Hoy me desperté cantando “Ahora te puedes marchar”, de Luis Miguel. Desayuné, me bañé, me vestí y fui a las
oficinas del semanario barrial “La Tos de la Recoleta”, a reunirme con Luis
Miguel, el detective gracias al que había recuperado a mi viejo, para que me
ayudara a encontrar a mi primo Luján, de Luján, y a Samuel. Estacioné a media
cuadra y caminé hasta ahí. La puerta estaba cerrada y adentro no había nadie,
por lo que no me quedó más remedio que sentarme en el marco de una ventana a
esperar a que llegara.
Pasé las siguientes tres
horas pensando en Vicky, en el tiempo que pasamos distanciados, en nuestro
reencuentro, en mi viejo; imaginando cómo sería el momento en el que mis ocho
hermanos se enteraran de su regreso. De golpe caí en la cuenta de que, por
primera vez en muchísimos años, tendríamos la oportunidad de pasar las fiestas
en familia. No había llegado a discernir si se trataba de una buena o una mala
noticia cuando volví a la realidad y lo vi a Luis Miguel que, desalineado,
despeinado y con aspecto de haber bebido mucho y haber dormido poco, intentaba inútilmente
insertar la llave en la cerradura. Me acerqué y lo alerté acerca del error que
estaba cometiendo:
—Esa es la llave del auto —le
dije.
—¡Ah! ¡Con razón! —dijo y
buscó la llave correcta en sus bolsillos— ¿Qué te trae por acá, Don Natalio?
—Necesito que me ayudes a
encontrar a mi primo —le dije.
—¿A Luján?
—Sí. ¿Pasamos?
—Imposible.
—¿Por qué? ¿Ya no trabajás
como detective?
—No, eso sí. Imposible que
pasemos, porque no tengo la llave. Acompañame hasta mi casa así la busco y de
paso me contás un poco en el camino.
—¿Vamos en tu auto o en el
mío? —le pregunté.
—En el tuyo —me dijo—. Yo
vine caminando. No tengo auto.
—¿Y esa llave?
—Ni idea. Fue una noche muy
larga.
Ya en la furgonetita, camino
a su casa, me preguntó por las circunstancias en las que Luján había
desaparecido, pero antes de que pudiera completar la primera oración me
interrumpió para pedirme que me detuviera porque habíamos llegado. Habíamos
recorrido menos de dos cuadras. Estacioné, él bajó de la furgonetita, entró y
regresó en seguida.
—La había dejado arriba de
la heladera —me dijo agitando la llave de su oficina—. Decime, ¿cómo es que
desapareció Luján?
—Se fueron con Samuel de
mochileros a Luján.
—¿A Luján? ¿Quién va de
mochilero a su lugar de origen? ¿Y Samuel también desapareció?
—Sí, ninguno de los dos
volvió.
—¿Hace cuánto fue esto? —me
preguntó.
—Diez o doce días.
—Perfecto. Déjamelo a mí. Yo
los voy a encontrar.
—Mirá —le dije, algo apenado—,
en este momento no puedo pagarte.
—No te hagas problema. Por
tratarse de Luján, puedo hacer una excepción. Ya se me va a ocurrir la forma de
cobrarte el favor —dijo.
Estacioné frente a “La Tos”,
bajó, abrió la puerta y entró a la oficina.
Este detective, si no fuera que tuvo resultados positivos, sería un tipo para desconfiar seguro.
ResponderEliminarEs un tipo excéntrico, no lo niego, pero obtiene resultados.
EliminarSaludos!