Hoy me desperté cantando “Puerto Pollensa”, de Marilina Ross. Es el Día de la Madre. Luján me lo recuerda y me
pregunta si no voy a ir a visitar a la mía. Le digo que no, que no estoy de
humor, que es una fecha que en casa nunca se celebró con demasiada pompa, que
lo tiene a mi viejo de vuelta vaya uno a saber por cuánto tiempo, que lo
disfrute a él. Me pregunta si me pasó algo. Le digo que sí, que por desgracia
la falsa Lucrecia ganó su pelea. No comprende, sonríe pero por incomodidad y me
hace notar que Lucrecia es mi pupila, que se supone que debería estar feliz,
feliz por ella y por mí. Le digo que ya sé, pero que hay algo más, que es un
asunto de adultos, que algún día, cuando sea grande, lo va a entender. Insiste,
quiere saber qué es lo que me sucede y, resignado, le cuento.
Ayer, luego de la victoria
de la falsa Lucrecia nos pagaron la suma que habíamos acordado y un plus de
cincuenta pesos por el gran rendimiento de mi alumna. Porque valoraba mi
trabajo en el rincón, Lucrecia insistía en que debíamos repartir esos cincuenta
pesos en partes iguales, pero a mí se me ocurrió una mejor idea. Los usaríamos
para ir a celebrar a algún bar de la zona. Eran las cinco de la tarde:
tomaríamos el té. Estábamos saliendo cuando un hombre nos detuvo y, tras
presentarse como el organizador y patrocinador del evento, nos invitó a
sentarnos junto a él en la primera fila para ver las siguientes peleas y hablar
de negocios. Aceptamos. Si algo nos unía a Lucrecia y a mí, ese algo era la
necesidad de generar ingresos y la palabra “negocios” sonaba como un buen
indicio. Además, el té de las cinco podía convertirse en el té de las ocho, o
en un té de medianoche. Desde donde nos sentamos podía verla a Vicky y a
Arnoldo sobre todo, quien, a causa de su gran tamaño, sobresalía entre la
multitud sentada al otro lado del cuadrilátero. El promotor dijo su nombre,
pero yo estaba tan distraído tratando de ver qué hacía Vicky, que no retuve esa
información. Me preguntó por los planes que tenía para mi pupila en el futuro. Le
dije que lo único que nos interesaba era seguir peleando. Fue entonces cuando
nos ofreció protagonizar la pelea estelar del evento que organizaría a mediados
de noviembre, en ese mismo lugar, contra la ganadora de la pelea principal de
esa noche. Aceptamos gustosos y acordamos negociar los términos del contrato
durante la semana. Nos pidió que disfrutáramos de la ubicación y se fue
excusándose porque tenía mucho que hacer. Faltaban dos peleas para el evento
central de la noche cuando Vicky y Arnoldo se pusieron de pie y abandonaron sus
lugares. Para mí fue la prueba de que en realidad no les gustaba el boxeo tanto
como a mí. La tensión crecía. Lucrecia y yo esperábamos nerviosos y con ansias
la entrada de las boxeadoras de la pelea de fondo. Queríamos conocer el rostro
de sus posibles rivales. Ingresó primero una boxeadora keniana, Mukanda Bekele,
famosa por ser capaz de correr durante doce rounds huyendo de su rival sobre el
cuadrilátero. Después de ella fue el turno de Vicky. No lo podía creer, me
quedé mirando con la boca abierta.
Entonces, el acuerdo al que
habíamos llegado con el promotor determinaba que, dentro de un mes aproximadamente,
la falsa Lucrecia enfrentaría a la vencedora de la pelea entre Vicky y Mukanda.
Debo reconocer que deseé con todo mi corazón que Mukanda ganara, pero no hubo
caso. Vicky le ganó por nocaut antes de que finalizara el sexto de los diez
rounds a los que había sido programada la pelea.
Falta menos de un mes para
que mi pupila y mi amada se enfrenten en combate. ¿Qué se supone que debo hacer
para evitar que eso suceda?
Es casi una nueva crisis que hay que desactivar antes de desactivar la de los 30, y esto puede generar un nivel de descuido a la crisis de los 30, que es lo importante, en contra de lo urgente, que es la de la pelea de la actual y anterior pupilas
ResponderEliminarTanto riesgo de crisis me produjo estrés y tuve que recurrir a un calmante natural. Ahora tengo las pupilas dilatadas.
EliminarSaludos!