Hoy me desperté cantando “Todo a pulmón”, de Alejandro Lerner. Anoche mi primo Luján, de Luján, y yo dejamos a
los Pelotudos en un festival de reggae que durará hasta el domingo y nos
sentamos en la furgonetita tratando de encontrar una manera de conseguir dinero
sin necesidad de recurrir al último recurso, pero, tras descartar varias
opciones por imposibles o descabelladas, llegamos a la conclusión de que no tendríamos
más remedio. Esta mañana lo pasé a buscar, manejé hasta la casa de mi infancia,
estacioné, bajamos, golpeé la puerta y atendió mi madre.
—¡Natalio! ¿Qué hacés acá? —me
preguntó.
—¿Es que acaso un hijo necesita
un motivo para visitar a su querida madre? —le pregunté.
—Vení, pasá. ¿De cuánta
plata estaríamos hablando? —me preguntó después de haber cerrado la puerta.
—No mucho, vieja… Dos mil o
dos mil quinientos pesos…
—¡Dos mil quinientos pesos!
¿Vos te volviste loco? ¿Para qué necesitás dos mil quinientos pesos? —me
preguntó.
—Eeeeh… Eeeeh… Es para
comprar medicamentos para unos amigos.
—¿Qué clase de medicamentos?
—Eeeeh… ¿Cómo se llama el
medicamento que necesitamos, Luján?
—Cannabis sativa —dijo
Luján, tratando de darle un poco de solemnidad al asunto.
—¡Ah, marihuana! —dijo mi
vieja—. Yo tengo un poco. ¿Cuánto necesitan?
—Y, no sé, lo que tengas —le
dije.
—Jaja. Necesitarías tres
furgonetitas como la que tenés para llevarte lo que tengo. Decime cuánto
necesitás y yo te digo el precio.
—¡Pero, pará! ¿Vos estás
vendiendo marihuana? —le pregunté alarmado.
—Sí —me dijo con absoluta
naturalidad—. ¿Cómo carajo te crees que hice para alimentar a nueve hijos
después de que el turro de tu padre se mandó a mudar?
—Pero… ¿y la pensión?
—¿La pensión que da la
Organización Mundial de Mimos y Clowns a mujeres abandonadas por alguno de sus
miembros? ¿A esa pensión te referís? Eso no alcanza ni para alimentar a un
caniche anoréxico.
—¿Y vos serías capaz de
cobrarle la marihuana a tu propio hijo?
—Por un lado la familia, por
el otro los negocios. Son cosas que prefiero no mezclar, Natalito querido. Para
evitarnos conflictos innecesarios, ¿viste? Decime, ¿cuánto necesitás?
—Es que no tengo un peso,
vieja. ¿Te lo puedo pagar después?
—Hoy no se fía. Mañana vemos
—me dijo señalando un cartel en el que podía leerse la frase que acababa de
decirme—. Pero, si necesitás ganar dinero, puedo conseguirte un laburito. ¿Estás
interesado?
—Perdido por perdido…
—Bien, venite mañana después
del mediodía. ¡Después del mediodía! ¿Me oíste? Venite comido, no te aparezcas
antes con la intención de zafar el almuerzo, que yo a esa boca ya le di
demasiado alimento.
Si esto fuera un partido de fútbol, te echaban por la ley del último recurso.
ResponderEliminarPero, hay algo que no entiendo, Fernando: ¿cómo iban a echarme si todavía no había empezado a trabajar?
EliminarSaludos!