Hoy me desperté cantando “Vamos al cine”, de Tabaré Cardozo. El domingo saldrá publicado, en el semanario “La
Tos de la Recoleta”, el anuncio de nuestra fundación convocando a profesionales
de la salud para trabajar interdisciplinariamente en le rehabilitación de los
Pelotudos. El lunes, seguramente, nos lloverán las postulaciones de los
aspirantes. Consciente de la importancia que reviste el hecho de aguantar hasta
que llegue ese momento, partí en mi furgonetita rumbo al conventillo para
ayudar a Luján a entretener a nuestros asistidos.
En el camino, revisé los
recuerdos de mi infancia con la intención de rescatar juegos que sirvieran para
la causa, pero, como de costumbre, mi mente fue invadida por imágenes
traumáticas, como la del cumpleaños aquel en el que, con la excusa de jugar a “Póngale
la cola al turro”, mis hermanos más grandes y sus amigos me perseguían por la
calle golpeándome las nalgas con ramas y palos de madera. Estacioné frente a la
puerta del conventillo, bajé de la furgonetita y corrí hasta la puerta a toda
velocidad, como si esos abusivos aún estuvieran persiguiéndome. Subí las escaleras
y me encontré con Luján, que, sentado contra la pared a un costado de la puerta
del Centro, escondía la cara entre las palmas de sus manos y lloraba
desconsoladamente. Dentro de la habitación, los Pelotudos utilizaban la comida
que mi primo habría preparado para arrojársela al mimo, que trataba de entretenerlos
con su archi ultra super requete trillada rutina de malabares, magia y
equilibrismo. La situación no daba para más y, después de divertirme durante
varios minutos contemplando cómo el mimo intentaba, inútilmente, esquivar los
bombazos de lomo de cerdo agridulce que el público le arrojaba, intervine y
pedí calma.
―¿Qué hacés? ―me preguntó
Pascual― ¿Cómo se te ocurre interrumpir el número de un artista que podría
estar trabajando en una de las compañías del Cirque du Soleil?
―¡Pero Pascual! ―le dije―
¡Si le estaban tirando con de todo!
―Es que la comida estaba tan
exquisita ―me respondió el Pelotudo Irónico― que pensamos que sería una buena
manera de homenajearlo. Es más, vos también nos pareces un tipazo. Nos gustaría
hacer extensivo el homenaje.
Iba a agradecerle por sus
elogiosas palabras cuando me dieron con un ciruelazo en la frente. Tomé al mimo
por los hombros y lo puse delante de mí para cubrirme de la lluvia agridulce
con la que nos atacaban. De pronto, cuando estábamos a punto de cantar la
retirada, un cuerpo gigantesco se interpuso entre nosotros y la puerta, y
eclipsó la luz que nos iluminaba desde el techo. Era La Mole Moni. Su sola
presencia calmó a los Pelotudos. Detrás de ella ingresó Héctor “Bicicleta”
Perales y anunció que tendrían una jornada de cine en la que disfrutarían de
una seguidilla de cinco películas especialmente seleccionadas para ellos.
―Acompáñenme a la terraza ―dijo.
El mimo, Luján y yo
caminamos detrás del grupo, pero en la puerta de la terraza La Mole nos detuvo.
―Es una función exclusiva
para los Pelotudos y sus familiares ―gritó Bicicleta desde la terraza justo
antes de que La Mole cerrara la puerta en nuestra cara.
―¡La puta madre! ―dijo
Luján.
El mimo se golpeó la palma
de una mano con la otra que, hecha un puño, evidenciaba la bronca que le había
producido la injustificada restricción.
―Bueno ―les dije―, por lo
menos nos libramos de ellos para todo el sábado. Si quieren, los invito a cenar
al monoambiente y, después de comer, vamos todos al cine. Arréglense un poco y
en unas horas los paso a buscar. La verdad es que, con todo lo que hicieron
estos últimos días, lo tienen más que merecido.
Notorio mimetismo del primo Luján, de Luján, con Don Natalio, cuando utiliza la clásica muletilla de Don "¡La puta madre!"
ResponderEliminar¿O acaso esto sea una prueba de parentesco más poderosa que el ADN?
En todo caso, Fernando, será la prueba de que nuestras madres son hermanas o, por lo menos, primas hermanas.
EliminarSaludos!