lunes, 26 de agosto de 2013

Día 238 - El tamaño del bulto

Hoy me desperté cantando “Llega el dolor”, de Cienfuegos. La faena del día anterior me había dejado exhausto. Me dolía el pelo, las uñas, el alma y los huesos, entre muchas otras cosas, y tuve que hacer un esfuerzo descomunal para levantarme de la cama. Como si no tuviera ya demasiados problemas, Vicky me sometió a un interrogatorio destinado a averiguar la causa por la que tenía la cara pintada y el motivo por el que había traído tantas almohadas y almohadones a nuestro monoambiente. Le conté lo sucedido y, acto seguido, llamé por teléfono a mi primo Luján, de Luján, para preguntarle si había ido a buscar a los Pelotudos al festival de Reggae y para pedirle que fuera hasta la casa de mi madre y cobrara en especias los honorarios por mi trabajo de payaso dictador. Yo dedicaría la mañana a darme un baño de inmersión para recuperar energías y luego de almorzar visitaría la Fundación PROPEL para reunirme con Catalina.

A eso de las dos de la tarde estacioné mi furgonetita frente a la puerta del conventillo, donde me encontré con Luján, que regresaba de la casa de mi madre con un paquete oculto debajo de sus ropas. El tamaño del bulto me hizo ilusionar. Si era lo que yo creía que era, mi madre me había pagado más de lo que yo esperaba.
—¿Tenés ahí lo que yo creo que tenés? —le pregunté.
—Sí, siempre y cuando creas que tengo lo que realmente tengo —me dijo.
—¿Los Pelotudos?
—Duermen. Los traje ayer a la noche, cenaron y se acostaron a dormir. Se despertaron con hambre a las dos de la mañana y les preparé algo para comer. Volvieron a despertarse, otra vez con hambre, a las tres y media, a las seis y a las nueve. Fueron tres desayunos que agotaron todas nuestras reservas de cereales, pan lactal, galletitas, leche, té, café, mate cocido… Antes de irme, les preparé el almuerzo. Tampoco queda mucho. Comieron y volvieron a acostarse.
—Y ¿de sus Problemas cómo andan? —le pregunté.
—Imposible saberlo, si no hicieron más que comer y dormir.
Antes de que subiéramos, llegó Catalina, tarde como de costumbre. Entre los tres convenimos que lo mejor sería no despertar a los muchachos. Catalina nos hizo una serie de preguntas para saber cómo evolucionaba cada caso. Luján y yo le contamos los avances producidos en las últimas semanas, pero omitimos el asunto del consumo de cannabis. Luego surgió el tema del equipo interdisciplinario y le comenté que había entrevistado a un kinesiólogo al que teníamos en carpeta.
—Sí, Zenón —dijo ella—. Vicky me lo presentó hace unos días y me dijo que ya estaba confirmado. ¿O no?
—Sí, sí —le respondí tratando de disimular mi sorpresa—. Sólo falta definir unos pocos detalles.

Catalina se fue unos minutos antes de que los Pelotudos volvieran a despertarse reclamando la merienda. Le pedí a Luján que tomara prestados algunos alimentos de la cocina del conventillo, que luego los repondríamos. Yo no lo acompañé, sino que volví al monoambiente sintiéndome traicionado por la mujer a la que amo, quien sin consultarme había cerrado la incorporación de Zenón a nuestra querida Fundación.

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