Hoy me desperté cantando “Sun is shining”, de Bob Marley & The Wailers. A mi primo Luján, de Luján, las extensiones
de pelo largo y lacio deben haberle afectado la personalidad, porque ni bien
empecé a cantar, se levantó del colchón en el que duerme, corrió hasta la
cocina, buscó un tenedor y el rallador de queso y. haciendo pasitos propios de
la cumbia, empezó a raspar el rallador con el tenedor tratando de seguir el
ritmo de la música.
Había sido suficiente. Samuel
y yo estuvimos de acuerdo en que había llegado el momento de que le hicieran
las rastas. Pensé que podríamos aprovechar para celebrar su reconciliación y
los invité a pasar la tarde en Plaza Francia. Todavía conmovidos por mis
palabras del día anterior, me convencieron de que la invitara a Vicky.
Unos minutos después de las
tres de la tarde estacioné la furgonetita fuera de la casa de su padre e hice
sonar la bocina. Vicky salió y, en lugar de ocupar el asiento del acompañante,
subió a la parte trasera para compartir el viaje con Samuel y Luján. En el
camino, se la pasó acariciando la larga cabellera de mi primo.
Ya en la plaza, nos sentamos
sobre una manta que Vicky desplegó en el pasto. Samuel se puso de pie, se
marchó y regresó a los pocos segundos acompañado por un hombre de rastas al que
le pagarían para que hiciera algo parecido con la cabellera de Luján.
Una hora más tarde, cuando
el peinado de mi primo comenzaba a tomar forma, recibimos una visita inesperada.
Yo estaba mirando al piso, enroscando mis dedos en el pasto y arrancándolo, y
levanté la vista porque una sombra gigantesca me había eclipsado el sol. Era
Arnaldo Jorge Negri, el Gigante Musculoso, que había ido a la plaza para participar
de un encuentro de fisicoculturistas, nos había visto a la distancia y había
decidido venir a saludarnos.
―¿Cómo andás? Tanto tiempo ―dijo
al saludarla a Vicky.
Yo sabía que Arnoldo no
estaba siendo honesto, porque los había visto entrenando juntos el último
lunes. Seguramente tenían una relación que querían disimular delante de mí y
todo ese asunto del encuentro de fisicoculturistas había sido una excusa del
Gigante para aparecerse y pasar el día con Vicky. La situación empeoró cuando
el hombre de las rastas terminó de trabajar en la cabeza de Luján, porque, a
uno de mis costados, Samuel y él se pusieron a cuchichear, y al otro costado
Vicky y Arnoldo hablaban también en secreto. Sentía que estaba sobrando y tuve
deseos de regresar al monoambiente. Me puse de pie e iba a irme cuando, a lo
lejos, divisé a mi viejo y al mimo, que estaban haciendo malabares. Comencé a
caminar en dirección a ellos con la intención de presenciar el final de su
número artístico para luego saludarlos, pero estando a quince metros de
distancia vi que, sentadas sobre el pasto en la primera fila, había cuatro niñas
de color que aplaudían y bailaban en torno a una mujer que parecía ser su
madre. ¿Serían Botswana Amarula y las cuatro hijas africanas de mi padre? No
tenía fuerzas para recibir un nuevo golpe, por lo que, sin averiguar la
respuesta, corrí hasta la furgoneta y la conduje de regreso a la soledad de mi
hogar.
Un momento algo triste.
ResponderEliminarSí, Fernando. Será duro no volver a ver esa cabellera lacia, pero así es la vida.
EliminarSaludos!
Natalio no estarás algo neurótico? Tendrías que ver a tu terapeuta amigo, cariños
ResponderEliminarJamas!!!
EliminarSaludos!