Hoy me desperté cantando “Fruta fresca”, de Carlos Vives. El entrenamiento de ayer entre Vicky y Lucrecia me
produjo todo tipo de sensaciones. Por un momento, debo reconocerlo, me convencí
de que estaban peleando por mí. Después, cuando Lucrecia conectó en el cuerpo
de Vicky la trompada que hizo que esta última se hincara sobre la lona, sentí al
mismo tiempo lástima por mi amada y orgullo por mi nueva pupila. Finalmente, al
ver cómo Arnoldo Jorge Negri interrumpía la actividad nada más que para
protegerla, me enfermé de celos.
No podía seguir así, porque
mis inseguridades iban a interferir en la preparación de la falsa Lucrecia. Decidí,
entonces, que lo mejor sería aparecernos frente a Vicky y Arnoldo y hacerle
saber que yo estaba entrenando a otra y que sabía que ella estaba entrenando
con otro.
Ahora, si iba a hacer el
anuncio, debía hacerlo a lo grande. Llegamos al gimnasio, subí al cuadrilátero
y, como si fuera uno de esos canosos con voz de locutor que suelen hacer las
veces de presentadores en las grandes veladas boxísticas, anuncié a la
concurrencia del gimnasio que la falsa Lucrecia era mi protegida y los invité a
todos a su primera pelea sobre suelo argentino. Lucrecia subió al ring y Vicky
se acercó a mí de inmediato.
―Así que fuiste vos el que
mandó a esta rusa para hiciera lo que vos no te animás a hacer, ¿no? ―me dijo.
―¿Eh? ¿Qué decís? En primer
lugar ―le expliqué―, Lucrecia no es rusa, es ucraniana. En segundo lugar, te
aclaro que yo no mandé a nadie a ningún lado. En tercer lugar, me parece que
entiendo muy bien qué es lo que está pasando acá.
―¿A sí? Decime entonces, ¿qué
es eso que está pasando? ―me preguntó.
―Que estás celosa, Victoria ―le
dije―. Que no te bancás que esté entrenando a otra.
Al oír mis palabras, Vicky
comprimió el puño y contrajo el brazo preparándose para darme un puñetazo como
aquel que me había propinado luego de nuestro primer beso, pero desistió a los
pocos segundos.
―Agradecé ―me dijo― que
tengo la mano prohibida, porque si no…
―Si no ¿qué? ―le pregunté.
―Si no estarías arrodillado
en la lona, juntando uno por uno todos tus putos dientes.
Sí, definitivamente, Vicky estaba
celosa. Sus celos no dejaban de ser un halago para mí, pero no podía distraerme en mi vanidad. No tenía
tiempo para eso. Debía concentrar todas mis energías en sacar lo mejor de la
falsa Lucrecia y fomentar su carrera para así generar un ingreso que terminara
con mi estado de constante pobreza.
Los celos son tremendos, Don Natalio.
ResponderEliminarMuchas gracias por decírmelo, Fernando. Por mis propios medios no podría haberlo averiguado. No soy de ponerme celoso.
EliminarSaludos!