Hoy me desperté después del mediodía cantando “La cachaca”, de Marixa Balli. La jornada de ayer había consumido todas mis energías; para reponerme, tuve que dormir durante más de catorce horas. Al levantarme descubrí que a los inquilinos del conventillo se habían sumado algunos vecinos del barrio que habían sido especialmente invitados para la ocasión. Amuchado en torno a mi puerta, atiborrado a lo largo del pasillo y formado en una fila que se extendía a través de las dos escaleras y concluía diez metros más allá de la puerta de entrada del conventillo, el público aguardaba ansioso por el comienzo del recital. Cuando identificaron la canción que estaba cantando la decepción fue tan grande que, sin necesidad de establecer un acuerdo, se entregaron a un abucheo tan instintivo como multitudinario.
—¿Para esto me levanté a las seis de la mañana? —se preguntó, indignado, uno de los que estaba más cerca de la puerta de mi habitación.
Mi actuación era tan convincente que, confundiéndome con la auténtica Marixa, uno de los que se encontraba en un punto ciego del pasillo gritó:
—¡Eh, trola! ¿Cuánto cobrás?
—¡Cinco pesos más que tu vieja! —le dije y seguí cantando.
Al parecer mi contestación no les cayó simpática. Aprovechando que la fila concluía frente a una verdulería, los últimos juntaron unos pesos y compraron varios kilos de tomates que fueron pasando de mano en mano hasta hacerlos llegar a la vanguardia de la formación. Desde la puerta de mi dormitorio hombres y mujeres los arrojaban con bronca, practicando puntería con mi cuerpo. Agazapado contra la pared, me debatía entre el reflejo instintivo que me impulsaba a esquivarlos y el deseo de atraparlos para tener un complemento para el arroz. El resultado no fue el que había esperado. Al terminar la canción, mi cuerpo, el piso y las paredes del gimnasio habían quedado cubiertos en igual medida por restos de tomates reventados. Ni siquiera la escaladora se había salvado de la tomatina.
Si bien anoche, antes de acostarme, me había bañado, tuve que volver a hacerlo. Esta vez nadie me cedió su puesto y tuve que esperar cerca de dos horas para darme una ducha de agua helada. Después bajé a la cocina. Como había salteado tanto el desayuno como el almuerzo, decidí merendar un buen plato de arroz acompañado por la salsa que preparé con los dos míseros tomates que había conseguido atrapar. Lamentablemente, hoy no podré tramitar la habilitación del proyecto turístico de El Pasea Porros, ni podré reunirme con Christian con “h” muda, mi socio en el proyecto del salón de belleza en los velorios, para ver si seguimos o si disolvemos la sociedad, ni tendré tiempo para hablar con el taxista abogado para saber si hubo avances en la causa de mi desalojo, ni podré avanzar en la búsqueda de mi padre ausente, porque tendré que dedicar toda la tarde y parte de la noche a limpiar el gimnasio, para que mañana a primera hora ya esté en condiciones de ser usado. En caso contrario voy a tener problemas con Héctor “Bicicleta” Perales, quien es el encargado del conventillo y, según me dijeron, debe su apodo a la facilidad con la que se le sale la cadena.
Sabe Dios que no quiero tener problemas con nadie. Sólo espero que mañana el dj en mi cabeza elija una canción que goce de mayor aceptación entre los vecinos. El muy turro no quiere entender que estamos en el mismo barco y que si yo me hundo, inevitablemente, él va a hundirse conmigo.
Natalio, esto del dj me recuerda la fábula del escorpión y la rata. Aunque parece que estás en manos de un turro de proporciones increíbles, no te desalientes, no se puede agradar a todos todo el tiempo, y los que hoy te tiran tomates, quizás mañana vuelvan al aplauso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando, por los buenos augurios. Es cierto, no se puede agradar a todos todo el tiempo, pero hoy comprobé que es posible desagradarle a todos al mismo tiempo.
EliminarSaludos!
Si, hay que admitir eso. Pero creo que hay en España una fiesta donde se cagan a tomatazos pero de alegría. No me acuerdo en qué localidad era, después lo busco en guguel y te lo paso.
Eliminar¡Salud!
Natalio, he aquí lo que encontré:
ResponderEliminar"La Tomatina es una fiesta que se celebra en el municipio valenciano de Buñol, en la que los participantes se arrojan tomates los unos a los otros."
En tu caso es algo diferente, porque son todos tirando tomates a uno. Pero fijate que esto tiene propiedades limpiativas extraordinarias, y si los adoquines quedan impolutos, ni hablar del culo de Jesica Cirio.
Muchas gracias, Fernando. Muy instructivo.
EliminarSaludos!