Hoy me desperté cantando “Las manos de mi madre”, versión de Mercedes Sosa. Por primera vez luego de muchos
días, Samuel despertó bajo el mismo techo que yo. Por cortesía, cuando terminé
de cantar le pregunté si quería tomar algo para el desayuno, pero me agradeció
y declinó la oferta. A eso de las once bajé hasta la calle, busqué la
furgonetita y pasé a buscar a Luis Miguel por su casa. En el camino rumbo a lo
de mi vieja le pregunté qué era exactamente lo que sabía respecto a la múltiple
vida de mi viejo y le repetí que su presencia respondía, pura y exclusivamente,
a mi necesidad de determinar qué es lo que sabe mi vieja de todo este asunto.
Para responder a la primera
parte de la cuestión, extrajo una carpeta de la mochila con la que había
llegado y la extendió hacia mí diciendo:
—Acá tenés un informe
detallado de cada una de las mujeres con las que tu viejo tuvo hijos. En total,
contándola a tu madre, serían seis. Figuran, también, los nombres de los hijos que
tuvo con cada una. No lo mires ahora, miralo cuando estés tranquilo en tu casa,
porque ahora tenemos un asunto más grande al que atender. ¿Qué se supone que
haremos para descubrir si tu vieja está al tanto de esta situación? ¿Pensaste
en algo?
—Sí, toda la noche pensé,
pero no se me ocurrió nada —le dije.
—A mí se me ocurren dos
opciones —propuso él—: la primera, que te comportes como un adulto y vayas a
dialogar con tu padre, para saber si puso a tu madre al corriente de las
novedades o, en caso de no haberlo hecho, cuándo piensa hacerlo; la segunda
opción es que entremos a la casa de tu vieja y comencemos a hablar con suma
sutileza de todo este asunto, para determinar si sabe o sospecha algo.
—No caben dudas —le dije—,
vamos con la segunda opción.
Ya en la puerta de su casa,
golpeamos y mi vieja nos abrió. Entramos y vimos que la mesa estaba dispuesta
para tres personas.
—¿Y el viejo? —le pregunté— ¿No come acá?
—No —dijo ella—, se fue con
el mimo a hacer malabares por ahí. Parece que no sólo con nosotros quiere
recuperar el tiempo perdido. Siéntense, que los tallarines ya están casi
listos.
En medio de la comida, Luis
Miguel me miró, guiñó un ojo y se dirigió a mamá.
—Señora, ¿usted conoce a un
hombre llamado Beto?
—¿Cuál Beto? —le preguntó
mamá.
—El que conoce un secreto
—respondió Luis Miguel, y continuó diciendo—. Y ¿usted conoce a una mujer
llamada Rosa?
—¿Qué Rosa? —preguntó mamá.
—La que no es la única
esposa.
Tras la séptima pregunta
creí entender el mecanismo del ardid empleado por Luismi y quise hacer mi
aporte.
—Y decime, mamá —le dije—,
¿vos conocés a Botswana?
—¿Qué Botswana? —me preguntó
ella.
—La otra mina de papá, la
africana —le dije y le guiñé un ojo a Luis Miguel.
—¿Cómo? —dijo mamá,
visiblemente alterada—. ¿Tu padre sigue con esa mujer? ¿Y con las otras también?
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Vos sabías,
mamá? —le pregunté.
—Sí. Tu padre y yo decidimos
contarnos todo y volver a empezar, sin mentiras ni verdades ocultas, pero, por
lo que me decís, él sigue en la pavada, porque a mí me juró y me perjuró que
olvidaría a esas mujeres, que se había terminado, que yo sería la única.
Traté de hacerle entender
que mi padre no había tenido nada que ver con mi pregunta, que solamente
queríamos averiguar si ella sabía o no, pero no hubo caso, no pudimos
convencerla.
—De tal palo tal astilla —me
dijo antes de cerrar la puerta.
Ya cargo en mi conciencia
con la culpa de la primera, espero no ser también el culpable de la segunda
separación de mis viejos.
Yo te sugiero que te separes de tus viejos, y que carguen ellos con la culpa.
ResponderEliminarSepararme de mis viejos, puede ser, pero la culpa me acompañará por el resto de mis días.
EliminarSaludos!