Hoy me desperté cantando “Me río de tí”, de Gloria Trevi. A primera hora la pasé a buscar a la falsa
Lucrecia y fuimos al gimnasio, donde tendríamos nuestro último entrenamiento antes
de la pelea. Físicamente, estaba bien, pero todavía no habíamos podido trabajar
la estrategia porque la juventud era la única característica de nuestra rival
que conocíamos. Por lo menos teníamos a la persona indicada haciendo las
averiguaciones necesarias. En cualquier momento llegaría para reportarnos las
novedades, por lo que, con la intención de matar un poco el tiempo, la falsa
Lucrecia se puso a saltar la soga.
―Despacio ―le dije―, con
calma, mirá que tenés que dar el peso. En lugar de saltar la soga, andá a
comprar media docena de medialunas, que debés estar como doscientos gramos
debajo de la categoría.
Moviéndose sobre el
cuadrilátero, Vicky hacía guantes con uno de los boxeadores que entrenaban en
el gimnasio mientras Arnoldo Jorge Negri, pobre iluso, trataba de corregirle defectos.
No era un experto en el tema, ni mucho menos, y su incompetencia iba a poner en
riesgo la integridad de mi amada. ¿Cómo no se daba cuenta de que Vicky estaba abriendo
demasiado la guardia o de que cada vez que tiraba un gancho con la derecha
exponía la mandíbula peligrosamente? Iba a acercarme a Arnoldo con la intención
de alertarlo sobre estos detalles, pero en ese momento Luis Miguel ingresó al
gimnasio.
―¿Qué sabemos de la
contrincante de Lucrecia? ―le pregunté sin preámbulos.
―Elsa Nora “Cantimplora”
Godoy ―me dijo―, veintitrés años, dos peleas en su historial, misma cantidad de
victorias, ambas por decisión unánime. Peleadora consistente, sin ningún golpe
que se destaque por sobre los demás. Sus puntos fuertes son la resistencia y la
velocidad. Es hija de Leopoldo “Caramañola” Godoy, un discreto manager
pugilístico conocido en el ambiente por su costumbre de “adornar” a los jueces.
Esta fama ha llevado a que se comente que contra Cantimplora o se gana por
nocaut o se pierde por puntos. No hay otra alternativa.
―Perfecto. Muchas gracias,
Luis Miguel. Lo tuyo, como siempre, impecable.
―Muchas gracias las pelotas ―me
dijo―. Habíamos quedado en que mi paga iba a ser una salida con Lucrecia. Así
que decile que se prepare, que la paso a buscar a eso de las diez.
―Pero, ¿vos te volviste
loco? Pelea mañana a las tres de la tarde. ¿Cómo pretendés que salga de joda la
noche anterior a una pelea tan importante?
―Pero si hasta hace dos
minutos no sabían ni contra quién peleaba. Además, un trato es un trato. Dale,
decile que esté lista a esa hora.
―Mirá, yo no te firmé nada.
Además, te aclaré que no soy un tratante de albinas. Si querés le puedo
preguntar, pero no te garantizo nada.
Me acerqué a la falsa
Lucrecia, le hablé acerca de su rival, delineamos las bases de la estrategia y
le conté cuáles eran las intenciones de Luis Miguel.
―No me gusta ―me dijo ella―.
Demasiado petiso.
Volví hasta donde esperaba
Luis Miguel y le comuniqué la negativa de mi pupila.
―Entonces vas a tener que
pagarme ―me dijo.
―Yo fui claro. Te dije,
antes de que aceptaras el trabajo, que no tengo un peso partido a la mitad.
―Está bien. No te hagás
problema ―dijo―, pero sabé una cosa: con este, son dos los favores que me estás
debiendo.
¡Uh! Encima exigente con la altura. Esta falsa Lucrecia es un catálogo de inhumanidad.
ResponderEliminarSí, merece ser deportada, pero yo no tengo el valor necesario para denunciarla.
EliminarSaludos!