lunes, 25 de febrero de 2013

Día 56 - Celoso del viento

Hoy me desperté cantando “El tiempo no para”, versión de Bersuit Vergarabat. Tal como habíamos acordado, esta mañana pasé a buscar a la antropófaga Vicky y fuimos a visitar a Christian con “h” muda, mi socio en el proyecto del salón de belleza en los velorios, a la morgue judicial. Como, de tanto ir, los guardias ya me conocen, pasamos directamente y nos dirigimos por ascensor rumbo al tercer subsuelo. Ahí estaba Christian, sentado como siempre en su cuartito lúgubre, entre las dos camillas sobre las que reposaban dos cuerpos cubiertos por sendas sábanas blancas. Ni bien nos vio entrar, dando muestras de una energía poco habitual en él, se puso de pie de un salto y caminó presuroso hacia nosotros. Me estrechó la mano con indiferencia y, dándome la espalda, tomó la mano de Vicky, se hincó y le besó el guante. Ahora resulta que este turro se convirtió en un caballero.
No sé qué es lo que me está pasando, pero desde que la conocí a Vicky siento celos de todo el mundo y no soporto verla interactuar con otros hombres. Movido por esos sentimientos enfermizos, me interpuse entre ella y mi socio y, reprimiendo el deseo de disolver la sociedad, los presenté formalmente.
—Christian —le dije, pronunciando la “ch” para fastidiarlo—, ella es Vicky, la manicura de la que te hablé. Vicky, el es Christian, mi socio.
Acto seguido, Christian invitó a Vicky a que se sentara en su silla. Era evidente que a ella la incomodaba el estar sentada entre dos cuerpos sin vida y eso me hizo dudar de la posibilidad de que quisiera sumarse al proyecto. Para contrarrestar esta sensación, le presenté el proyecto con todo el entusiasmo del que disponía. La idea la sedujo, era evidente. ¿O acaso lo que en realidad la seducía era la idea de trabajar con Christian, quien, de brazos cruzados, posado contra las piernas de uno de los cadáveres, le hacía todo tipo de gestos y morisquetas?
—Me parece una gran idea —dijo Vicky—, y me gustaría participar. Pero ¿cómo se supone que sea la manicura si no puedo quitarme los guantes?
Ni bien terminó de pronunciar la pregunta, miró mis manos y se dio cuenta de que mi plan consistía en que, tal como había hecho conmigo, se valiera de su dentadura perfecta para arreglarles las manos a los clientes. Sonrojada y al borde de las lágrimas, se puso de pie y se negó rotundamente. Nos llevó un buen rato convencerla. Le prometimos que obligaríamos a los clientes a que se limpiaran las manos antes de atenderse y, sin estar del todo convencida, aceptó la propuesta. Más adelante, una vez que se sienta a gusto con el trabajo, voy a ofrecerle que también sea la pedicura de la empresa.
No piensen mal de mí. Hago esto por su bien. Lejos de aprovecharme de su adicción a las uñas, pienso que comer uñas ajenas como parte de un trabajo va a hacer que despeje la cabeza y poco a poco vaya perdiendo la fijación hacia sus propias manos. Estoy convencido de que en menos de un mes va a dejar de usar los guantes de cocina y podrá calzarse los de boxeo para, finalmente, preparar la pelea contra la falsa Lucrecia.
Antes de que nos fuéramos de la morgue judicial, Christian con “h” muda nos dijo, así, como quien no quiere la cosa, que por intermedio de un contacto en una funeraria, había conseguido nuestro primer velorio. Esta misma noche, con mi socio Christian y Vicky, la manicura, inauguraremos nuestro salón de belleza fúnebre e itinerante. Estoy nervioso, estoy ansioso, pero, por sobre todas las cosas, estoy un poco celoso.

3 comentarios:

  1. ¡Qué nervios! Es para comerse las uñas.

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    1. Cuidado, Fernando, que la costumbre puede volverse adicción y la adicción, problema pelotudo.
      Saludos!

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    2. Muy cierto, gracias por la advertencia, Natalio!

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