lunes, 19 de agosto de 2013

Día 231 - Zenón, el kinesiólogo

Hoy me desperté cantando “Mi país”, de Rubén Rada. Con Vicky, todo mal, porque la sola idea de que me hubiera engañado con un masajista gay me revolvía el estómago tanto como lo hacía la inminencia de nuestro viaje de regreso en barco. Ella se mostraba igual de cariñosa que durante el día anterior, pero yo sentía que algo había cambiado, que una diferencia irreconciliable se interponía entre nosotros. En el desayuno, comimos como para tirar hasta la noche. Era la única comida incluida en el paquete que nos había vendido el hotel y, por suerte, mi angustia tuvo en consideración mi situación económica y no afectó mi apetito.
Después de desayunar, fuimos hasta el barco y Vicky me hizo un comentario que me sorprendió sobremanera.
—¡Qué sensación hermosa la de regresar a la patria! —me dijo.

Al principio pensé que se había confundido, pero comencé a prestar atención a los mapas, las señales y los carteles, y, efectivamente, estábamos en otro país. Hasta ese momento yo había creído que Colonia, Uruguay, quedaba en Argentina, que se trataba de un caso similar al de Concepción del Uruguay, en Entre Ríos. Pero parece que este viaje, que fue nada más y nada menos que nuestras primeras vacaciones juntos, fue también mi primera salida del país.
¡Qué sensación extraña! Don Natalio Gris, un cosmopolita, ¿quién lo hubiera creído?
No sé si fue la conmoción que me produjo la noticia o si la experiencia de haber salido del país me había permitido madurar y despojarme de ciertas debilidades, pero el viaje de vuelta no me produjo ni una décima parte del mareo que me había producido el viaje de ida. Aunque el barco flotaba sobre el agua, la certeza de haber crecido me hizo sentir que tenía los pies sobre la tierra y fui capaz de ver mi relación con Vicky desde una posición madura y extraer algunas conclusiones a las que podré recurrir para recuperar la calma si alguna vez vuelvo a vivir una crisis de celos como la que me asaltó en mi primer viaje al exterior.
Sí, con los brazos apoyados en los barrales de la cubierta del barco observaba la superficie cristalina de nuestro Río de La Plata pensando que aquella había sido la última vez que Don Natalio Gris había sentido celos. Nunca más volvería a sentirme inseguro, porque me sabía un hombre hecho y derecho al que una mujer no querría perder por una simple aventura.
Para fijar los nuevos conceptos y completar mi proceso de rehabilitación, decidí compartir con Vicky mis conclusiones y, de paso, pedirle disculpas si la había hecho vivir algún momento incómodo. Entré al barco y regresé a nuestro sector para descubrir que mi asiento había sido ocupado por un hombre que, sentado de costado, hablaba cara a cara con mi amada. ¡Era el masajista gay que el día anterior le había aflojado las nalgas! Enfurecido, caminé hacia ellos para mandar a ese turro a la mismísima mierda, pero Vicky se adelantó y, antes de que yo pudiera decir una palabra, me dijo:
—¡Natalio!, ¡qué bueno que estás acá! ¿Sabías que Zenón es kinesiólogo y que durante la semana vive en Buenos Aires?
—¿Y eso qué? —le pregunté.
—Que puede sumarse a la Fundación PROPEL. Acabo de contarle de qué se trata y está muy interesado. ¿O no, Zenón?
—Antes de tomar cualquier decisión, tendría que entrevistarse con Catalina —dije y volví a salir a cubierta.

¡Lo único que me faltaba! ¡Un buitre más arrastrándole el ala a mi amada!

2 comentarios:

  1. Bueno, digo lo mismo que para el caso anterior, menos lo del acto fallido.

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    1. Sí, Fernando, es difícil tener una novia como Vicky. Tener un novio como yo, en cambio...
      Saludos!

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