Hoy me desperté cantando “Astros”,
de Ciro y los Persas. Desde que habíamos regresado de nuestras primeras vacaciones
juntos, Vicky y yo ni siquiera habíamos compartido un desayuno, por lo que
tenía pensado dedicarle el día entero y quedarnos echados en la cama sin hacer
nada. Todos nos merecemos un día de descanso. Le transmití mis intenciones y su
respuesta me dejó anonadado.
—Ya arreglé con Arnoldo y
Zenón para ir a entrenar un poco. Nos encontramos en un ratito en el gimnasio
de Arnoldo. Justo te iba a pedir que me llevaras, porque se me hizo un poco
tarde.
Agradezco a Dios el que no
haya querido pasar el día conmigo. No lo digo por despecho, sino porque ni bien
se bajó de la furgonetita en la puerta del gimnasio, sonó mi celular. Era mi
primo Luján, de Luján, y estaba desesperado porque los Pelotudos actuaban de
manera cada vez más extraña y sólo se calmaban cuando les daba cannabis, pero
la duración del efecto de la droga disminuía con cada intervención y, para
colmo, se le estaban agotando las reservas.
Antes de cortar la
comunicación, le pedí que se calmara y manejé a toda velocidad rumbo al
conventillo. Estacioné frente a la puerta, bajé de la furgonetita, entré y subí
las escaleras. Llegando al segundo piso, quedé inmerso en una nube de humo que
colmaba todo el ambiente. Corriendo con desesperación, Luján iba y volvía
corriendo desde la puerta de la terraza hasta la ventana de la habitación y
abría y cerraba, abría y cerraba, abría y cerraba para generar una corriente de
aire que se llevara el humo, pero no había caso.
—¡Ey, Luján, Tanquilo! —le
dije—. Haceme un resumen de la situación.
—¡Están cada vez peor! ¡Hace
cinco minutos era como si se hubieran transferido los Problemas Pelotudos! ¡Nando
no decía palabras con “p”, Samuel se negaba a bajar de la cama, Pascual
cantaba, Enrique se había apoderado del papel y no quería devolverlo para que
pudiéramos armar un porro y Baldomero no dejaba de hacer comentarios
sarcásticos!
—Bueno, pero ahora parecen
calmos —le dije.
—Sí, porque armé flor de
churro. Pero te advierto que se están fumando lo último que nos quedaba. ¡No
hay más y el efecto les dura cada vez menos! ¡Diez minutos después de que
terminen eso, se van a enloquecer, y yo no quiero estar acá cuando eso pase!
¡Hay que comprar marihuana, ahora mismo, y hacer que se vaya este humo antes de
que Héctor vuelva, porque si no nos van a echar a la mierda, a nosotros, a los
Pelotudos, a sus mujeres, a TODOS!
—Hagamos una cosa —le dije—,
saquémoslos a la calle y llevémoslos a un lugar en el que pasen desapercibidos,
un recital de reggae o algo por el estilo. Mientras tanto, que el Mimo se ocupe
de evacuar este humo. Una vez que consigamos un lugar en el cual dejarlos, nos
vamos a comprar Cafenabbis Colombiano. ¿Vos tenés algo de plata?
—Siete pesos con setenta y
cinco —me dijo.
—Yo tengo cuatro pesos. ¡La
puta madre! No nos alcanza ni para comprar una tuca. Me parece, primo, que
tendremos que recurrir a la familia.
La otra, Don Natalio, es soltarlos por San Telmo. Yo trabajo acá cerca y podría vigilarlos. Seguro que nadie se da cuenta. El otro día, había gente que ¡fumaba tabaco!
ResponderEliminar¿Trabajás, Fernando? Podría pasarte mi CV para ver si me conseguís algo.
EliminarSaludos!