miércoles, 2 de octubre de 2013

Día 275 - El lunes empezamos

Hoy me desperté cantando “Suena el timbre”, de Estelares. No habían transcurrido diez segundos desde que había finalizado la canción cuando sonó el timbre. ¿Quién sería esta vez? A medida que me acercaba al portero eléctrico crecía en mí la ilusión de oír la voz de Vicky al otro lado. Levanté el tubo y pregunté quién era convencido de que su tono dulce me anunciaría que era ella, mi amada.
—Soy Lucrrrecia, señorrr. Baje a abrrrirrr que tengo que hacerrrle una prrropuesta.
¿Lucrecia? ¿La falsa Lucrecia? ¿La ucraniana de la agencia que ofrecía servicio de limpieza a domicilio? ¿Qué hacía en la puerta de mi casa? ¿Qué propuesta pretendía hacerme? Para averiguarlo no tenía más remedio que bajar y abrirle. Así lo hice. Subimos en el ascensor. Sus gestos combinaban ansiedad y nerviosismo.
—¡Qué clima loco! —me dijo, como para romper el hielo—, no se va más el frrrío.

Me limite a asentir. Odio que me hablen acerca del clima en los ascensores.
—Aunque, en mi Ucrania natal —agregó—, un día como este serrría el más calurrroso del año.
Entramos al departamento y la invité a tomar asiento. Tras ocupar una silla, pasó la yema del dedo índice por la superficie de la mesa y la observó largamente.
—Lo que me imaginé —dijo—, ¡esto es una mugrrre! ¿Porrr qué no llamó a la agencia?
—Y, la verdad, Lucrecia, es que no estoy pasando por un gran momento económico y no puedo permitirme ciertos gastos.
—¡Gatos no, señorrr! —dijo sumamente ofendida—. Puede que se aprrrovechen de las inmigrrrantes ilegales, perrro gatos no, es una agencia serrria.
—No, no dije “gatos”, dije “gassstos”. No tengo dinero como para gastarlo en contratar a una chica de la agencia.
Lucrecia se acomodó el cabello. Supongo que interpretó como un elogio el que la hubiera considerado una chica.
—Mirrre, señorrr. Si tiene prrroblemas de dinerrro, con más rrrazón va a interrresarrrle mi prrropuesta. En mi barrrio se enterrrarrron de mi pasado como boxeadorrra y quierrren que parrrticipe en un combate contrrra una muchacha de ahí. La vi entrrrenarrr, es muy fuerrrte y necesito que alguien me entrrrene.
En otra etapa de mi vida habría aceptado sin dudarlo, pero yo ya era el entrenador de Vicky y el Séptimo de los Mandamientos que me legó mi viejo era claro al respecto: “No intentarás estar con dos mujeres al mismo tiempo”. Le agradecí por haberme considerado, le ofrecí un resumen de mis motivos y decliné la propuesta.
—Hay setecientos pesos parrra vos. Mil doscientos si ganamos —me dijo.

—Perrrfecto —le dije yo—. El lunes empezamos.

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