Hoy me desperté cantando “El tiempo que duró nuestro amor”, de Cristian Castro. El tiempo que duró la
canción mi viejo lo pasó negando con la cabeza, como si mi despertar cantando
fuera un problema con el que estaba familiarizado y al que deseaba ponerle fin.
Al mediodía almorzamos arroz con salsa rosa, lo que, si bien me puso de mal
humor por tratarse de la tercera comida consecutiva en la que repetíamos menú,
me produjo cierto orgullo, porque demostraba que mi padre es un tipo que vive
de acuerdo a sus principios.
Después de comer fuimos a
sentarnos sobre los almohadones que había en la sala. Tras un largo silencio al
que ninguno parecía decidido a ponerle fin, tomé coraje y hablé:
—Bueno, viejo, decime, ¿cuál
es el Segundo Mandamiento?
—¿Estás listo? —me preguntó.
Asentí con la cabeza.
—No trabajarás en calles
doble mano —me dijo.
Cerré los ojos con fuerza y
empleé todas mis neuronas en escudriñar el verdadero sentido de la oración.
Luego de varios minutos en los que llevé a límites insospechados mis
capacidades de esfuerzo y concentración, creí dar con la clave.
—Lo que estás queriendo
decir —declaré— es que antes de emprender mi camino en la vida tengo que
definir el destino para que mi rumbo sea lo más directo posible y evitar
desvíos, distracciones, idas y vueltas… En otras palabras: antes de empezar a
buscar, tengo que saber qué es lo que quiero.
—No, para nada —respondió mi
padre.
—Entonces… ¿es acaso el
Segundo Mandamiento un postulado en contra de la bisexualidad? ¿Vos decís, como
tantos pensadores contemporáneos, que existen la homosexualidad y la
heterosexualidad, pero no la combinación de ambos?
—No, Natalio. Dejá de
buscarle un sentido oculto a las cosas. El Mandamiento significa lo que dice y
dice lo que significa. Vos sos, por el momento, el último eslabón de un linaje
de artistas callejeros. Si bien no lo estás explotando, el arte corre por tu
sangre y es una cuestión de tiempo el que salgas a ganarte la vida como yo y
tus ancestros. Cuando ese día llegue vas a tener que tener mucho cuidado con el
tránsito, no dejar que la codicia te enceguezca y evitar trabajar en calles con
doble sentido, porque si no lo hacés vas a terminar como tu tío abuelo, Ricardo
Gris, gran malabarista manco que, en los años sesenta, en medio de la gira “Dos
Hombres y Dos Manos”, en la que compartía cartel con el gran René Lavand, se
puso a trabajar en una esquina para ganar unas monedas extra y, como no se dio
cuenta de que se trataba de una calle doble mano, se pasó de carril y fue
embestido por un camión lechero. Ese día, cuenta la leyenda, René, que fue
testigo del desgraciado episodio, acuñó la expresión: “¡Qué mala leche!”, muy
presente aún en nuestro lenguaje.
Pobre tu tío, mirá que quedó la frase y a él nadie lo conoce, de locos....
ResponderEliminar¿Cómo que nadie lo conoce, Anó? Se ve que hace mucho que no te das una vuelta por la Federación de Malabareteros del Barrio de Boulogne.
EliminarSaludos!