Hoy me desperté en la
terraza del conventillo cantando “Electioneering”, de Radiohead. Era un día
importante, entre otras cosas, porque era el último día del Encuentro
Espiritual organizado por Héctor “Bicicleta” Perales, porque era un día de
elecciones y porque me había propuesto conseguir que Nando bajara las escaleras
así cumplía con el compromiso electoral.
Tras una breve ceremonia,
cerrada por un discurso sencillo y emotivo de Bicicleta, los Pelotudos y no
Pelotudos que habían participado del Encuentro partieron, cada uno rumbo a la
escuela en la que le correspondía votar. Mi primo Luján, de Luján, para quien,
a causa de su edad, la participación en las elecciones era un asunto opcional,
se quedó a ayudarme en la difícil tarea de lograr que Nando accediera a bajar
escaleras. Intentamos, primero, asustarlo un poco y, como quien no quiere la
cosa, nos pusimos a hablar acerca del pronóstico del clima.
—¿Viste? —me dijo Luján,
hablando cerca de la carpa para que Nando lo oyera—, para hoy está anunciado un
temporal. Dicen que van a caer piedras del tamaño de limones.
—Sí —agruegué—, yo escuché
que iba a haber un tornado.
—Deben ser inventos de algún
medio para que la gente se asuste y no vaya a votar —dijo Nando desde el
interior de la carpa y asomó la cabeza—. Fíjense que no hay ni una nube.
—¿Te enteraste —le pregunté
a Luján— del puma que se escapó del zoológico y anda suelto por el barrio?
—¡Sí! —respondió Luján—,
imaginate, si un gato anda por los techos, esos bichos deben poder subir a
cualquier parte.
—¡No se preocupen! —gritó
Nando desde dentro de la carpa— ¡Esa es una noticia vieja! ¡A ese puma lo
atraparon hace como un año!
Cansado de sutilezas, le
propuse a mi primo que hiciéramos lo siguiente: llamaríamos a Nando para que se
parara de espaldas a la pendiente, en el extremo superior de la escalera; yo me
pondría en cuatro patas detrás de él y Luján lo empujaría para que rodara
escaleras abajo.
Mi primo se negó a
participar de lo que consideraba un homicidio en potencia. Le dije que, en ese
caso, no nos quedaría más remedio que doparlo con algún somnífero potente y
bajarlo una vez que la droga hubiera hecho efecto, pero tampoco lo convenció
ese plan.
A las cinco de la tarde,
cuando faltaba una hora para el cierre de los comicios, me di por vencido y me
fui a votar. Llegué a la escuela que me habían asignado, busqué mi nombre en
los padrones y caminé hasta la mesa que me correspondía. En la fila, la señora
parada delante de mí trató de convencerme, pero no me quedó claro de qué. Llegó
mi turno. Entregué mi documento a cambio de un sobre y me dirigí al cuarto
oscuro, que más que un cuarto oscuro parecía un probador en el que, en lugar de
ropa, colgaban las boletas de las distintas agrupaciones políticas. Para mi
sorpresa, no había ninguna del partido de Daniel Amoroso. Indignado, salí y
enfrenté al presidente de la mesa.
—¡Quiero denunciar —le dije—
el faltante de boletas!
El hombre sentado junto al
presidente se paró y fue corriendo a constatar el contenido de mi acusación. A los
pocos segundos volvió con la noticia de que estaban todas.
—¿Y la de Daniel Amoroso? —le
pregunté.
—¿La de quién? —me dijo.
—Nada, nada, deje —le dije y
regresé al probador.
¿Será que, luego de tanto
esfuerzo lavándole el cerebro a tanto Pelotudo, Daniel Amoroso había decidido
no presentarse en las elecciones? En algún punto me sentía orgulloso, porque
habíamos sido nosotros quienes habíamos desbaratado su plan maestro, pero, por
otro lado, el Pelotudo que todavía llevaba dentro sentía algo de tristeza por
la imposibilidad de votarlo. En un sentido homenaje, extraje la foto del
Amoroso que llevaba siempre en mi billetera, la besé, la metí en el sobre y
volví a la mesa para depositarlo en la urna.
Al regresar al conventillo,
mi primo Luján, de Luján, estaba esperándome en la vereda.
—¿Qué haces acá? —le
pregunté.
—Lo estoy esperando a Nando,
que fue a votar.
—¡Cómo! ¿Cómo hiciste para
que bajara de la terraza?
—Sh, cállate que ahí viene.
Después te cuento.
Mientras silbaba la marcha
peronista, Nando caminaba rumbo a nosotros con una sonrisa pueril decorándole
el rostro. De algún modo, Luján había conseguido que bajara las escaleras. ¿Cómo
lo había hecho? En ese momento no me importaba. Solamente quería volver al
monoambiente y pasar la noche durmiendo en una cama, como debe ser.
Ojo, capaz que lo convenció con un sanguche de vacío, un tinto y 50 p.
ResponderEliminarPuede ser, Fernando. Al que no habrían convencido con 50 p es a Samuel.
EliminarSaludos!