—¡Natalio, tenés que venir de inmediato! —me dijo con despesperación—. ¡Los Pelotudos están descontrolados! ¡No dejan de cantar Reggae y fumar marihuana! ¡Bicicleta sospecha y viene a cada rato! ¡Ya no me dan las manos para ventilar el humo! ¡No doy más!
Traté de tranquilizarlo y salí de inmediato. Antes de partir, le dije a Vicky que teníamos una charla pendiente. Su reacción me asustó, porque asintió con la cabeza como si ella también tuviera algo que decirme. ¿Estaría embarazada? ¿Querría abandonarme? ¿Me habría engañado? Quizá, al igual que la acompañante terapéutica que me había engañado con esos dos vendedores de joyas del barrio de Once, Vicky me había engañado haciendo un trío con Arnoldo y Zenón. Es culpa mía, por nunca haber ido al gimnasio. ¿Cómo no iba a engañarme con dos hombres atléticos y musculosos a mí, que soy la encarnación de Gaby, el payaso fofo?
—¿Vos? ¿Me querés decir algo? —le pregunté.
—Dale, andá, que tu primo te está esperando —me respondió.
Si, definitivamente, la muy turra me había engañado. Como el ascensor tardaba demasiado, bajé por la escalera, subí a la furgonetita, la puse en marcha y manejé a toda velocidad hasta el conventillo. Había estacionado frente a la puerta cuando mi teléfono volvió a sonar. Era Luis Miguel, el detective al que había contratado para dar con el paradero de mi viejo.
—¡Natalio, tenés que venir de inmediato! —me dijo con entusiasmo—. ¡Tengo novedades!
El tema de mi padre es prioritario. Luján estaba desbordado, pero confiaba en que pudiera arreglarse, por lo que volví a poner en marcha la furgonetita y manejé a toda velocidad rumbo a las oficinas del semanario barrial “La Tos de la Recoleta”.
Como de costumbre, la puerta estaba abierta y Luis Miguel me esperaba sentado en su oficina.
—¿Cuáles son las novedades? —le pregunté.
—Recibí una información según la cual, entre mundial y mundial, tu padre vive en Argentina.
—¿De verdad? ¿En qué lugar?
—Todo parece indicar que vive acá, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
—¿Tenés algún dato más? —le pregunté.
—No, eso es todo. Tengo que seguir investigando.
—¿Y para qué me hiciste venir hasta acá? ¿No podías decirme lo mismo por teléfono?
—Sí, pero ¿qué gracia tendría ser detective si no pudiera dotar de dramatismo a situaciones ordinarias? Además, las líneas pueden estar pinchadas.
—Está bien. Avisame cuando tengas alguna novedad.
¿Será verdad? ¿Habrá vivido mi padre en la misma ciudad que yo durante todos estos años? Eso significaría que podríamos cruzarnos en cualquier momento, en cualquier esquina. Debo estar atento.
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