miércoles, 7 de agosto de 2013

Día 219 - Para mentir, canto

Hoy me desperté cantando “Mentira”, de Valeria Lynch. Hablando de mentiras, Vicky me está cobrando con indiferencia la que yo le dije ayer. Después de levantarme, le llevé el desayuno a la cama, pero, en lugar de tomarlo, dejó la bandeja sobre la cama y se levantó. La seguí unos metros y la abracé por la espalda, pero se desembarazó de mis brazos, se metió al baño, me cerró la puerta en la cara y se pasó varias horas encerrada tomando un baño de inmersión. Sinceramente, no sé cómo voy a hacer para recomponer esta situación. Nada más se me ocurre esperar que el tiempo sane sus heridas. Por eso, ni bien me llamó mi primo Luján, de Luján, para informarme que un nuevo Pelotudo se había presentado en el Centro, huí del monoambiente y me fui para allá sin dudarlo. Por las dudas, me acerqué a la puerta del baño y le grité a Vicky que me iba al conventillo a recibir a un nuevo Pelotudo. No recibí respuesta y temí lo peor. Desesperado, ingresé al baño…
Su mirada fulminante fue más dolorosa que el peor de los insultos. Agaché la cabeza, volví a cerrar la puerta y me fui.
Estacioné la furgonetita Volkswagen en la puerta del conventillo. Bajé, entré y subí las escaleras que me separaban de la planta más alta. En la habitación de la Fundación PROPEL todos los Pelotudos rodeaban a un hombre al que hasta ese día no había visto nunca y le hacían preguntas como si se tratara del chico nuevo en una escuela primaria. Me acerqué, me presenté y lo saludé. Él me estrechó la mano.
—¿Qué te parece el lugar? —le pregunté.
—Muuuyyyy acooooogedooooor —respondió él, cantando.
—Me alegro. Te aseguro que nos vamos a llevar muy bien —le dije.
—Seeeeeguuuuuuraaaameeeenteeee. Teeeenés piiiiiiintaaaa de bueeeennnnn tiiiiipooooo. —dijo, cantando otra vez.
—¿A éste que le pasa? —le pregunté a Samuel.
—Nada —respondió el hombre sin “p” —. Cada vez que dice una mentira, en lugar de hablar, la dice cantando. Ese es su Inconveniente Absurdo.
—¿Cómo te llamás? —le pregunté.
—Enrique —me respondió, esta vez hablando como cualquier hijo de vecino.
—Perfecto, Enrique, mi nombre es Don Natalio Gris y podés contactarte conmigo siempre que necesites algo, sea lo que sea. Ahora, si querés, andá a darte una ducha y cuando vuelvas te muestro las instalaciones y te asigno una cama.
Ni bien se fue, lo busqué a Luján y le pedí que construyera una cama que, como un puente, se conectara con la parte de arriba de cada cucheta matrimonial, porque así tendríamos lugar para que durmiera uno más sin ocupar espacio en el suelo. Mi primo se puso a trabajar, y mientras yo, con el único fin de hacer tiempo, le mostraba al nuevo inquilino las instalaciones del conventillo una y otra y otra vez, concluyó la obra. Entonces sí, lo dejé durmiendo con los demás Pelotudos.
No creo que vaya a tener problemas para adaptarse. Es un tipo muy alegre. Antes de que me fuera, me agradeció de forma muy sentida. Estaba tan feliz, que lo hizo cantando.

2 comentarios:

  1. Don Natalio, qué difícil parece la relación con Vicky. Como bien decías, hay veces que te consume toda la energía.
    ¿Y si probás a matarla con la indiferencia?

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    1. Creeme que lo intenté, Fernando, pero no pude mantenerme en esa postura por más de siete minutos.
      Saludos!

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