Hoy me desperté cantando “Mi país”, de Rubén Rada. Con Vicky, todo mal, porque la sola idea de que me
hubiera engañado con un masajista gay me revolvía el estómago tanto como lo
hacía la inminencia de nuestro viaje de regreso en barco. Ella se mostraba
igual de cariñosa que durante el día anterior, pero yo sentía que algo había
cambiado, que una diferencia irreconciliable se interponía entre nosotros. En
el desayuno, comimos como para tirar hasta la noche. Era la única comida
incluida en el paquete que nos había vendido el hotel y, por suerte, mi
angustia tuvo en consideración mi situación económica y no afectó mi apetito.
Después de desayunar, fuimos
hasta el barco y Vicky me hizo un comentario que me sorprendió sobremanera.
—¡Qué sensación hermosa la
de regresar a la patria! —me dijo.
Al principio pensé que se
había confundido, pero comencé a prestar atención a los mapas, las señales y
los carteles, y, efectivamente, estábamos en otro país. Hasta ese momento yo
había creído que Colonia, Uruguay, quedaba en Argentina, que se trataba de un
caso similar al de Concepción del Uruguay, en Entre Ríos. Pero parece que este
viaje, que fue nada más y nada menos que nuestras primeras vacaciones juntos,
fue también mi primera salida del país.
¡Qué sensación extraña! Don
Natalio Gris, un cosmopolita, ¿quién lo hubiera creído?
No sé si fue la conmoción
que me produjo la noticia o si la experiencia de haber salido del país me había
permitido madurar y despojarme de ciertas debilidades, pero el viaje de vuelta
no me produjo ni una décima parte del mareo que me había producido el viaje de
ida. Aunque el barco flotaba sobre el agua, la certeza de haber crecido me hizo
sentir que tenía los pies sobre la tierra y fui capaz de ver mi relación con
Vicky desde una posición madura y extraer algunas conclusiones a las que podré
recurrir para recuperar la calma si alguna vez vuelvo a vivir una crisis de
celos como la que me asaltó en mi primer viaje al exterior.
Sí, con los brazos apoyados en los barrales de la
cubierta del barco observaba la superficie cristalina de nuestro Río de La Plata
pensando que aquella había sido la última vez que Don Natalio Gris había
sentido celos. Nunca más volvería a sentirme inseguro, porque me sabía un
hombre hecho y derecho al que una mujer no querría perder por una simple
aventura.
Para fijar los nuevos conceptos y completar mi proceso
de rehabilitación, decidí compartir con Vicky mis conclusiones y, de paso,
pedirle disculpas si la había hecho vivir algún momento incómodo. Entré al
barco y regresé a nuestro sector para descubrir que mi asiento había sido
ocupado por un hombre que, sentado de costado, hablaba cara a cara con mi amada.
¡Era el masajista gay que el día anterior le había aflojado las nalgas!
Enfurecido, caminé hacia ellos para mandar a ese turro a la mismísima mierda,
pero Vicky se adelantó y, antes de que yo pudiera decir una palabra, me dijo:
—¡Natalio!, ¡qué bueno que estás acá! ¿Sabías que
Zenón es kinesiólogo y que durante la semana vive en Buenos Aires?
—¿Y eso qué? —le pregunté.
—Que puede sumarse a la Fundación PROPEL. Acabo de contarle
de qué se trata y está muy interesado. ¿O no, Zenón?
—Antes de tomar cualquier decisión, tendría que
entrevistarse con Catalina —dije y volví a salir a cubierta.
¡Lo único que me faltaba! ¡Un buitre más arrastrándole
el ala a mi amada!
Bueno, digo lo mismo que para el caso anterior, menos lo del acto fallido.
ResponderEliminarSí, Fernando, es difícil tener una novia como Vicky. Tener un novio como yo, en cambio...
EliminarSaludos!