martes, 17 de septiembre de 2013

Día 260 - ¡Qué mala leche!

Hoy me desperté cantando “El tiempo que duró nuestro amor”, de Cristian Castro. El tiempo que duró la canción mi viejo lo pasó negando con la cabeza, como si mi despertar cantando fuera un problema con el que estaba familiarizado y al que deseaba ponerle fin. Al mediodía almorzamos arroz con salsa rosa, lo que, si bien me puso de mal humor por tratarse de la tercera comida consecutiva en la que repetíamos menú, me produjo cierto orgullo, porque demostraba que mi padre es un tipo que vive de acuerdo a sus principios.
Después de comer fuimos a sentarnos sobre los almohadones que había en la sala. Tras un largo silencio al que ninguno parecía decidido a ponerle fin, tomé coraje y hablé:
—Bueno, viejo, decime, ¿cuál es el Segundo Mandamiento?
—¿Estás listo? —me preguntó.
Asentí con la cabeza.
—No trabajarás en calles doble mano —me dijo.

Cerré los ojos con fuerza y empleé todas mis neuronas en escudriñar el verdadero sentido de la oración. Luego de varios minutos en los que llevé a límites insospechados mis capacidades de esfuerzo y concentración, creí dar con la clave.
—Lo que estás queriendo decir —declaré— es que antes de emprender mi camino en la vida tengo que definir el destino para que mi rumbo sea lo más directo posible y evitar desvíos, distracciones, idas y vueltas… En otras palabras: antes de empezar a buscar, tengo que saber qué es lo que quiero.
—No, para nada —respondió mi padre.
—Entonces… ¿es acaso el Segundo Mandamiento un postulado en contra de la bisexualidad? ¿Vos decís, como tantos pensadores contemporáneos, que existen la homosexualidad y la heterosexualidad, pero no la combinación de ambos?

—No, Natalio. Dejá de buscarle un sentido oculto a las cosas. El Mandamiento significa lo que dice y dice lo que significa. Vos sos, por el momento, el último eslabón de un linaje de artistas callejeros. Si bien no lo estás explotando, el arte corre por tu sangre y es una cuestión de tiempo el que salgas a ganarte la vida como yo y tus ancestros. Cuando ese día llegue vas a tener que tener mucho cuidado con el tránsito, no dejar que la codicia te enceguezca y evitar trabajar en calles con doble sentido, porque si no lo hacés vas a terminar como tu tío abuelo, Ricardo Gris, gran malabarista manco que, en los años sesenta, en medio de la gira “Dos Hombres y Dos Manos”, en la que compartía cartel con el gran René Lavand, se puso a trabajar en una esquina para ganar unas monedas extra y, como no se dio cuenta de que se trataba de una calle doble mano, se pasó de carril y fue embestido por un camión lechero. Ese día, cuenta la leyenda, René, que fue testigo del desgraciado episodio, acuñó la expresión: “¡Qué mala leche!”, muy presente aún en nuestro lenguaje.

2 comentarios:

  1. Pobre tu tío, mirá que quedó la frase y a él nadie lo conoce, de locos....

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Cómo que nadie lo conoce, Anó? Se ve que hace mucho que no te das una vuelta por la Federación de Malabareteros del Barrio de Boulogne.
      Saludos!

      Eliminar