Hoy me desperté cantando “El niño y Superman”, de Tambó Tambó. Es una canción triste, que habla de un niño
que perdió a su padre y equipara su dolor con el que le habría producido el
haber perdido a Superman. Con todas las preocupaciones que ocuparon mi tiempo y
mis pensamientos estos últimos días, no tuve oportunidad de pensar en mi viejo
o avanzar en su búsqueda, pero cuando su desaparición comenzaba a parecer un
asunto olvidado, el dj en mi cabeza eligió esta canción y me clavó un puñal en
el corazón.
Tratando de idear nuevas
estrategias de búsqueda caí en la cuenta de que era domingo y, en consecuencia,
una nueva edición del semanario barrial “La Tos de la Recoleta” saldría a la
calle. Consideré que quizás fuera de utilidad el publicar un aviso solicitando
información respecto al paradero de mi padre, pero no tenía sentido, porque “La
Tos” imprimía tres ejemplares por semana y, salvo que yo comprara el segundo,
vendían uno solo, a Catalina, la flamante psicóloga de la Fundación PROPEL. ¿Para
qué iba a invertir dinero e ingenio en un aviso si podía esperar hasta el lunes
y preguntarle personalmente si había visto a mi padre o si sabía algo acerca de
su paradero?
Sin embargo, el que la idea
del aviso hubiera sido descartada no significaba que la gente del semanario no
pudiera ayudarme. Leyendo la edición anterior de “La Tos” había comprobado que
realizaban grandes trabajos de investigación. Si me pedían una suma razonable,
podría contratar al investigador del semanario para que siguiera el rastro de
mi viejo y averiguara adónde había ido y qué había sido de su vida.
Afortunadamente, aún
conservábamos el ejemplar del domingo pasado, y en él figuraba un número de
teléfono para contactarse con los responsables de su realización. Llamé sin
demorarme.
—Hola, ¿quién habla? —me
preguntó una voz al otro lado del teléfono.
Le expliqué quién era y qué
necesitaba y me dijo que no había problema, que además de ser el director, el redactor,
el fotógrafo, el corrector, el humorista y el politólogo del semanario, tenía
experiencia trabajando como detective privado. Respecto al costo, me dijo que
no podía establecerlo por teléfono, y menos sin antes haber tenido una charla en
persona conmigo.
Nos citamos para el martes a
la tarde en las oficinas del semanario porque el lunes yo tenía que recibir a
Catalina en el Centro de Contención y Reinserción para Gente con Problemas
Pelotudos.
Antes de que cortara, le
pedí disculpas por anticipado y le pregunté su nombre.
—Luis Miguel —me dijo.
—¿Y tu apellido? —le
pregunté.
—Miguel.
—¿Cómo?
—¡Miguel!
—¿Luis Miguel Miguel?
—No, no. Luis Miguel, con un
solo Miguel.
—Ah, Miguel no es nombre,
solamente apellido.
—Exacto.
—Bueno, Luis —le dije—, fue
un gusto haber hablado contigo. Nos veremos el martes.
Jajajaaaaaaaaaaaa! Sin palabras, saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó, por tus palabras.
EliminarSaludos!
Está muy bien contratado, este detective. Se me hace que no va a tener dificultades en hacer "cantar" a los que investigue.
ResponderEliminarOpino lo mismo, Fernando. Esto no puede salir mal.
EliminarSaludos!
jajaja muy bueno! Siempre te pasan cosas bien divertidas...o tu manera de contarlas , no se...genial!Un abrazo =)
ResponderEliminarMuchas gracias, Soledad. Para mí es un gran consuelo que la gente pueda reírse de mis desgracias.
EliminarSaludos!