaron frente a mí nada más que para verme comer unos cereales con leche. No estoy en condiciones de asegurarlo, pero tengo la impresión de que en el transcurso de la noche alguien robó parte de mis alimentos. Y eso que me tomé el trabajo de escribir mi nombre sobre cada una de las cosas que había comprado. Tendría que confirmar la veracidad del hurto antes de elevar el reclamo a Héctor “Bicicleta” Perales, el encargado del conventillo.
Terminé de desayunar y volví a subir a mi dormitorio. Las ocho mujeres, “mis ocho mujeres”, me siguieron formando una fila detrás de mí. Parece que alguien es irresistible, parece que alguien es el nuevo sex symbol del conventillo, parece que la abuela de alguien no se equivocaba cuando le decía que tenía pinta de galán de cine… Ya en mi habitación, me puse a barrer el piso y le pasé un plumero a la escaladora. Después rellené una bolsa de arpillera que había conseguido y la colgué en un rincón, cerca del ropero, para que hiciera las veces de bolsa de boxeo. Mientras trabajaba, mis ocho mujeres me miraban con ojos embelesados. No podían resistirse a un macho en acción. Con la idea de dejar en claro cuál era mi situación para así evitar futuros conflictos, me acerqué a ellas rascándome la nuca para marcar los bíceps, y les dije:
—Chicas, la verdad es que me siento muy halagado. Yo les agradezco por la compañía que me hacen, la forma en que me miran y, bueno, todo eso, pero quiero que sepan que mi corazón ya tiene dueña y que yo soy hombre de una sola mujer.
—Quedate tranquilo, pajarito —dijo una y, antes de seguir hablando, acompañó con su risa la carcajada de las demás—, que tu vida sentimental nos tiene sin cuidado. Nosotras estamos acá no por tu corazón, sino porque queremos que nos enseñes cómo tenemos que usar la escaladora para tener un culo como el tuyo.
Es raro que mi abuela se haya equivocado, pero el hecho de incorporar a tantas mujeres al gimnasio no deja de ser una noticia auspiciosa, porque aumenta las chances de que Vicky, la loca de los guantes de cocina a la que quiero llevar hasta la cima del mundo pugilístico, crea que este es el gimnasio del que una vez le hablé. Tras hacer un repaso mental de mi agenda de la semana, les pedí que regresaran esta misma tarde para una charla introductoria. Eso me daría tiempo para investigar en internet cómo mierda se usa una escaladora.
Mis ocho mujeres no habían terminado de irse cuando Héctor "Bicicleta" Perales ingesó a mi gimnasio-dormitorio escoltado por los dos purretes que primero me habían robado la escaladora y luego la habían armado. Si era cierto lo que veían mis ojos, cada uno tenía un pancho en cada mano y estaban bebiendo de una botella que llevaba mi nombre escrito en la etiqueta. Habían sido ellos, entonces, quienes me habían afanado parte de la comida que había comprado.
—¿Ricos los panchos? —les pregunté.
—Zafan —me dijo Bicicleta—. Un poco viejo el pan.
Los purretes asintieron con la cabeza, porque tenían la boca tan llena que no podían articular palabra.
—Oíme una cosa —agregó Bicicleta luego de bajar el "pan viejo" con un trago de gaseosa—, vos sabés algo de boxeo, ¿no?
—Sí —le respondí.
—Bueno, quiero que empieces a entrenar a estos dos mocosos. Que aprendan de una vez lo que es la disciplina, los valores y el esfuerzo.
Perfecto. Tener dos alumnos de boxeo sumará aun más credibilidad a mi gimnasio. Ya estoy en condiciones de pedirle a Vicky que burle la vigilancia de su padre y venga a retomar su entrenamiento. Con los mocosos lo primero que hice fue mandarlos a conseguir unos guantes de boxeo. Volvieron a los veinte minutos con un par cada uno. No quise saber cómo los habían conseguido, porque lo más probable era que no los hubieran comprado. Esgrimiendo una excusa, les dije que se los pusieran, se los ajusté y les prohibí quitárselos en toda la semana. El ardid me dará tiempo para buscar la comida que me queda y esconderla en algún sitio, porque dudo que sean tan hábiles como para robarme con los guantes de boxeo cubriéndoles las manos.

5 comentarios:

  1. Hola Natalio, parece que se van cumpliendo alguno de tus pronosticos, te he concedido el Premio One Lovely Blog Award. Visita el siguiente link y sigue las instrucciones:

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    Un saludo

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    1. Muchas gracias, Carlos. Un honor haberlo recibido de tu parte. Seguiré las instrucciones en la medida en la que mis problemas de atención me lo permitan. Si tengo alguna duda, te consulto. Muchas gracias.
      Saludos!

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  2. Respuestas
    1. Muchas gracias, Orlando, por el elogio desmedido.
      Saludos!

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    2. Espero que logres desactivar la crisis de los 30 a tiempo.

      Saludos!

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