Hoy me desperté cantando “She”, versión de Elvis Costello. Debido a la decepción que habían sufrido ayer, esta mañana ningún inquilino se había acercado a mi puerta para oírme cantar. Sin embargo, en el transcurso de la canción dos o tres mujeres se aproximaron tímidamente, todavía vestidas con sus ropas de dormir. En un gesto que podría valerme el recelo de algún que otro hombre, caminé hasta la puerta y, tomándolas de la mano y mirándolas a los ojos, le dediqué a cada una de ellas una estrofa de la canción.
Después bajé las escaleras —al pasar frente a la puerta del baño me felicité por el acierto de haberme bañado a la noche, porque la fila se extendía más allá de los límites habituales—, salí a la calle y me dirigí al supermercado chino de la cuadra con la intención de diversificar la dieta del arroz a la que mi estado de pobreza transitoria me había sometido. Este mundo multiétnico y globalizado no deja de asombrarme con sus paradojas. En qué cabeza cabe el que yo, Don Natalio Gris, hombre argentino de veintinueve años, hijo de padres separados, quinto de nueve hermanos, Primera Princesa del Concurso Miss Cola Reef Verano 2013, esté recurriendo a los chinos para dejar de comer arroz.
En el supermercado tomé un chango y lo atiborré de productos de toda índole: cereales, lácteos, frutas, verduras, embutidos, dulces y una lista interminable de etcéteras que no vale la pena enumerar. Concluida la recolección me dirigí a la caja. El peso vencía las ruedas del chango y me dificultaba el manejo; los pasillos estrechos aumentaban el peligro latente de tirar una estantería a la mierda. A veces sospecho que, de forma deliberada, estos turros colocan los vinos caros en las zonas en las que es más probable que un infeliz como yo los rompa. Pero que no se hicieran ilusiones, porque no iba a darles el gusto.
Con sumo cuidado empujé mi chango hasta llegar a destino. Sin darme tiempo a nada, estirando los brazos desde su puesto de trabajo, el cajero oriental extraería las cosas, las marcaría y las embolsaría a una velocidad que me dejó pasmado. Como, al parecer, aún no había desarrollado sus habilidades idiomáticas, me señaló la pantalla de su computadora para que yo mismo chequeara el monto de la compra. Trescientos noventa y nueve pesos con setenta y cinco centavos. Le entregué cuatro billetes de cien.
—¿Tenés nueve con setenta y cinco? —me preguntó.
De repente hablaba el idioma a la perfección y, por no darme una insignificante moneda de veinticinco centavos, estaba pidiéndome nueve pesos con setenta y cinco. ¿Por qué la obsesión de los chinos con el cambio? ¿Será que tienen un plan para controlar la economía del mundo apoderándose de las monedas y con ese objetivo envían a sus habitantes a administrar supermercados en todos y cada uno de los países del globo? La hipótesis cobra sentido si se tiene en cuenta que antes de dedicarse a los supermercados administraban tintorerías nada más que para apoderarse de las monedas que los clientes olvidaban en los bolsillos de sus ropas. Sí, apuesto lo que sea a que la Gran Muralla China es en realidad una fachada de ladrillo visto bajo la cual se esconden toneladas y toneladas de monedas robadas a todas las naciones que, con hospitalaria ingenuidad, acogen a estos verdaderos supermercaderes del siglo veintiuno.
¡Estimados agentes de la CIA, la Interpol y el FBI, mi nombre es Don Natalio Gris y hoy, decimosegundo día del tercer mes del dosmilésimo decimotercer año de la Era de Cristo, hago un llamamiento para que investiguen la red mundial de contrabando de monedas auspiciada y promovida por el gobierno chino! Después no digan que no les avisé.
Este capitulo me lleva a varias reflexiones:
ResponderEliminar1. El mundo es paradojal, como recurrir a un chino para no comer arroz.
2. También los kiosqueros te maltratan si no les das monedas. Tengo la sensación que prefieren ser robados antes que darte un vuelto con monedas si les decís que no querés algo por 50 centavos
3. ¿Alguien ha visto un chino comprando en un supermercado chino?
Respecto a la tercera reflexión, Fernando, los chinos no compran en sus supermercados por la misma razón por la que no llevaban la ropa a sus tintorerías: no tienen interés en sacarse las monedas entre ellos.
EliminarSaludos y cuidá el cambio!