Hoy me desperté cantando “Rosas a Sandra”, de Sabú. Luego de pasarse la planchita por sus extensiones, mi primo
Luján, de Luján, nos convocó a Samuel y a mí a una reunión de urgencia. Nos sentamos
los tres en torno a la mesa y mi primo tomó la palabra.
―Estimados ―nos dijo en un
tono solemne―, es mi deber informarles que mañana, a primera hora, me iré de la
ciudad.
Samuel quedó boquiabierto,
como si no terminara de dar crédito a lo que había oído.
―Pero, ¿te vas con la murga
itinerante “Los Piantavotos de Ituzaingó” o te vas con alguien más? ―le
pregunté.
―No, con nadie. Me voy solo.
Samuel le lanzó una mirada
que se debatía entre la incredulidad y el escepticismo. No decía nada, pero,
como el anuncio le había bajado las defensas de manera drástica, era fácil
interpretar sus pensamientos, por lo que comencé a hacerle a Luján las
preguntas para las que suponía que Samuel necesitaba una respuesta. Mi primo
respondía con evasivas.
―¿Adónde vas? ―le pregunté.
―Por el momento prefiero que
no sepan ―dijo.
―Y ¿cuándo volvés?
―Eso es algo que ni siquiera
yo sé.
―Pero, ¿te vas del país?
―Me voy de la ciudad. Por
ahora es lo único que les voy a decir.
―Bueno, está bien, mucha
suerte ―dije y le extendí la mano.
Samuel repitió mis deseos e
intentó disimular la tristeza hasta haberse metido en el baño. Luján me dijo
que iba a hacer unas compras para su viaje y se fue. Cuando escuchó la puerta,
Samuel salió del baño, se acercó a mí y, con los ojos vidriosos, me preguntó:
―¿Qué hago?
―¿Qué hacés con qué? ―le
pregunté yo.
―Eh… Que… Digo que ¿qué
hacemos con Luján si queremos convencerlo de que se quede?
―No sé. A mí también me
preocupa su seguridad. Después de todo, no es más que un adolescente y, si bien
no sabemos adónde se dirige, el mundo es un lugar peligroso. Pero si lo que
quiere es irse, me parece que no hay nada que podamos hacer.
―No, yo sé que no quiere
irse. Nada más está ofendido como consecuencia de algo que sucedió en nuestro
viaje de mochileros y este viaje es su forma de manifestar su descontento.
―¿Te parece?
―Sí, estoy seguro ―me dijo.
―Pero, ¿qué es lo que pasó
que hizo que pasaran de ser los mejores amigos a no casi no hablarse? ¿Por qué
Luján volvió tan cambiado?
―Es una historia muy larga.
Te juro que si me ayudás a convencerlo de que se quede, te cuento lo que
sucedió.
―Está bien. Yo sé que algo
se me va a ocurrir, pero necesitamos ganar tiempo para que pueda pensar más
tranquilo.
―Y ¿qué hacemos?
―En primer lugar ―le dije―,
él anunció que se iba a primera hora. Sacale las pilas a su despertador.
Después hace que desaparezca toda su ropa, y su mochila de mochilero y todo lo
que vos creas que podría serle útil para el viaje. Apurate, antes de que
vuelva, y además, para que no se enoje tanto cuando descubra lo que pasó, llamá
a una florería y pedí que le traigan un ramo de doce rosas con una tarjeta y,
ya que vas a usar el teléfono, llamá a la pizzería y encargá una docena de
empanadas y una grande de mozzarella. Pagá vos, porque para pensar con claridad,
además de tener el estómago lleno, necesito despejar la cabeza de toda
preocupación monetaria.
¡Bien, Don Natalio! Cuando lográs salir de la tradicional impetuosidad y pensar con claridad, se te ocurren cosas brillantes.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando. No sé si a vos te sucederá, pero a mí me es mucho más sencillo encontrar soluciones cuando el problema es ajeno.
EliminarSaludos!