Hoy me desperté cantando “¿Cómo le digo?”, de Rodrigo. La pregunta que se hace la canción es la misma que me
estaba haciendo desde que había aceptado convertirme en el entrenador de la
Falsa Lucrecia. ¿Cómo haría para decirle a Vicky que estaba entrenando a otra?
Buscando elementos que me permitieran resolver el problema, repasé uno a uno
los Diez Mandamientos que mi viejo me había legado, pero, más allá del Séptimo,
que desaconseja estar con dos mujeres al mismo tiempo, ninguno arrojaba luz
sobre la situación.
Si ese producto de la
sapiencia y la experiencia humana no iba a servirme de ayuda, debería,
entonces, acudir a la fuente, y eso fue lo que hice.
Unos minutos más tarde
estacioné la furgonetita frente a la casa de mi viejo, bajé y entré. No había
nadie, por lo que me senté en uno de los almohadones de la sala a esperar a que
regresara. Después de un rato me invadió una sed tremenda. Fui hasta la
heladera para ver si encontraba un poco de Fanta casera, pero en el camino
recordé que en un armario de la sala mi viejo guardaba algunas botellas de
contenido espiritoso. Todo el asunto de Vicky y la falsa Lucrecia me tenía
nervioso y, para calmarme, me serví una medida de whisky. En algún punto del
cuarto o quinto vaso se me debe haber calentado el pico, porque comencé a
mezclar el contenido de las distintas botellas y a hacer fondos blancos.
Gobernado por el alcohol,
comencé a revisar armarios y cajones en los que había infinidad de recuerdos
que mi viejo habría recolectado en sus años de viajero. En uno de los cajones
del mueble de las bebidas encontré una foto vieja, de hacía al menos ocho o
diez años, que retrataba a mi padre junto a una mujer de rasgos sajones y tres
niños pequeños. La levanté para observarla en detalle y descubrí que, debajo de
aquella, había una foto similar en la que mi viejo posaba con una mujer de
color y cuatro niñas pequeñas, todas ellas mujeres y también de color. Debajo
de aquella había una nueva foto de mi viejo junto a una mujer oriental que
cargaba a un niño pequeño entre sus brazos. Al principio pensé que quizá mi
viejo tenía cierta afición por retratarse con madres solteras de todo el mundo,
pero cuando, debajo de la quinta foto, vi una sexta en la que estaba él junto a
mí, mi vieja y mis ocho hermanos, comencé a sospechar que podía haber algo más
detrás de ese aparente coleccionismo. Justo en el momento en el que me disponía
a cerrar el cajón, mi viejo entró a su casa. Borracho como estaba, y muy
confundido por las imágenes que acababa de ver, traté de huir de la casa, pero
la embriaguez me jugó una mala pasada y, tras tropezar con los almohadones, caí
violentamente contra el piso. Mi viejo acudió a mi auxilio y me ayudó a
reincorporarme, pero, tras sacudirme las ropas, lo aparté de mí y corrí, corrí
con desesperación hasta el monoambiente. Fueron varios kilómetros, pero no
tenía dinero para un taxi y, en el estado de embriaguez en el que me
encontraba, no habría sido prudente manejar.
Nunca sabremos qué extraño placer encuentran ciertos tipos en llevar adelante varias familias. Ya es difícil aguantar una.
ResponderEliminarUn misterio, Fernando, un verdadero misterio.
EliminarSaludos!