Hoy me desperté cantando
“Get up, stand up”, de Bob Marley. Había
estado pensando pero, sin importar las vueltas que le diera al asunto, no se me
ocurría un plan que no requiriera de dinero para ganarle a Héctor “Bicicleta”
Perales en la carrera por convertirse en el representante de la banda de reggae
que habían formado los Pelotudos. Más allá de este objetivo, necesitaba generar
ingresos cuanto antes.
Después de un tiempo
esforzando la mente hasta límites insospechados, se me ocurrió que podría
volcarme al campo artístico y comenzar una carrera en el mundo del “stand up”. Mi
vida está repleta de acontecimientos característicos de los monólogos del
género. Creo que mi relación con mi vieja me daría material para diez o doce
años.
Ilusionado, me puse a
escribir, y tras varios intentos fallidos pude completar un texto de una
carilla y media que tiene como temática la separación de mis padres. Sin ánimos
de presumir, para ser un primer esbozo, parece un buen producto. Ahora tendría
que encontrar la manera de probarlo frente al público para poder hacer los
ajustes necesarios.
Luego de escribir, fui hasta
lo de mi vieja, porque el domingo anterior, tras mi primera presentación como Gaby,
el payaso fofo y milico, quedamos en que regresaría el sábado siguiente para ensayar
y definir algunas cuestiones. Estacioné la furgonetita frente a la casa, bajé,
golpeé la puerta y esperé unos minutos hasta que el mimo se digno a atender. Prácticamente,
estaba viviendo ahí, porque en el conventillo casi ni se lo veía y, en cambio,
cada vez que iba a la casa de mi madre me lo encontraba. Para preservar mi
salud mental, no quise averiguar dónde estaba durmiendo. Prefería no pensar en
la posibilidad de que estuviera ocupando el lugar de mi padre en la cama
matrimonial y, con la excusa de regresar pronto a mi monoambiente, les pedí que
comenzáramos con el ensayo.
Mi vieja me explicó que, a
diferencia del domingo anterior, en el que hicimos alrededor de veinte presentaciones
en distintos puntos de la ciudad y sus alrededores, asistiríamos a un único
evento que nos ocuparía el día entero.
—Es el cumpleaños del hijo
de un político —me explicó.
—¿Amoroso? —le pregunté yo.
—Todos los nenes son la
misma cosa —me dijo.
—No, lo que te estoy
preguntando es si ese político es Daniel Amoroso.
—No. ¿Y ese quién carajo es?
—No importa. Quería saber
nomás.
—Bueno, no me interrumpas,
Natalio, y concentrate en lo importante. El evento comienza a las siete de la
mañana y se extiende hasta la nochecita. Va a ser un día muy largo, por lo que
necesitamos que te prepares algún numerito para que Juan Carlos pueda descansar
y reponer energías.
—¿Quién es Juan Carlos? —le
pregunté.
—¿Vos sos boludo? —me dijo— ¡Juan
Carlos! ¡El mimo! Ni falta hace que te diga que es gente bien posicionada la
que nos contrató y causar una buena impresión nos abriría las puertas al sitio
más anhelado por todo animador de fiestas: el mundo de los barrios privados.
Después de mucho tiempo, la
vida volvía a mostrarme una sonrisa desdentada, pero sonrisa al fin. La alta alcurnia
del cliente me daría argumentos para negociar una mejora en mis honorarios, y
la libertad que me habían dado para que preparara un “numerito” me permitiría
testear ante el público el monólogo que había escrito ese mismo día.
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