sábado, 21 de septiembre de 2013

Día 264 - Cuando encuentres un verdadero amigo

Hoy me desperté cantando “Arroz con leche”, canción infantil que ya es parte de la memoria colectiva. No sé quién es su autor y no quise buscarlo en internet porque cualquier actividad relacionada con el primer alimento chino hace que sienta que los granos consumidos durante toda la semana salen por mi nariz. Tal como tenía pensado, le pedí a mi primo Luján, de Luján, que me preparara una milanesa napolitana con puré de papas. Estaba exquisita. Fue el mejor almuerzo en años.
Me da la impresión de que mi ausencia les hizo muy bien a mi primo y a Samuel, no porque tengan algún inconveniente conmigo, sino porque pudieron pasar mucho tiempo a solas. Es indudable que su relación se fortaleció y no paran de ofrecerse miradas y sonrisas cargadas de cariño y complicidad. Ahora que recuperé a mi viejo no me molesta que ellos sean los mejores amigos. Estoy preparado para cumplir un rol complementario y ser amigo de ambos.

Más allá de todo lo bueno que estaba sucediendo en mi vida, no olvidaba que tenía un asunto pendiente con el mimo. Él se hacía el amigo de mi viejo, pero estos últimos meses anteriores a su reaparición no había hecho más que tratar de seducir a mi vieja y hasta temía que hubiera tenido éxito. No sabía si mi viejo no lo veía o no quería verlo. Fuera como fuera, yo me iba a encargar de mostrarle la verdad, por más duro que resultara.
Si bien había llovido durante todo el día, era veintiuno de septiembre, día de la primavera, por lo que, salvo que hubiera un tsunami, el mimo iba a estar en la plaza. El viaje hasta allá fue peligroso porque llovía y a mi furgonetita no le funcionaba el limpiaparabrisas. De todos modos, me las arreglé para llegar.
El panorama era desolador. A excepción del mimo y de otro hombre que lo acompañaba, no había un alma en todo el predio. Caminando bajo la lluvia, me aproximé a ellos. El hombre que acompañaba al mimo resultó ser mi viejo y juntos llevaban a cabo un ejercicio de malabares con la solemnidad de quienes están actuando frente a un público multitudinario. No pude tolerar que mi viejo fuera tan ingenuo, me interpuse entre ambos mirando a mi padre a la cara y mostrándole la espalda al mimo y uno de los elementos que se arrojaban rebotó en mi nuca e hizo que me hincara sobre el pasto mojado.
—¡No puedo entender, viejo —le dije, a los gritos porque el viento y la lluvia dificultaban la audición—, qué carajo hacés acá con este tipo que mientras no estabas se quiso levantar a la vieja!
—¡No seas ingrato, Natalio! —me respondió él, también gritando— ¡Lo único que hizo este hombre fue ser leal a mí!
—¿Sí? Entonces ¿por qué pasaba las noches en casa y los fines de semana con la vieja?
—¡Porque me estaba cubriendo! ¡Por qué no queríamos que ni vos ni tus hermanos supieran que yo había regresado! ¡No te preocupes por mí! ¡Cuando encuentres un verdadero amigo vas a entender!

—Tengo. Tengo un montón —le dije, pero hablando en voz baja, porque ni yo creía en mis propias palabras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario