sábado, 27 de julio de 2013

Día 208 - Póngale la cola al turro

Hoy me desperté cantando “Vamos al cine”, de Tabaré Cardozo. El domingo saldrá publicado, en el semanario “La Tos de la Recoleta”, el anuncio de nuestra fundación convocando a profesionales de la salud para trabajar interdisciplinariamente en le rehabilitación de los Pelotudos. El lunes, seguramente, nos lloverán las postulaciones de los aspirantes. Consciente de la importancia que reviste el hecho de aguantar hasta que llegue ese momento, partí en mi furgonetita rumbo al conventillo para ayudar a Luján a entretener a nuestros asistidos.

En el camino, revisé los recuerdos de mi infancia con la intención de rescatar juegos que sirvieran para la causa, pero, como de costumbre, mi mente fue invadida por imágenes traumáticas, como la del cumpleaños aquel en el que, con la excusa de jugar a “Póngale la cola al turro”, mis hermanos más grandes y sus amigos me perseguían por la calle golpeándome las nalgas con ramas y palos de madera. Estacioné frente a la puerta del conventillo, bajé de la furgonetita y corrí hasta la puerta a toda velocidad, como si esos abusivos aún estuvieran persiguiéndome. Subí las escaleras y me encontré con Luján, que, sentado contra la pared a un costado de la puerta del Centro, escondía la cara entre las palmas de sus manos y lloraba desconsoladamente. Dentro de la habitación, los Pelotudos utilizaban la comida que mi primo habría preparado para arrojársela al mimo, que trataba de entretenerlos con su archi ultra super requete trillada rutina de malabares, magia y equilibrismo. La situación no daba para más y, después de divertirme durante varios minutos contemplando cómo el mimo intentaba, inútilmente, esquivar los bombazos de lomo de cerdo agridulce que el público le arrojaba, intervine y pedí calma.
―¿Qué hacés? ―me preguntó Pascual― ¿Cómo se te ocurre interrumpir el número de un artista que podría estar trabajando en una de las compañías del Cirque du Soleil?
―¡Pero Pascual! ―le dije― ¡Si le estaban tirando con de todo!
―Es que la comida estaba tan exquisita ―me respondió el Pelotudo Irónico― que pensamos que sería una buena manera de homenajearlo. Es más, vos también nos pareces un tipazo. Nos gustaría hacer extensivo el homenaje.
Iba a agradecerle por sus elogiosas palabras cuando me dieron con un ciruelazo en la frente. Tomé al mimo por los hombros y lo puse delante de mí para cubrirme de la lluvia agridulce con la que nos atacaban. De pronto, cuando estábamos a punto de cantar la retirada, un cuerpo gigantesco se interpuso entre nosotros y la puerta, y eclipsó la luz que nos iluminaba desde el techo. Era La Mole Moni. Su sola presencia calmó a los Pelotudos. Detrás de ella ingresó Héctor “Bicicleta” Perales y anunció que tendrían una jornada de cine en la que disfrutarían de una seguidilla de cinco películas especialmente seleccionadas para ellos.
―Acompáñenme a la terraza ―dijo.
El mimo, Luján y yo caminamos detrás del grupo, pero en la puerta de la terraza La Mole nos detuvo.
―Es una función exclusiva para los Pelotudos y sus familiares ―gritó Bicicleta desde la terraza justo antes de que La Mole cerrara la puerta en nuestra cara.
―¡La puta madre! ―dijo Luján.
El mimo se golpeó la palma de una mano con la otra que, hecha un puño, evidenciaba la bronca que le había producido la injustificada restricción.

―Bueno ―les dije―, por lo menos nos libramos de ellos para todo el sábado. Si quieren, los invito a cenar al monoambiente y, después de comer, vamos todos al cine. Arréglense un poco y en unas horas los paso a buscar. La verdad es que, con todo lo que hicieron estos últimos días, lo tienen más que merecido.

2 comentarios:

  1. Notorio mimetismo del primo Luján, de Luján, con Don Natalio, cuando utiliza la clásica muletilla de Don "¡La puta madre!"
    ¿O acaso esto sea una prueba de parentesco más poderosa que el ADN?

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    1. En todo caso, Fernando, será la prueba de que nuestras madres son hermanas o, por lo menos, primas hermanas.
      Saludos!

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