Hoy me desperté cantando “Llega el dolor”, de Cienfuegos. La faena del día anterior me había dejado exhausto. Me
dolía el pelo, las uñas, el alma y los huesos, entre muchas otras cosas, y tuve
que hacer un esfuerzo descomunal para levantarme de la cama. Como si no tuviera
ya demasiados problemas, Vicky me sometió a un interrogatorio destinado a averiguar
la causa por la que tenía la cara pintada y el motivo por el que había traído
tantas almohadas y almohadones a nuestro monoambiente. Le conté lo sucedido y,
acto seguido, llamé por teléfono a mi primo Luján, de Luján, para preguntarle
si había ido a buscar a los Pelotudos al festival de Reggae y para pedirle que
fuera hasta la casa de mi madre y cobrara en especias los honorarios por mi
trabajo de payaso dictador. Yo dedicaría la mañana a darme un baño de inmersión
para recuperar energías y luego de almorzar visitaría la Fundación PROPEL para
reunirme con Catalina.
A eso de las dos de la tarde
estacioné mi furgonetita frente a la puerta del conventillo, donde me encontré
con Luján, que regresaba de la casa de mi madre con un paquete oculto debajo de
sus ropas. El tamaño del bulto me hizo ilusionar. Si era lo que yo creía que
era, mi madre me había pagado más de lo que yo esperaba.
—¿Tenés ahí lo que yo creo
que tenés? —le pregunté.
—Sí, siempre y cuando creas
que tengo lo que realmente tengo —me dijo.
—¿Los Pelotudos?
—Duermen. Los traje ayer a
la noche, cenaron y se acostaron a dormir. Se despertaron con hambre a las dos
de la mañana y les preparé algo para comer. Volvieron a despertarse, otra vez
con hambre, a las tres y media, a las seis y a las nueve. Fueron tres desayunos
que agotaron todas nuestras reservas de cereales, pan lactal, galletitas,
leche, té, café, mate cocido… Antes de irme, les preparé el almuerzo. Tampoco
queda mucho. Comieron y volvieron a acostarse.
—Y ¿de sus Problemas cómo
andan? —le pregunté.
—Imposible saberlo, si no
hicieron más que comer y dormir.
Antes de que subiéramos,
llegó Catalina, tarde como de costumbre. Entre los tres convenimos que lo mejor
sería no despertar a los muchachos. Catalina nos hizo una serie de preguntas
para saber cómo evolucionaba cada caso. Luján y yo le contamos los avances
producidos en las últimas semanas, pero omitimos el asunto del consumo de
cannabis. Luego surgió el tema del equipo interdisciplinario y le comenté que
había entrevistado a un kinesiólogo al que teníamos en carpeta.
—Sí, Zenón —dijo ella—.
Vicky me lo presentó hace unos días y me dijo que ya estaba confirmado. ¿O no?
—Sí, sí —le respondí
tratando de disimular mi sorpresa—. Sólo falta definir unos pocos detalles.
Catalina se fue unos minutos
antes de que los Pelotudos volvieran a despertarse reclamando la merienda. Le
pedí a Luján que tomara prestados algunos alimentos de la cocina del
conventillo, que luego los repondríamos. Yo no lo acompañé, sino que volví al
monoambiente sintiéndome traicionado por la mujer a la que amo, quien sin
consultarme había cerrado la incorporación de Zenón a nuestra querida
Fundación.
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