Hoy me desperté cantando “Todo vuelve”, de Axel. Me levanté de la cama penando que si fuera verdad eso de que
todo vuelve, mi viejo habría vuelto, y sin embargo… De repente recordé que el
último lunes Luis Miguel me había llamado porque tenía novedades respecto al
paradero de mi padre y decidí hacerle una visita sorpresa. Antes de que me
fuera, Vicky me detuvo porque necesitaba hablar, tenía algo para decirme.
—¿Sabías que Samuel es
ratero? —le pregunté con la esperanza de distraerla.
—¿Cómo que es ratero? —me
preguntó.
—Sí, el mejor ratero de la
ciudad —le dije y aproveché su desconcierto para abandonar el monoambiente
antes de que pudiera comunicarme que nuestra relación se había terminado.
Luego de manejar mi
furgonetita Volkswagen durante varios minutos, estacioné frente a la puerta del
semanario barrial “La Tos de la Recoleta”. Esta vez la puerta no estaba
abierta. Golpeé en reiteradas oportunidades, pero nadie atendió. Llamé al celular
de Luis Miguel pero interrumpí el llamado, porque creí oír un ruido dentro de
las oficinas. O había sido un producto de mi imaginación o el ruido se había detenido
ni bien había cortado el teléfono. Volví a llamar y, automáticamente, volví a
escuchar el mismo ruido. Interrumpí el llamado y el ruido se detuvo. A la
décima repetición de la secuencia caí en la cuenta de que lo que estaba
produciendo ese ruido extraño sería el teléfono de Luis Miguel. Por eso se
detenía cuando yo interrumpía la llamada. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo se suponía
que iba a encontrarlo si había olvidado su celular en la oficina? Justo cuando
iba a darme por vencido y a dar unas vueltas por la ciudad para no regresar al
monoambiente y evitar, así, que Vicky me comunicara el fin de nuestra relación,
recibí un llamado. Era mi vieja y quería que pasara por su casa para hablar de
negocios.
¿Mi vieja quería hablar? ¿Conmigo?
¿De negocios? La comunicación, el tono de su voz, las palabras que había
utilizado, todo me generaba desconfianza, pero, a esa altura, cualquiera era
una buena excusa para no volver al monoambiente. Manejé hasta su casa, golpeé
la puerta y esperé a que atendiera. Me invitó a entrar, me convidó café y masas
finas, me preguntó por mi vida…
—¿Cómo andan las cosas con
esa noviecita tuya, Lola?
—Se llama Victoria, mamá —le
dije.
—Pero ¿no le dicen Lola? —insistió.
—No. Le dicen Vicky.
—Y entonces, ¿quién es Lola?
—Cómo voy a saber, si vos
dijiste Lola.
—Bueno, pero quizá vos
conocías a alguna Lola.
—¿Lola? No, no conozco a
ninguna Lola.
—¿Y tu ex?
—¿Cuál?
—¿Cómo que cuál? La única
novia que tuviste, Natalio. Esa que cuando fuimos a la playa hacía parar a
todos los negros que vendían joyas y los tenía como cuarenta minutos
haciéndoles preguntas para terminar comprando nada. ¿No era Lola esa?
—No, mamá. Se llamaba
Roberta y no era mi novia. Era mi acompañante terapéutica.
—Pero ¿no le decíamos Lola?
—No. Le decíamos Berta. ¿Me
vas a decir para qué me hiciste venir hasta acá o vamos a seguir hablando de
Berta y de Lola?
—Mirá, el Mudo y yo estamos por
lanzar un nuevo emprendimiento y necesitamos gente de confianza —me dijo.
—¿El Mudo? ¿Quién carajo es
el Mudo?
—¡El mimo! Le digo mudo
cariñosamente.
—Olvidate. No cuenten
conmigo. Yo no trabajo con traidores.
—Pero, ¿cómo? Si él trabaja
con vos en esas excursiones para pervertidos que hacen vos y Lola.
—¡Son sadomasoquistas, no
pervertidos, y mi novia no se llama Lola! Además, ahí “el Mudo” no trabaja
conmigo, trabaja para mí. Chau, me voy, gracias por el café.
—¿Ni siquiera querés saber
de qué se trata el negocio?
—Cuanto menos sepa, mejor.
Otro día nos vemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario