martes, 26 de febrero de 2013

Día 57 - Nuestro primer velorio

Hoy me desperté cantando “Vivo per lei”, versión de Andrea Bocelli a dúo con Giorgia. Sí, Vicky se quedó a dormir y la cantamos juntos. Yo hacía las partes de Bocelli y, aunque me esforcé, no pude abrir los ojos hasta que no terminó la canción. Salvo que sea literal el sentido de la frase que dice que un caballero no tiene memoria, entre Vicky y yo no pasó nada. Se quedó a dormir, en parte, porque ayer tuvimos nuestro primer trabajo en el proyecto del salón de belleza en los velorios y terminamos muy tarde, pero fundamentalmente porque su padre se opuso a que se sumara al emprendimiento y tuvieron una fuerte discusión. Como buen desmemoriado que soy, le ofrecí mi cama y dormí en el colchón que mi primo Luján, de Luján, usó durante su estadía en mi departamento. Todavía lo extraño.
Anoche la pasé a buscar a Vicky, la manicura antropófaga, y nos encontramos con Christian, mi socio peluquero, en la puerta de la dirección que este último nos había informado. Se trataba de una casa antigua, cuya fachada exhibía las manchas del tiempo. Debido a que era el encargado de las relaciones públicas, toqué el timbre y esperé a que nos atendieran. Sin decir una palabra, una señora mayor, de no menos de setenta y cinco años, vestida toda de negro, abrió la puerta y nos invitó a pasar. La casa tenía techos altos y ambientes amplísimos, y estaba prácticamente a oscuras, lo que dificultaría inexorablemente el correcto desempeño de nuestro trabajo. Me acerqué a ella y, con todo el respeto del mundo, le pregunté si existía la posibilidad de encender alguna luz. Sin responderme, dio media vuelta y se alejó de mí caminando con parsimonia. Ante la negativa de nuestra anfitriona, no tuve más remedio que indicarle a Vicky y a Christian que se ubicaran cerca de la puerta que daba al patio, para aprovechar, al menos, la poca luz que arrojaba la luna. Yo me dedicaría a hacer sociales, a expresar mis condolencias a los presentes y a invitarlos, con todo el respeto del mundo, a hacerse algún peinado, un corte de cabello o a arreglarse las manos. Recorrí la sala para descubrir que, a excepción de nosotros tres y de nuestra anfitriona, allí no había nadie. Me acerqué una vez más a la señora.
—Disculpe, señora. Se lo pregunto con todo respeto. ¿Esperan a mucha gente hoy?
La señora no pronunció palabra, dio media vuelta y se alejó de mí. Supuse que estaría muy afligida por la pérdida reciente y por la nula concurrencia al funeral. Imaginé que el finado sería su marido, que estaríamos asistiendo al funeral de una reencarnación de Hitler, un tipo lo suficientemente malvado como para que nadie quisiera despedirlo. Me acerqué a Christian y a Vicky para sugerirles que no perdiéramos nuestro tiempo y nos fuéramos de allí, pero cuando estaba por llegar hasta donde estaban ellos oí un grito desgarrado que provenía de otro lugar de la casa. Entendí, entonces, que el velatorio tenía lugar en otro ambiente y me aventuré tras una puerta cercana al lugar en el que esperaban mis compañeros. La puerta daba acceso a un pasillo y al final del pasillo había una puerta debajo de la cual asomaba una luz tenue. A medida que me acercaba, los ruidos aumentaban y se diversificaban. Oía bullicios y gritos y risas y un repiqueteo constante, como si al otro lado de esa puerta corriera un tren fantasma. Sentí algo de miedo y, con una excusa pueril, fui a buscar a Vicky para que me acompañara. Sabía que su cross de derecha podría defenderme de cualquier peligro. Caminando detrás de ella, volví a acercarme a la puerta y justo cuando su mano enguantada iba a tomar el picaporte, el mismo dio un giro inesperado y la puerta se abrió. Quedé paralizado. Una mujer desnuda atravesó el pasillo corriendo a toda velocidad. Un hombre que también corría tal como Dios lo había traído al mundo la seguía de cerca. Desesperado, tomé a Vicky de uno de sus guantes y la llevé hasta la calle gritando desaforadamente y corriendo a toda velocidad. A los pocos segundos, Christian abandonó la casa y se acercó a nosotros para preguntarnos qué había sucedido. Le contamos lo que habíamos visto mientras nos alejábamos de ahí.
Christian, que era escéptico respecto a las fuerzas sobrenaturales y que había sido quien había conseguido el trabajo, se comprometió a investigar. Hace un rato me llamó y me comunicó que habíamos sido víctimas de una broma de mal gusto, porque esa casa a la que habíamos ido esperando encontrar un velorio era en realidad la sede en la que noche a noche la Sociedad Argentina de Swingers organizaba sus fiestas clandestinas. La mujer que nos había abierto la puerta era la dueña de la casa; una mujer reputada en el ambiente que se había entregado a la castidad y al silencio luego de haber alcanzado el éxtasis en una fiesta multitudinaria llevada a cabo en el año 68. Antes de callar para siempre, había dejado en claro que las puertas de su casa siempre estarían abiertas para sus colegas swingers.
La explicación me dio bronca y hasta llegué a replantearme la conveniencia de seguir teniendo como socio a Christian con “h” muda, pero, tras pensarlo unos minutos, el hecho de que el hombre de la funeraria que nos había recomendado el trabajo nos hubiera jugado una broma para sabotearnos, era una clara señal de que veía nuestro negocio como una amenaza. Sí, la sociedad va a andar bien, Vicky está viviendo conmigo, no tengo motivos para preocuparme.

3 comentarios:

  1. No bajes la guardia, Natalio, porque así como donde uno menos se lo espera, salta la liebre; también puede aparecer un swinger gay que te deje haciendo cuentas a mano.

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    1. Muchas gracias, Fernando, por el consejo. Si entendí bien, estarías sugiriéndome que compre una calculadora.
      Saludos!

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    2. Si. Y si conseguís una calculadora cilíndrica, mejor todavía.

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