Hoy me desperté cantando “¿Por qué te vas?”, versión de Attaque 77. Apenas transitamos el tercer día de
nuestro retiro espiritual entre padre e hijo y ya respetamos una rutina tan
estricta como arbitraria. Una vez más almorzamos arroz con salsa rosa y luego
de comer nos sentamos frente a frente en los sillones de la sala. Harto ya de
los silencios interminables le pedí a mi padre que me revelara el Tercer Mandamiento.
—¿Te sentís preparado? —me
preguntó.
Asentí con la cabeza.
—Evitarás las siestas —me
dijo y me miró con esa expresión de sabio que acaba de revelar una verdad que
hasta el momento de encontrar la luz resulta tan ininteligible como será incuestionable
a partir del momento en que sea pronunciada.
—¿Vos me estás diciendo que
no duerma la siesta en el sentido de estar siempre alerta, no dejarme engañar
ni primeriar por los demás? —le pregunté.
—No. Te estoy diciendo lo
que te estoy diciendo: que no duermas la siesta. Que duermas una sola vez por
día y que por ninguna razón vuelvas a dormir a la tarde.
—Pero, ¿por qué? Hay
provincias enteras que se van a dormir a las dos de la tarde. ¿Qué hago si
algún día me voy a vivir al Chaco, a Salta, a Santiago?
Sin responder a mi pregunta,
mi viejo se puso de pie y caminó rumbo a la habitación.
—¿Por qué te vas? —le
pregunté.
—Me voy a dormir la siesta
—me dijo él, muy orondo.
—Pero, ¿cómo? ¿Me tenés
comiendo arroz con salsa rosa hace como tres días y me estás diciendo que vas a
violar el Tercer Mandamiento a los diez segundos de haberlo enunciado?
—No te equivoques, Natalio
—me dijo—. Estos Mandamientos no son universales. Están pensados para vos y tus
limitaciones. Es la mejor manera de resumir y transmitirte los conocimientos
que adquirí a lo largo de todos estos años. Vos no podés dormir la siesta
porque sos vos quien tiene ese problemita de despertar cantando. Yo ya pasé por
eso… Ya lo superé.
—¿Vos también? —le pregunté.
—Sí.
—¿Vos también tenías un dj
en la cabeza? —insistí.
—Sí, Natalio. Vos, yo, tu
abuelo, tu bisabuelo, tu tío Ricardo Gris, el gran malabarista manco, ¡todos! Desde
tiempos inmemoriales, un miembro de cada generación sufre el mismo martirio. ¿O
por qué te creés que tuve que irme de casa? Si no la controlás, esta maldición
termina por enloquecerte. Al principio te despertás cantando, pero llega un
punto en el que cantás en todo momento canciones inoportunas que no hacen más
que meterte en problemas. Al final, cada vez que tu madre regresaba de la
peluquería yo la recibía cantando “Despeinada”.
—Y ¿cómo hiciste para
curarte? —le pregunté.
—No es fácil pero tampoco imposible.
La cura requiere de un proceso muy largo. No es conveniente que conozcas todos
los detalles. Por lo pronto evitá dormir la siesta. La repetición puede hacer
que el dj se arraigue todavía más y que sea más difícil extirparlo.
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