Hoy me desperté cantando “Cien días”, de Ismael Serrano. Por ser domingo, mi vieja, que poco a poco quiere ir
recuperando las costumbres familiares que nunca respetamos, me invitó a comer
con ella, el mimo y mi viejo. No acepté, en parte porque aún me resulta difícil
ver a mis viejos juntos, pero principalmente porque temía que el menú fuera
arroz con salsa rosa. Mañana comenzará la segunda semana de mi retiro
espiritual y allí me sobrarían ocasiones para alimentarme con granos.
Pensé, entonces, en almorzar
con mi primo Luján, de Luján, y con Samuel, pero se fueron muy temprano a la
mañana a Luján en un viaje de mochileros y me dijeron que pasarían algunas
noches ahí, por lo que mis compromisos me impidieron acompañarlos. A veces
siento que no quieren pasar mucho tiempo conmigo.
Como tercera opción, aunque
me recordaban a Vicky y me llenaban la ropa de humo y el corazón de nostalgia,
decidía ir a comer un sándwich de bondiola a uno de los puestitos de la
costanera. En el camino caí en la cuenta de que tan solo cien días me separan
de la tan temida crisis de los treinta. Mis avances para contrarrestarla son
innegables. Hice amigos, tuve relativo éxito en un gran número de proyectos, me
puse de novio, reencontré a mi viejo… Sin embargo, sentía una opresión en el
pecho y un nudo en la garganta. Mucho tenía que ver el hecho de que, con el
objetivo de ahorrarme unos pesos, no había comprado bebida y estaba comiendo el
sándwich de bondiola sin nada que me ayudara a bajarlo. De todos modos, la
molestia que estaba sufriendo era más profunda que un buen pedazo de bondiola atascado
en el esófago. Sentía, y todavía siento, que no había hecho nada lo
suficientemente significativo como para desactivar la crisis. Sentía, y todavía
siento, que había hecho todo lo posible para perder al amor de mi vida. Sentía,
y todavía siento, que todos los proyectos acometidos se habían quedado en
buenas ideas que nunca había consumado. Sentía, y todavía siento, que todos mis
compinches y amigos eran hijos de las circunstancias; que no había entablado
ninguna relación perdurable. Sentía, y todavía siento, que el mundo tenía que
ofrecerme algo más que este discurrir insignificante en el que había dejado que
mi vida se convirtiera. Sentía, y todavía siento, que rodaba barranca abajo con
destino franco hacia una crisis insuperable. Sentía, y todavía siento.
Sólo espero que los cinco
Mandamientos que aún no me transmitió mi viejo me sirvan para resolver este
conflicto. No me sobran ni el tiempo ni las esperanzas, pero no me queda más
remedio que aferrarme a lo poco que tengo.
Me da escalofríos saber que
mañana faltarán nada más que noventa y nueve días para que la crisis se desate.
Sentía y todavía siento...me vi reflejada en un espejo...
ResponderEliminarMe alegro, Anó. Es muy feo cuando uno pasa frente a un espejo y no se ve reflejado. Nunca me pasó, pero lo he visto en películas, y los personajes que protagonizan ese tipo de episodios rara vez son felices.
EliminarSaludos!