Hoy me desperté cantando “Muchas cosas”, de Las Pastillas del Abuelo. Vicky despertó evidenciando un notable
cambio de actitud. Pasó de no dirigirme la palabra a contarme cosas de su vida
y de su infancia de las que nunca me había hablado. Para mí fue un alivio que
hubiera renunciado a su enojo y le pedí que me acompañara al conventillo para
seguir de cerca la adaptación de Enrique a la Fundación PROPEL.
—¿Quién es Enrique? —me preguntó.
—¿Cómo? ¿No te conté de
Enrique? Es el nuevo Pelotudo del Centro.
—¿Y cuál es su Problema?
—Cada vez que dice una
mentira, canta en lugar de hablar —le expliqué.
—Y ¿dónde duerme? Porque no
había lugar para uno más.
—Te cuento en el camino —le
dije y abandonamos el monoambiente.
Unos minutos más tarde
estacioné la furgonetita en la puerta del conventillo. Bajamos, entramos,
subimos a la planta más alta y nos sorprendimos al encontrarnos con el Centro
vacío. Ninguno de los Pelotudos estaba ahí; tampoco sus mujeres, ni Luján ni el
mimo… Nadie. Nos sentamos frente a frente, cada uno en la parte baja de una de
las cuchetas matrimoniales. Unos pocos segundos de verla sentada ahí, esperando
sin saber qué esperaba, me bastaron para darme cuenta de que es la mujer con la
que quiero tener hijos y pasar el resto de mi vida.
—¿Sabés una cosa? —le dije.
—¿Qué? —me preguntó.
Pero justo cuando iba a
decirle una cursilería, el griterío proveniente de la terraza hizo que se
pusiera de pie y subiera las escaleras. La seguí de cerca. Arriba, sentados en
ronda sobre el piso, los Pelotudos, sus mujeres, Luján, el mimo, Héctor “Bicicleta”
Perales y “La Mole Moni” oían las palabras de un hombre que, en un cocoliche
entre el portugués y el español, les hablaba acerca de Dios, de la creación, de
la existencia… El hombre que hablaba era aquel pastor de la Iglesia Universal
del Reino de Dios que me había exorcizado. Por respeto, esperé a que concluyera
su disertación, que se prolongó por más de dos horas, y me acerqué a Bicicleta
para preguntarle qué era lo que estaba sucediendo.
—Un encuentro espiritual —me
dijo— que organizamos junto al pastor cada año. Invitamos a todos los
inquilinos a participar y, como tu gente está viviendo acá, los invité,
aceptaron y acá estamos. Pero quedate tranquilo, Don Natalio, que el domingo
termina.
De inmediato lo llamé a
Luján.
—¿Qué hacen acá? —le
pregunté al borde de la indignación.
—Nada. Nos invitaron y
vinimos a alimentar el espíritu —me dijo— ¿Cuál es el problema?
—Ninguno —le respondí—. Vos
podés hacer lo que quieras, pero ¿por qué lo trajeron a Nando? Si sabés que sube
escaleras pero no las baja.
—Eh… Ah… Uh… No me di
cuenta.
La puta madre. Ahora este
Pelotudo se niega a bajar y pretende quedarse a vivir en la terraza. Ni el
pastor ni Vicky ni Bicicleta pudieron convencerlo.
Che, y si lo suben a cococho de alguien, ¿no bajaría?
ResponderEliminarMuchas gracias por la sugerencia, Fernando. Te hice caso, probé, no funcionó.
EliminarSaludos!
Hay que hacer como con Mario Baracus que ni quería viajar en avión, un somnífero y abajo sin escalas, saludos
ResponderEliminarNo es una mala idea, Anó. Se la comenté a Luján, pero se opuso y yo solo no podía bajar el cuerpo por las escaleras.
EliminarSaludos!
Tienen que hacer como con Mario Baracus, un somnífero y escaleras abajo sin escalas, saludos
ResponderEliminarNo insistas, Anó. Ya te dije: no fue posible.
EliminarSaludos!