Hoy me desperté cantando “El Che y los Rolling Stones”, de Los Rancheros. Había olvidado que teníamos que ir
a visitar a Catalina para invitarla a sumarse al equipo interdisciplinario de
la Fundación PROPEL, pero por suerte Vicky estaba ahí para recordármelo.
También me recordó que tenía que pagar la luz, el gas, el agua, las expensas,
comprar un foco para reemplazar el que se había quemado en el baño, colgar la
ropa que ella había lavado, lavar los platos sucios de la cena de ayer, barrer
el piso, limpiar las ventanas y tender las camas. Quizá sea momento de volver a
llamar a la falsa Lucrecia.
—Bueno, después, a la vuelta
—le dije—. Ahora tenemos que ir a ver a Catalina.
Aunque vivía a pocas cuadras
de nuestro monoambiente, Vicky se negó a ir caminando e insistió para que
fuéramos en la furgonetita. Diez minutos más tarde estacioné frente a la puerta
de la casa-consultorio de la psicóloga. Bajamos, toqué timbre y, a diferencia
de lo ocurrido ayer, Catalina nos abrió la puerta.
—No hago terapia de pareja —nos
dijo sin siquiera saludarnos—, pero puedo derivarlos con una colega
especializada.
—¡No! No venimos a hacer
terapia —le aclaré—. Venimos por el aviso.
—¿Qué aviso? —preguntó.
—El que salió en la última
edición del semanario “La Tos de la Recoleta”.
—No… Están confundidos —dijo
desconcertada—. Yo no saqué ningún aviso en “La Tos”.
—No, ya sé, perdón, me
expresé mal… Nosotros sacamos un aviso. Somos de la Fundación Propel y estamos
reclutando a jóvenes profesionales para sumarlos a nuestro equipo
interdisciplinario. Sabemos que comprás el semanario porque te vimos salir del
puesto de diarios cuando lo compraste y, como nos olvidamos de poner en el
aviso los datos para que nos contactes, te seguimos hasta tu casa y estuvimos
investigando un poco acerca de vos, por eso sabemos que sos psicóloga, que te
recibiste en octubre del año 2010, que tus papás se separaron cuando tenías
quince años, que te gusta el helado de sambayón y crema del cielo y que de
chica soñabas con ser bailarina o paseadora de perros, lo que no deja de ser una
casualidad muy llamativa, porque nosotros, además de la fundación, estamos a
cargo de un emprendimiento turístico que se llama “El Pasea Porros”. Tal vez
nos oíste nombrar. Llevamos a sadomasoquistas holandeses a recorrer la ciudad
vestidos con ropa de cuero y, entre parada y parada, les ofrecemos un varietal
distinto de cannabis.
En ese momento Vicky me pegó
un codazo que a punto estuvo de sacarme el hombro de lugar. Lo hizo porque se
dio cuenta que mis palabras estaban asustando a Catalina y, con el objetivo de
distender un poco la situación, le preguntó de dónde era.
—De Bahía —respondió
Catalina.
—¿Blanca? —le pregunté.
—No, Catalina —me dijo
mirándome, otra vez, con desconcierto.
—¿Querés que entremos así te
cuento mejor? —le sugirió Vicky.
Ella aceptó y entraron. Yo
caminé detrás, pero antes de atravesar la última puerta, Vicky me pidió
que esperara afuera. Creía que estando solas iba a lograr mayor intimidad con
Catalina. Mientras esperaba sentado en la furgonetita, temí que todo hubiera
sido una excusa para meterme los cuernos con la psicóloga y sentí deseos de
bajar y tocar el timbre para saber por qué tardaban tanto. Al rato salieron, se
despidieron con un beso en la mejilla, Catalina volvió a entrar y Vicky subió a
la furgonetita con la buena noticia de que nuestra fundación acababa de
incorporar a una psicóloga a su equipo interdisciplinario. En principio,
trabajará los lunes.
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