Hoy me desperté cantando “Detectives”,
de Fabiana Cantilo y recordé que a la tarde tendría la reunión con Luis Miguel,
el director, redactor, fotógrafo, corrector, humorista y politólogo del
semanario barrial “La Tos de la Recoleta”, para definir los términos de su
contratación como detective privado en la búsqueda de mi padre ausente. Después
de almorzar, y ya cerca de la hora de la pautada, caí en la cuenta de que
estaba a punto de enfrentar un problema: no le había contado a Vicky nada
acerca de este asunto, y un problema aún más grave: por alguna razón, me negaba
a que supiera del tema.
—Podríamos ir a dar una
vuelta hoy —me dijo.
¡La puta madre! ¿Por qué
será que la intuición femenina sólo es utilizada para hacer el mal? Justo hoy,
el único día en el que se me había ocurrido esconderle mis planes, Vicky
proponía, en un hecho sin precedentes, que hiciéramos algo juntos. Era
consciente de que mi respuesta me costaría horas de enojo, días de reproches y
meses de rencor, pero tenía que disuadirla de alguna manera.
—Hoy no puedo —le dije—,
hice planes con mi madre.
Su mirada bastó para que me
diera cuenta de que no me había creído.
—Mmmm… Me parece que vos
estás tramando algo raro.
—Sí no confías en mí, haceme
seguir por un detective —le dije, reí nerviosamente y me fui.
Llegué a la redacción de “La Tos de la Recoleta” cuarenta
y tres minutos después de la hora prevista. La puerta estaba abierta. Entré sin
golpear. En la oficina principal un sombrero asomaba por encima del respaldo de
una silla grande con ruedas. Cuando entré a la oficina, el hombre sentado en
esa silla giró en dirección a mí.
—Señor Gris, pensé que se había arrepentido —me dijo
Luis Miguel.
Vestía un sombrero y un sobre todo marrones, y fumaba tabaco
de una pipa.
—¿Cómo sabe mi apellido? —le pregunté mientras tomaba
asiento.
—Tengo informantes, señor Gris —me dijo antes de
soltar una bocanada de humo—, pero en este caso lo sé porque te pedí el
documento cuando viniste a publicar el aviso de tu fundación la semana pasada. ¿Ya
te olvidaste?
—No, no, sí, recuerdo.
—Bueno, vayamos al grano. ¿A quién tendría que
encontrar?
—A mi padre —le dije—. Se fue de casa cuando yo estaba
en las puertas de la adolescencia y nunca más lo vi. Estoy seguro de que mi
vieja me está ocultando algo.
—Ajá. ¿Algo más? —me preguntó luego de hacer algunas
anotaciones en una libretita pequeña que había sacado de uno de los bolsillos
de su sobretodo.
—Sí, mi viejo era mimo y pertenecía a un grupo cuyo
único miembro aún activo se presenta todos los domingos en Plaza Francia. Es un
tipo callado, cuesta mucho sacarle una palabra, pero estoy seguro de que algo
sabe y hasta sospecho que haya tenido un amorío con mi vieja y que ese haya
sido el motivo de la partida de mi padre.
—Bien. Este es mi precio —dijo y me extendió una hoja
que acababa de arrancar de su libretita.
—¿Puede ser en cuotas? —le pregunté.
—¿En cuántas estás pensando?
—Y, unas veintidós o veinticuatro —le dije.
—Está bien, pero voy a necesitar que me pagues la
primera por adelantado. El dinero es el combustible de la investigación.
¡Ojo! Quién te dice que Vicky no está sacando conclusiones a partir de las canciones que te hace cantar el dj de tu cabeza.
ResponderEliminarSumále un poco de intuición, como bien decís, y estamos a las puertas de una catástrofe.
Y sí, Fernando, no me extrañaría que el dj en mi cabeza conspirara en mi contra, pero no puedo acusarlo sin pruebas.
EliminarSaludos!