Hoy
me desperté cantando “Te quiero tanto”, de Sergio Denis, y mientras cantaba me
corría, compulsivamente, el pelo hacia atrás. Anoche, a eso de las nueve y
media, la pasé a buscar a la antropófaga Vicky para llevarla a cenar. Estaba
hermosa, con un vestidito suelto que combinaba con sus guantes de cocina. Se
había quitado los que le había regalado yo y había vuelto a ponerse los que
usaba siempre. Quería quedar bien y había decidido llevarla a un restorán en
Las Cañitas, pero investigando un poco los precios de la zona caí en la cuenta
de que para poder pagar algo así tendría que vender el hígado y un riñón. Preferí
conservar mis órganos y pensé en una opción alternativa.
Aunque
no me gusta deberle favores a un tipo jodido como él, le pedí al encargado de
mi edificio la llave de la terraza y llamé al taxista culinario, uno de mis
socios en el proyecto de El Pasea Porros, para pedirle que me preparara una
cena para dos personas. Le aclaré que no podríamos utilizar las manos y que
comeríamos al aire libre. Cuando me trajo la cena, aproveché su presencia y le
pedí que me llevara en su taxi a buscar a Vicky. Llegamos a mi edificio, me
despedí de mi socio y subí con Vicky a la terraza. Había preparado una mesa con
velas y un mantel blanco y, para que ella no se sintiera incómoda, yo también
me puse un par de guantes de cocina. Así comeríamos en igualdad de condiciones.
Amante
de la cocina química, el taxista culinario había preparado una comida con
aspecto de alimento balanceado que tenía gusto a pollo a la parisienne. Atento a
todos los detalles, también había mandado dos platos de plástico. En uno había
escrito “Vicky” y en el otro, “Natalio”. Como si fuéramos los protagonistas de “La
dama y el vagabundo”, comíamos sin usar las manos. Al parecer, Vicky seguía
avergonzada por haberme dormido para comerme las uñas y no hablaba demasiado.
Yo trataba de llevar la conversación al tema que me preocupa desde hace unos
días: el moderador del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos. Sin
embargo, cada vez que insinuaba que había algo en él que no me cerraba, Vicky
me mostraba las garras… o los guantes.
—¡Qué
tipo raro!, ¿no? —le dije yo.
—Sí,
es un genio —me respondió ella.
—¿Pero
no te parece raro que no quiera decir su nombre? —le pregunté.
—No
—me dijo ella—. Él se despojó de su nombre y de todo su pasado para poder
ayudarnos libre de condicionamientos.
—¿Y
qué me decís de Julio, que se separó de su mujer por culpa del problema
pelotudo que había inventado para poder permanecer en el grupo?
—Cada
uno debe hacerse cargo de sus propios problemas. Tal vez su matrimonio no era
lo mejor para él. El tiempo pondrá las cosas en su lugar.
Noté
en las expresiones de Vicky las marcas del discurso característico de las
sectas y preferí cambiar de tema. Le pregunté si estaba trabajando.
—Tuve
que renunciar por el tema de los guantes. Trabajaba como boletera en el subte y
si bien, con algo de dificultad, podía cumplir con la mayoría de las tareas de
mi puesto, me resultaba imposible levantar las monedas con los guantes de
cocina.
—¿Siempre
viviste con tu papá? —le pregunté.
—No
—me dijo, algo avergonzada—. Yo vivía sola, pero como perdí el trabajo, no pude
seguir pagando el alquiler y volví a la casa de mis viejos.
Fue
entonces cuando aproveché para ofrecerle que trabajara con Christian y conmigo.
Me dijo que sí, que quería volver a trabajar, pero que no imaginaba un trabajo
en el que pudiera desenvolverse prescindiendo de las manos. Le dije que yo
tenía el puesto ideal para ella, pero no quise revelarle la naturaleza de
nuestro emprendimiento. Le pedí que tuviera paciencia, que el lunes la llevaría
a conocer a mi socio y le contaría de qué se trataba todo.
Ni
bien terminamos de cenar, se largó a llover. La invité a pasar a mi departamento,
pero, con la excusa de que se había hecho tarde, prefirió regresar a su casa.
Era evidente que todavía le apenaba entrar al lugar en el que me había comido
las uñas. Llamé al taxista culinario y le pedí que pasara a buscarla. Estoy
convencido de que si Vicky empieza a trabajar, va a ser mucho más fácil sacarla
de la secta que se esconde detrás del Grupo de Ayuda.
Es relato o realidad? Me he quedado con la duda!
ResponderEliminarYo a veces también tengo la duda de si mi vida es real o si es el resultado de un guión escrito por un sádico, pero es real, Rosa.
EliminarSaludos.
Bien, veo que esta vez has logrado mantener la integridad física.
ResponderEliminarSí, Fernando. Es todo un avance.
EliminarSaludos!