jueves, 15 de agosto de 2013

Día 227 - Una sorpresa que ni siquiera existe

Hoy me desperté cantando “Mejor no hablar (de ciertas cosas)”, de Sumo. Anoche, cuando regresé al monoambiente, Vicky me preguntó dónde había estado. Le dije que había pasado el día en la Fundación PROPEL, leyendo, con mi primo Luján, de Luján, el informe de trescientas setenta y cinco páginas que había preparado Catalina, pero no me creyó.
—¿Para qué te voy a mentir? —le pregunté.
—Eso es lo que me gustaría saber. Pero sé que me estás mintiendo, primero por la cara de boludo que ponés cuando mentís, y además porque, con la mejor intención del mundo, fui CAMINANDO hasta el conventillo a llevarte un diccionario de términos médicos para que les fuera más fácil interpretar el informe y ¿de qué me entero? ¡De que el señor había pasado por ahí pero, en lugar de quedarse como le había dicho a su novia, siguió viaje vaya uno a saber adónde!

No sé si alguien me enseñó que de una mentira se sale con una mentira más grande o si es algo que tengo incorporado en mi ADN, pero, por mi propio bien, tendría que considerar la posibilidad de abandonar esa práctica, porque si no, cada vez que enfrento un problema, termino metiéndome en un problema mayor. Como Vicky me presionaba y me presionaba para que le dijera dónde había estado y yo propuse mantener en secreto el asunto del detective privado porque no quiero generar expectativas respecto al reencuentro con mi padre, porque, aunque no me considere un tipo supersticioso, temo que el contárselo a alguien menoscabe las posibilidades de tener éxito… Por todo eso, le dije que no podía decirle dónde había estado porque le estaba preparando una sorpresa y si le contaba perdería toda la gracia.
—¿De verdad? —me preguntó.
—Sí, ¿para qué te voy a mentir?
—¡Qué boluda soy! Casi lo arruino todo. Perdoname. Hagamos de cuenta que no pasó nada. ¿Querés?
—Me parece perfecto —le dije.
Unos minutos después, mientras ella barría el piso y yo planchaba un pantalón, se acercó a mí disimuladamente y me dijo:
—Pero, ¿cómo…? ¿Qué…? ¿Cuál es la sorpresa?
—Si te digo va a dejar de ser una sorpresa.
—Bueno, dame una pista aunque sea.
—No.
—Decime cuándo aunque sea.
—No.
—Pero, tengo que prepararme… Saber qué me pongo…
—¡No! Cuando llegue el momento, lo único que vas a tener que hacer es sorprenderte.

¿Será posible, Don Natalio, que sientas tan poco aprecio por tu tranquilidad como para prometerle a una mujer ansiosa una sorpresa que ni siquiera existe?

2 comentarios:

  1. Bueno, por lo menos ha dicho, abiertamente, que es tu novia. No recuerdo que lo hubiera reconocido de ese modo antes. (O capaz que no presté atención)

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    1. Es cierto, Fernando. Muchas gracias por resaltar el costado positivo de las cosas. Es algo que a veces me cuesta mucho hacer.
      Saludos!

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